APUNTES DESDE LA CABAÑA
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EX MINISTRO Y EMBAJADOR, ES ACADÉMICO DEL CENTRO PAÍS HUMANISTA DE LA UNIVERSIDAD SAN SEBASTIÁN Y DE LA UNIVERSIDAD FINIS TERRAE ESCRITOR, EX MINISTRO Y EMBAJADOR, ES ACADÉMICO DEL CENTRO PAÍS HUMANISTA DE LA UNIVERSIDAD SAN SEBASTIÁN Y DE LA UNIVERSIDAD FINIS TERRAE
Bueno, ya no hay nada que hacer. Está amaneciendo más tarde, descienden las temperaturas, los árboles comienzan a perder hojas, y en tres días llega la Luna Llena, y así vamos enterrando el verano. Otro verano que no volverá, dice una canción. Es el momento de calma tras la euforia estival, momento en que uno hace recuentos, los que a su vez dependen de la edad y el estado de ánimo de cada cual. Los viajeros lo medirán por las millas que volaron y los países que visitaron; los jóvenes por los romances que iniciaron o terminaron; los eremitas como yo y mi señora: por los días que pasamos en casa disfrutando cada rincón de ella y su jardín, leyendo libros, escuchando música, conversando, recibiendo a amigos. Para los mayores llega un arqueo imposible de traducir en certidumbres: ¿Cuántos veranos más disfrutaré?
Con los decenios uno va tomando conciencia sobre el implacable paso del tiempo y lo fugaz de nuestra existencia. Por lo mismo, uno valora hasta los instantes, las cosas viejas que nos acompañan desde hace mucho, los silencios y las lealtades, la transición de las estaciones, la resistencia de la naturaleza ante nuestra actividad depredadora y destructiva (a ratos incluso regeneradora), aquello inefable del arte, los misterios de la fe y del universo, la estimulante invitación que extienden la filosofía y la historia, el pensamiento humanista, y el mensaje sin palabras que lanza la aparente inmutabilidad de los árboles y el aletear de pájaros, y se aprecia más el pálpito reposado de sentimientos que se profundizan, como el amor, la amistad, la solidaridad.
Valoramos todo eso como seres afectados espiritualmente, como sufridos sujetos "abovedados" en un mundo al cual fuimos arrojados, como dice Martin Heidegger. Vivimos en un tiempo en que predominan el vértigo, la codicia, el pensamiento de corto plazo, la astucia, el todo vale, las emboscadas, pero también -a veces, pocas, es cierto- se divisa el resplandor de algunas llamitas de esperanza. Ante ese panorama algunos optan por hacer como el avestruz, que oculta la cabeza bajo tierra. (Por cierto: ¿Será verdad comprobada o una campaña de desprestigio contra los avestruces?). En todo caso, sepultar la cabeza no resuelve nada. Cada cierre de ciclo es una oportunidad para reflexionar y proponerse nuevas metas, acorde con la edad y las aspiraciones, pero también para explorar en la historia y ver si de ella podemos extraer lecciones para nuestra acción. Al final, cambia sólo la tecnología y la condición humana sigue siendo la misma. E invito a quien lo dude a leer páginas de Epicuro, Séneca o Marco Aurelio, e incluso de Sófocles y Esquilo, que escribieron sus textos hace más de dos mil años. Somos los mismos…
Bueno, esta vez no finaliza sólo el verano austral sino también otro ciclo, uno que tiene lugar ante nuestros ojos en medio de la decepción y el temor, uno que puede desembocar en tragedia mayor, perspectiva que causa traumas. Me refiero a lo que están sufriendo los europeos: la fractura del "Occidente" actual, definiendo a este como la alianza transatlántica surgida en 1949 entre Estados Unidos y Europa occidental. Sabemos que el concepto de Occidente surge en la Antigüedad tardía, tras la disolución del Imperio Romano, y que en gran medida lo hicieron posible, sobre las ruinas romanas, el latín y la cristianización continental.
Pero remitámonos al hoy: Tras la Segunda Guerra Mundial empezó a consolidarse un mundo libre y democrático, el "West", cuya fuerza se basó, bajo la conducción de Estados Unidos, en la unidad de la diversidad de economías de mercado que se tornaron pujantes con democracias liberales que en 1989 venció al comunismo a través de su insuperable ejemplo y menú: los mayores grados de libertad, democracia y prosperidad nunca antes alcanzados por la humanidad. Pues ese mundo sufre grave deterioro, trizado está a punto de desplomarse y con nefastas consecuencias. El mundo democrático y libre post 1949, reforzado en 1989 con el desplome del otro sistema totalitario de ese siglo, el comunismo, puesto que el nacional-socialismo cayó derrotado ya en 1945. Occidente, que no es perfecto y tiene sombras aunque más luces, y que los jacobinos repudian como no repudian a cuanta dictadura de izquierda existe, irradió influencias políticas, culturales y materiales beneficiosas para gran parte del planeta. Ni China ni Vietnam serían hoy pujantes si no hubiesen abrazado la economía de mercado occidental.
Esa épica y venturosa fase parece haber llegado a su fin, y las responsabilidades se hallan dispersas en ambas costas del Atlántico, algo que lecturas sesgadas, nutridas por intereses políticos y económicos particulares, no perciben o desfiguran. Lo cierto es que ni el gobierno de Estados Unidos, pese a su incontrastable poderío militar y económico y su entendible convicción de "¡Así ya no jugamos más!", ni tampoco Europa, gigante económico y pigmeo militar, que construyó su generoso estado de bienestar gracias al amparo que le brindó la superpotencia allende los mares, pueden eludir su responsabilidad en el quiebre. Sólo aceptando esa realidad y discutiendo sin tapujos las eventuales alternativas en salones sin acceso a las cámaras, podrán los aun socios y aliados desbrozar un camino de unidad, acción y sueño inspirador incluso más allá de sus fronteras.
La historia enseña que los vacíos de poder no se mantienen por mucho tiempo. Si Estados Unidos llegara a retirarse de Europa, ésta tendrá que cruzar estepas tenebrosas hasta que logre, ignoro si apaciguando o enfrentando a Rusia y al poderío económico y tecnológico de China, por no referirme a otros competidores que están ingresando en las grandes ligas mundiales. Destaca allí la India, con 1.400 millones el país más poblado del globo. No olvidemos: Asia viene con más fuerza, convicción, conocimientos, disciplina de trabajo y tecnología; y Europa muestra su declive, sus divisiones y dificultades para reaccionar rápido, y se siente afectada por la migración desbordada y unos derechos sociales devenidos privilegios insostenibles en términos financieros.
Tras visitar Chile, el ex primer ministro británico Boris Johnson, dijo que lo ideal en estos tiempos era vivir en Rapa Nui. Lo dijo en broma, pero su broma guarda un grano de verdad. Pero no nos engañemos, la distancia geográfica con respecto a la posible expansión de la guerra que desvela a Europa no nos libra de tener que solucionar los problemas que enfrentamos como región y, en primer lugar, los que nos angustian en este Chile hoy sin liderazgo ni GPS. Ya algunos países africanos -para no hablar del boom de varios de los árabes- muestran un crecimiento a tener en cuenta porque las inversiones que buscan mano de obra barata están saliendo de China. Algunas se desplazan hoy de ésta a vecinos asiáticos, pero también a países africanos, donde China ha adquirido territorios en los que produce para su propio mercado. América Latina debe dejar de culpar a otros por sus fracasos y trazarse caminos viables y consensuados para salir adelante. Y una de las principales lecciones para Chile está en los noticiarios internacionales de todos los días y que la clase política debe tomar en cuenta: A la hora de la hora cada país se defiende con sus propias uñas y lo que haya hecho bien durante los últimos decenios. No hay atajos ni recetas ni utopías milagrosas, ni tampoco líderes mesiánicos que nos vayan a rescatar.