APUNTES DESDE LA CABAÑA ¡No confundir la realidad con la ficción!
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
No deja de sorprenderme cuántos confunden la ficción con la realidad o, mejor dicho, esa ficción que es el narrador de una novela, con la realidad del escritor de carne y hueso que la escribió. En rigor se trata de planos diferentes. Tal vez conviene ejemplificarlo con el cine: en el film Star Wars, el personaje Han Solo no "es" el actor Harrison Ford, sino que Ford actúa o, mejor dicho, simula ser Han Solo. O en la serie Harry Potter, el personaje de ese nombre no debe ser confundido con el actor Daniel Radcliffe. Tampoco debemos suponer que, en la serie Los Soprano, el inolvidable actor James Gandolfini "es" Tony Soprano, pues este es un personaje inventado y por él representado.
Ojalá me explique bien, porque los actores que representan a personajes en el cine o el teatro rara vez son asimismo los creadores de esos personajes. Volviendo a la literatura: cuando en la novela Memorias de Adriano el emperador narra sus recuerdos, lo que ha hecho Marguerite Yourcenar, su autora, es valerse de un personaje que crea y habla desde su intimidad (del emperador), alguien a quien ella no conoció y que sin embargo está tan magistralmente articulado que nos parece ser la conciencia de Adriano. No, Adriano no es Marguerite, y ella tampoco es Adriano.
He preguntado a novelistas alemanes y españoles si les ocurre lo mismo, y me comentan que sólo a veces. Me parece que en América Latina, sin embargo, la confusión abunda pues no todos perciben los deslindes entre realidad y ficción, entre la vida real del escritor y la fictiva del narrador que cuenta la novela, menos aun cuando lo hace en primera persona. Lección: aunque el narrador de novela afirme que lo que cuenta lo vivió de verdad (recurso usual), no es cierto, y si lo fuera definiría el género como autobiografía. Hay lectores míos que me comentan novelas mías dando por sentado que el protagonista (personaje ficticio) soy yo (persona de carne y hueso), y la verdad es que cuesta explicar el asunto a la pasada, y me limito a recordar que las novelas son obras de ficción, frutos de la imaginación del autor, y que incluso el narrador en primera persona es un personaje de ficción.
-¡Qué vida más emocionante y llena de peligros ha tenido! Menos mal que salió vivo para contarla -me han dicho solidarios lectores. Otros piensan que las historias de mi detective Cayetano Brulé son reales y se basan en archivos policiales. Algunos han llegado al emblemático Edificio Turri, de Valparaíso, donde Cayetano tiene (en la ficción) su despacho. Solicitan subir a visitar la oficina (en la realidad). En el Bar Restaurant Cinzano han pedido algunos recorrer los túneles bajo la Plaza Aníbal Pinto que describe una novela. Las novelas, dice Mario Vargas Llosa, cuentan mentiras que dicen verdades. Me parece que las novelas son como parábolas o refranes: sin ser la realidad, enseñan sobre ella. Y a mi me encantan las novelas verosímiles que lo inducen a uno a creer que son realidad.
Pero es complicado tratar de explicar que una cosa es la vida de uno como escritor de carne y hueso, y otra lo que cuenta en una novela un personaje de ficción que existe en la imaginación del autor y en un libro. Confundirlo es peligroso. Recordemos que cuando Arthur Conan Doyle mató a Sherlock Holmes en una novela de 1891, se registraron numerosas protestas, y a Conan Doyle comenzaron a insultarlo cuando paseaba por Londres. No le quedó más que resucitar al detective de la pipa y la gorra de doble visera.
En los talleres de escritura creativa siempre trato de aclarar la diferencia. Evidentemente un escritor recurre a su arsenal de vida a la hora de escribir, enfatizo, pero cuando recurre a él, lo modifica y enriquece con recuerdos y fantasías, por lo tanto no es lo que vivió. Tenerlo claro es crucial para interpretar bien una novela y poder escribir una con libertad. Cuando me preguntan cuánto tardé en escribir determinada novela, suelo decir: toda mi vida, porque sin la experiencia vital, la novela habría sido diferente o tal vez no la hubiese ni podido escribir. Y el escritor incorpora en sus relatos parte (no todo) de lo vivido, pero también lo leído, imaginado, escuchado, supuesto, lo bien o mal recordado, e igualmente lo soñado, temido y anhelado, y todo eso se retoca, recorta o mezcla. Por eso concluir que el narrador de una novela "es" el novelista de carne y hueso, constituye un craso error. Hay escritores que narran una novela desde el punto de vista de una mujer, o escritoras que lo hacen desde la perspectiva de un hombre, o escritores que narran desde el yo de personajes que habitan en las cavernas (como en el inicio de Una odisea del espacio), o en la Atenas de la Antigüedad, o en la Revolución Francesa o desde un futuro remoto. Nunca estuvieron allí ni pudieron conocer la conciencia de esos personajes, por famosos que fuesen. Es el poder de su imaginación desplegado en párrafos lo que lleva al lector a creer que aquello lo vivió el autor.
-¡Puchas que la ha pasado bien en su vida! -me han dicho con sonrisa maliciosa algunos de quienes han leído Los amantes de Estocolmo, Pasiones griegas o La otra mujer, novelas con escenas eróticas según los más conservadores. Y la verdad es que a veces me arrepiento de haberlas escrito porque no hay forma de convencer a ciertos lectores de que el escritor de una novela y su narrador son dos cosas distintas aunque parezcan lo mismo. Hace poco un conocido hablando conmigo dio por sentado que esas novelas eran memorias, y no tuve ganas de convencerlo de lo que escribo arriba. Comprendí esa diferencia en el ramo de castellano que impartía, en el colegio alemán de Valparaíso, el profesor Raúl Fredes. Aquello fue esencial para disfrutar las novelas a fondo y para poder escribir una años más tarde. Por lo mismo en los talleres insisto: ustedes crean el narrador de su cuento, pero no son el narrador. Esté en primera o segunda o tercera persona, ese narrador es de ficción como los otros personajes del cuento que crean ustedes, escritores de carne y hueso. Si no se dan cuenta de aquello, quedan inhibidos como creadores. Recuerden a Marcela Paz y su personaje del niño Papelucho. Ella no era él. O piensen en El guardián en el centeno, la notable novela de J.D. Salinger, narrada por un adolescente. Salinger tenía entonces 32 años. El inmortal Holden Caulfield, narrador de esa novela que ha vendido más de 70 millones de ejemplares, no es Salinger, que murió en 2010.
Esa confusión entre ficción y realidad puede inhibir escribir una novela sobre un asesino en serie, un narco o un mafioso, o una novela erótica, como dijo la gran escritora española Almudena Grandes. Algo parecido le ocurre a actores de teleseries. Cuando representan muy bien el papel de villanos en series exitosas corren peligro. Cuando ciertos televidentes los ven los amenazan e increpan, e incluso los han agredido. Se dice que algunos declinan roles de villanos por miedo que los descarten de comerciales o puedan llevarse desagradables sorpresas en la calle, un mall o un restaurante. Para recordar algo de historia: Charlton Heston no fue Ben-Hur, Charles Spencer no fue Charles Chaplin y Mario Moreno no fue Cantinflas.
-Lo siento, soy el escritor pero no el narrador de Pasiones griegas ni de Los amantes de Estocolmo -respondo cuando me preguntan por detalles de ciertas escenas románticas. Algunos sonríen escépticos, otros decepcionados, y hay quienes se sienten defraudados. Lo siento -me dan ganas de decir-, también yo deseé ser el intrépido actor de ciertas novelas que escribí, pero esas escenas son ficción, y la ficción se construye de mentiras, aunque son mentiras que dicen verdades.