LA TRIBUNA DEL LECTOR Ampliación del Puerto de Valparaíso
POR ALFONSO SALINAS, PRESIDENTE DE ASIVA POR FERNÁN RIOSECO, ABOGADO POR FERNÁN RIOSECO, ABOGADO
Una de las cosas complicadas de la esfera social es tomar decisiones. Si a nivel individual nos complica hacer ciertas elecciones (por ejemplo, casarnos o qué estudiar), cuando tratamos de agregar preferencias desde lo colectivo, la cosa se torna mucho más compleja. Esta dificultad la vemos a diario en la política nacional, donde no alcanzamos consensos en materias tan trascendentales como el régimen tributario, proyectos de energía o el sistema de salud, por citar solo algunos ejemplos. En el plano local, llevamos más de una década debatiendo la ampliación del puerto de Valparaíso. Pero no sólo ahí. También lo vemos en proyectos en San Antonio, Las Salinas o en la bahía de Quintero. En todos, distintas visiones chocan y no logramos hallar una vía para avanzar.
Así, la sensación de estancamiento adquiere una dimensión muy concreta, pues nos quedamos sin hacer nada. En el caso del nuevo proyecto propuesto por Puerto Valparaíso, a partir del diálogo con actores políticos, ciudadanos y gremiales, la empresa introdujo varias modificaciones al proyecto de ampliación conocido como TCVAL o Terminal 2, y asumió diversos compromisos que quedaron sellados en un gran acuerdo. No obstante, el proyecto, hoy en tramitación ambiental, se ve nuevamente enfrentado a reparos de quienes aducen que los impactos serían inaceptables. Se corre el riesgo de, una vez más, volver a fojas cero.
Todos sabemos lo mal que está la ciudad de Valparaíso y lo lejos que se encuentra de su verdadero potencial. Su fama proviene de su carácter portuario, y la ciudad que deberíamos ser capaces de construir debe mantener y potenciar dicha actividad, adaptándola a los nuevos tiempos. Además, es fundamental poner en valor toda la riqueza patrimonial, así como su borde costero. Lo anterior generaría un renacer en Valparaíso, la capital de nuestra región, dinamizando los esfuerzos para mejorar la calidad de vida y el crecimiento de las demás ciudades de la zona. Sin embargo, estamos estancados. Es urgente realizar un esfuerzo mayor para avanzar. Para ello, es imprescindible que reconozcamos que las distintas visiones no surgen por ineptitud o intereses mezquinos, sino que por razones legítimas, pues todas presentan virtudes y defectos, perjuicios, pero también ganancias. Caricaturizar descalificando, no ayuda.
En este caso, el puerto necesita expandirse para seguir vigente. Las cargas que usan el puerto requieren aguas abrigadas y Valparaíso, gracias al molo existente, es el mejor de la zona central en ese aspecto. El proyecto propuesto por EPV considera aprovechar esa condición. El problema es que, dada su ubicación, tendría dos impactos complejos: sobre las vistas y sobre el acceso de la ciudad al mar. La pregunta es si dichos impactos son de tal magnitud, como lo argumentan sus detractores, que dañarían a la ciudad de forma fatal.
Para separar el polvo de la paja, conviene partir por descartar que exista una solución viable que permite la ampliación portuaria necesaria, pero sin causar ningún impacto negativo. Así, se ha planteado construir un nuevo molo de abrigo, en otra zona (por ejemplo, San Mateo), para no interferir con la ciudad y su área patrimonial. Se trata de una visión radical, donde el puerto debiera trasladarse completo (al igual que el Metro que debiera hundirse). Es una opción que tendría un costo sideral (sobre 500 millones de dólares) que ningún privado podría financiar, ni el Estado está dispuesto a subsidiar (sin contar los impactos de un nuevo molo sobre otras zonas de la ciudad que muchos también resentirían).
Más allá de las palabras, las probabilidades que el fisco incurra en inversiones que viabilicen esa alternativa son nulas, por lo que, en la práctica, si no se realiza el proyecto que aprovecha la zona abrigada por el molo existente, EPV no se va a ampliar y la ciudad perderá la posibilidad de una inversión cercana a los 780 millones de dólares y el puerto de Valparaíso seguirá perdiendo vigencia. Llevamos 10 años de evidencia de lo anterior. Pero si bien se acusa que el proyecto planteado impediría el acceso al mar, hoy, y desde al menos 50 años, no existe tal acceso. De hecho, el proyecto mejora de manera sustantiva la conexión con la costa. Por una parte, se redujo a la mitad, extendiéndose aproximadamente desde el muelle Prat a la altura de la plaza Aníbal Pinto. Por otra, desde Urriola hacia el muelle Barón, se habilitarían paseos de alta calidad, totalizando más de 1 kilómetro de espacio público costero, hoy inexistente, conectado además con la zona del Paseo Barón, abierta al público, y luego con el Paseo Wheelwright. Se trata de inversiones en espacios públicos del orden de los 30 millones de dólares que la ciudad no tiene, un monto sin precedentes en Valparaíso.
No parece que la obstaculización al mar sea tan devastadora como se acusa. Resta, sin embargo, sopesar los impactos paisajísticos. Para ello, es primordial entender de forma rigurosa cuáles serían, para lo cual la portuaria debe hacer un esfuerzo mayor para mostrar cómo se vería la ampliación desde distintos puntos de la ciudad. Sobre estas modelaciones rigurosas, algunos considerarán aberrante que aparezcan en el horizonte nuevas grúas portuarias o contenedores, mientras otros los verán como parte de una actividad característica de Valparaíso. En cualquier caso, habrá que poner en la balanza los beneficios que el proyecto acarrea o, puesto al revés, las consecuencias perniciosas de no haber sido capaces de avanzar y quedarnos en la situación deprimida en que estamos. Finalmente, además de reducir el proyecto a la mitad en la zona frente a Bellavista y, en adición a los paseos costeros ya comentados, el proyecto considera otras dos inversiones muy relevantes: un muelle para cruceros (130 millones de dólares) y un nuevo ascensor para el Barrio Puerto (Arrayán, 6 millones de dólares).
Se trata de obras potentes que tendrían importantes beneficios que no podemos desechar tan fácilmente. Después de más de 10 años, tenemos que salir de la misma lógica argumentativa, cada uno enamorado de sus propias razones. Nadie tiene una bolita de cristal y sabe con certeza lo que sucederá. El país está lleno de proyectos contra los cuales se auguraron calamidades que luego nunca ocurrieron. Las decisiones en la vida implican costos y beneficios, y para tomar una decisión responsable, todos deberemos ponderarlos con generosidad y mente abierta. La identidad de Valparaíso se ancla tanto en su patrimonio como en su puerto. Hagamos un último esfuerzo para que a futuro podamos destacar con orgullo que la decisión de ampliar el puerto incidió además en el desarrollo y restauración de la zona histórica de Valparaíso y potenció el desarrollo integral de su borde costero urbano, generando así un punto de inflexión para el bienestar de Chile, Valparaíso y la región.
Elogio de la estupidez
Es curioso, pero dos de las obras más célebres de la cultura occidental, El Banquete de Platón y Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam, comienzan usando el mismo formato: se constata la existencia de un culto insuficiente a una deidad, y luego se exponen los argumentos a favor o en contra de una visión determinada del amor y de la locura, respectivamente. En el caso de El Banquete son los comensales quienes advierten que no se ha rendido el suficiente culto a Eros, el dios griego de la atracción sexual y del amor, mientras que en Elogio es la propia locura o, mejor dicho, la estupidez, quien reclama la atención de los esquivos corazones humanos.
Estamos a comienzos del siglo XIV y la publicación de Moriae Encomium, sive Stultitae Laus (Elogio de la necedad o alabanza de la estupidez) convirtió al humanista Erasmo, muy a su pesar, en una especie de rock star de la época. Es llamativo que casi todas las traducciones de la obra prefieran el título Elogio de la locura. Tal parece que los humanos, en la disyuntiva de elegir entre dos "males" (locos o necios), tenemos cierta inclinación a favor de la falta de cordura antes que la estupidez.
Elogio fue escrito por Erasmo como un divertimento a su amigo Tomás Moro, y concebida como una aguda sátira de su tiempo. La obra comienza con Moriae (que aquí traducimos como estulticia) quejándose de que los humanos no la valoran como corresponde, en circunstancias que sin ella la subsistencia de la especie sería imposible. Este punto de partida es usado por Erasmo para atacar sin piedad a la sociedad de su tiempo, tan religiosamente falsa como ávida de placeres, manjares y lujos mundanos incompatibles con los valores de la cristiandad. También se castiga con ferocidad la vida cortesana, con sus guerras, despotismo, ostentación, manierismo, lujos y fatuidad, que son todo lo contrario de lo que Erasmo llama conocimiento, más no sabiduría, pues esta última está reservada sólo a Dios.
Armado hasta los dientes con un humor cáustico y corrosivo, Erasmo ridiculiza a la propia Iglesia Católica (en plena época de la Inquisición) y también a la filosofía. Nada ni nadie se salva de sus "elogios". Sus dardos se dirigen en particular a la filosofía escolástica, demasiado ocupada en asuntos superfluos e irrelevantes, y es un importante recordatorio sobre cómo una disciplina indispensable para una vida humana floreciente como lo es la filosofía, puede caer en los típicos vicios académicos en los que suelen incurrir los filósofos profesionales.
El problema de los necios, observa Erasmo, no es sólo que son muchos, sino que pululan en los asuntos públicos, que al final terminan en manos de ignorantes, cuya característica principal es creer que saben algo, cuando en realidad no saben nada y, peor aún, ni siquiera son conscientes de su propia ignorancia.
¿Le suena conocido? ¿Puede ser quizás nuestro amado Reino de Chile?