Secciones

LA TRIBUNA DEL LECTOR

POR RAFAEL TORRES ARREDONDO, DIRECTOR MUSEO BABURIZZA
E-mail Compartir

Cuando uno piensa en museos en Europa, siempre la memoria trae la imagen del Louvre, en la capital francesa, con la Gioconda como insignia principal; o El Prado, en España, y las Meninas de Velázquez. Así también pensamos en el Museo de Londres y tantos otros grandes recintos en el Viejo Continente. Ello por cuanto, es una realidad, gozan de tener grandes recintos, con extraordinarias colecciones, que reciben millones de visitantes al año, siendo por lejos de los principales atractivos que las muchas naciones europeas ofrecen, teniendo también una importante fuente de ingreso de recursos a través de su funcionamiento.

Pero no todos los museos europeos son necesariamente grandes, hay muchos que se asemejan totalmente con cualquier museo nacional. Hace unas semanas tuve la oportunidad de realizar un viaje de aprendizaje y observación sobre experiencias en museos en las ciudades de Madrid y París. Visité los museos Del Prado, Museo Thyssen-Bornemisza, Museo Lázaro Galdiano, Museo Palacio de Liria, Museo Sorolla y el más reciente de todos, el Museo Galería de las Colecciones Reales, todos en Madrid. Acá los hay grandes, medianos y pequeños; los hay estatales y privados, pero todos de gran nivel e importantes acervos.

En París tuve oportunidad de visitar el Museo Maillol, Museo Gustave Moreau, Museo del Louvre, Museo Jacquemart-André, Museo de Bellas Artes, Petit Palais, y el Museo D'Orsay. El primero de todos, el más grande y famoso del mundo, pero también hay medianos y pequeños, y públicos y privados. Pero también todos muy bien conservados y con extraordinarias colecciones.

Las visitas tuvieron en la mayoría de los casos un recorrido guiado por la colección permanente, permitiendo con ello poder conocer las formas de presentar al espectador las colecciones; también me permitió apreciar las formas de exhibición que se están usando y las actividades de mediación que tienen los diferentes museos, principalmente aquellos con una relación de dimensiones y alcances con el Museo Baburizza de Valparaíso, por cuanto era importante visualizar experiencias replicables en espacios, recursos y patrimonio. En todos los museos conversé con algún directivo o encargado, presentándome y también al Baburizza. Me dio mucha alegría que todos conocían de Chile y Valparaíso, y más de alguno nuestro museo de Bellas Artes. En el caso del Museo Sorolla, en España, están muy conscientes de la cantidad de obras del artista que están en Chile y de los dos grandes cuadros que posee la colección del Palacio Vergara, en Viña del Mar.

Me dediqué mucho a observar la forma de exhibición, constatando que hoy está en tendencia la llamada "muestra de gabinete", que es la instalación de muchas obras en un mismo muro, con menos espacio entre sí y recreando los antiguos talleres de los artistas, dejando un poco atrás la presentación lineal ocupada actualmente en muchos museos. Las grandes colecciones atesoradas por los museos les permiten este tipo de montajes, pero también hay un especial cuidado en la manera de presentar y los recursos gráficos con los cuales acompañar las obras.

En lo relativo a Mediación y Educación, dos áreas de especial significado para la gestión de un museo, pude constatar que en Chile en general y en el Baburizza en particular, estamos en un muy buen pie, ya que todos hacemos mucho trabajo con los niños; con personas mayores y recorridos inclusivos, lo cual hoy se puede encontrar en la mayoría de los recintos nacionales, pero claramente, es un área que aún podemos reforzar. La accesibilidad es un tema complejo en muchas en edificaciones históricas tanto allá como acá, no todos la tienen bien resuelta, entre otras razones por las normativas de cuidado patrimonial y arquitectónico, pero es un imperativo a atender de todas maneras, por cuanto, entre otras materias, la población mayor y con movilidad reducida crece a pasos agigantados en ambos extremos del mundo.

Poder viajar a recorrer museos, sin duda, es una oportunidad invaluable, pero además tener la posibilidad de vivir una experiencia de aprendizajes, fortalecedora y muy didáctica, al ser un usuario de cada uno de los doce recintos visitados, vivir la visita en primera persona, pudiendo encontrarme con grandes obras del arte universal, como también descubrir colecciones y museos que no había tenido la oportunidad de visitar antes, fue sin dudas extraordinario.

Como siempre en naciones de alto desarrollo, me sorprende gratamente ver cómo se cultiva en todo nivel de la sociedad, el consumo cultural, por una parte, y por otra, el compromiso estatal con la conservación y fortalecimiento de su patrimonio. Lo mismo en el caso de la filantropía, esa maravillosa voluntad de retribuir y aportar. Ojalá eso también se haga sentir fuerte por estas tierras.


Grandes, medianos y pequeños museos

La mentira en política

POR FERNÁN RIOSECO, ABOGADO
E-mail Compartir

Puede parecer sorprendente que nos ocupemos de las relaciones entre la política y la mentira. Después de todo, si la política es inherente al ser humano, como pensaba Aristóteles, la mentira ha acompañado su ejercicio desde los albores de la civilización. Allí donde hay políticos hay impostura, falsedad, engaño y mentira. De hecho, la mentira en política es de tan ordinaria ocurrencia que los ciudadanos nos hemos malacostumbrado a tolerar su existencia, no pocas veces a costa del bien común.

Sin embargo, en el mundo moderno el estrecho vínculo entre la política y la mentira adquiere matices que no cualquiera puede vislumbrar en su justa medida. Hace falta el genio de Hannah Arendt para captar la profundidad de esta relación incestuosa, donde la mentira organizada institucionalmente se transforma en un principio político aceptado por la comunidad. En palabras de T.S. Eliot, es un hecho que los seres humanos no soportamos demasiada realidad.

El problema de la mentira en política es también el problema de la verdad en política. Como dice Lukács, ninguna ideología es inocente, y su función más pervertida es el falseamiento de los hechos y la manipulación de la verdad, un rasgo distintivo de los totalitarismos, pero que en nuestros días afecta también a las democracias más reputadas de Occidente, como es el caso de Estados Unidos.

¿Hasta qué punto puede sostenerse que Trump ha ocupado la mentira y la falsedad con mayor asiduidad que Harris y sus adversarios demócratas?

Esta pregunta no es baladí, pues decir siempre la verdad en política no es necesariamente una virtud en el sentido aristotélico. Por el contrario, algunas veces la Razón de Estado prevalece frente a la máxima latina fiat iustitia, et pereat mundus (hágase justicia, aunque el mundo perezca). Cicerón lo expresa de manera exquisita: summun ius summa injuria, denotando la idea de que un exceso de rigor en la aplicación de la ley puede ser contraproducente.

La virtù del príncipe, agrega Maquiavelo, no tiene una dimensión moral, sino estratégica. El príncipe tiene el deber de hacer lo necesario para garantizar la estabilidad de la República, pero no se trata de un deber ético, sino utilitario. Si es necesario acudir a la Razón de Estado para evitar que la República se derrumbe o caiga en manos enemigas, el príncipe tiene que hacer lo que tiene que hacer. Ni más ni menos.

Así planteadas las coordenadas del discurso, ¿cuál es el valor de la verdad en política? En tiempos de posverdad, "verdad" quiere decir verdad factual, esto es, la que se atiene a los porfiados hechos y no a las opiniones. En suma, algo tan simple como ajustarse a la realidad. Un gobernante, por tanto, debe equilibrar el ejercicio del poder entre la realidad y la utopía. En eso consiste "habitar" el cargo.

Sin embargo, soy algo escéptico. Tengo para mí que la verdad es un periódico de Murcia.