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LA TRIBUNA DEL LECTOR Avenida España

POR JORGE SALOMÓ FLORES, HISTORIADOR
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La ruta de conexión entre Valparaíso y Viña del Mar desde tiempos coloniales aprovechó las colinas del oriente porteño, saliendo por el barrio bohemio de La Calahuala, para llegar hasta Los Placeres auríferos, la quebrada de Esperanza y las laderas de Recreo. El Camino Alto salía desde el Pasaje a Quillota, dinámico eje de comercio entre fines del siglo XIX y parte del siglo XX.

En esta pequeña calle porteña funcionaron deliciosas panaderías, carnicerías, tiendas de telas, paqueterías, ferreterías, almacenes, restaurantes y fuentes de soda, boticas, incluso el Cine Chile, popular punto de encuentro que engrosaba la generosa lista de teatros y salas repartidas entre el plan y los cerros de Valparaíso. Cercano al Teatro Avenida -el legendario espacio del Gordito de La Noche- el Pasaje Quillota definió un perfil más comercial que caminero, reafirmado por la apertura de los elevadores Barón y Lecheros.

La población mayoritaria trabajaba en la Empresa de Ferrocarriles del Estado, por lo que el sector noreste acogió la maestranza, canchas de deporte, el Hospital, pujantes sindicatos y colectivos benéficos ferroviarios, por supuesto, atendidos por lecheros y panaderos que desde la madrugada recorrían con sus carros y triciclos para abastecer las necesidades de su pujante población y del barrio de El Almendral.

Debemos a Enrique Budge y al intendente Joaquín Fernández Blanco la transformación colindante a la línea férrea y el diseño del Camino Plano, que con ese nombre se abrió en enero de 1906 en una fracción de su trazado hasta la Caleta Portales y el Matadero. El historiador y político Benjamín Vicuña Mackenna resaltó la importancia del sector y de la comunicación con el vecino balneario viñamarino en su obra "De Valparaíso a Santiago".

El terremoto del 16 de agosto de 1906 resignó el financiamiento de la magnífica obra vial para terminar el Camino Plano, que debió postergar su pavimentación definitiva hasta la inauguración como avenida España, el 1 de octubre de 1922. En los primeros años de operaciones se instaló una caseta de cobro de peajes en Yolanda, intersección de las quebradas de Los Placeres y Barón, inédito sistema de financiamiento para amortizar la inversión con el paso de sus usuarios.

Operaron escaleras y elevadores entre la maestranza la estación ferroviaria de Barón y Numancia; la colocación en 1925 de la primera piedra de la Universidad Católica de Valparaíso y unos pocos años después de la Universidad Técnica Federico Santa María, convirtieron la avenida España en un eje de movilidad notable, sumado a la construcción de las modernas dependencias del balneario El Recreo, con el primer Casino viñamarino (1928), su patio andaluz, la piscina, la playa Poca Ola y las dependencias de un centro de talasoterapia con Baños Calientes de Mar.

La Caleta Portales, la Escuela Industrial, el Caleuche, el Club de Submarinistas, la industria Robinson Crusoe, la Escuela de Turismo, el Club de Yates y las dependencias del Fuerte Papudo -hoy Gran Océano- fueron testigos de la época dorada de la avenida España y la curva de Los Mayos.

Curiosamente, la Tercera Etapa de su ampliación en la década del 80 marcó el comienzo del dramático final para lo que podría constituir un precioso paseo entre Valparaíso y Viña del Mar. El exceso de velocidad de automóviles y buses, la falta de un diseño de vinculación entre los rodados, la línea férrea y los peatones y ciclistas, llevó al abandono del Camino Plano. Hoy, andar por el sector es difícil. La irregularidad de las aceras, las estructuras metálicas de seguridad más bien amenazantes para quien osa recorrer o hacer deporte en este sector, son el reflejo del olvido de la hermosa historia que acogió el acariciado proyecto de diseño y pavimentación interurbano.

En 2018 se ejecutaron obras de repavimentación asfáltica, pero la vereda y sus barreras no fueron consideradas. La señal de olvido de quien corresponda, Gobierno Regional o respectivos municipios, da cuenta de la realidad lamentable del sector. Tal vez esta página sirva para incentivar a nuestras escuelas de arquitectura para que tomen este espacio y entreguen a las autoridades algún proyecto de mejoramiento creativo, respetuoso del entorno y de sus vecinos, y podamos recuperar la avenida España para el peatón, el deportista, el ciclista, la familia.

El porqué de la guerra

POR FERNÁN RIOSECO, ABOGADO
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¿Cuál es la relación entre el Derecho y la violencia? ¿Existe alguna forma de liberar a los seres humanos de la amenaza siempre latente de la guerra? ¿Es lo mismo fuerza que violencia? ¿Por qué nos indigna tanto la guerra? Estas son algunas de las preguntas que Albert Einstein formula y sugiere al padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, en una carta enviada en 1932 y que el pensador austríaco tuvo a bien responder, aunque con poco entusiasmo, debido a las oscuras conclusiones que se derivan de su teoría psicoanalítica.

Con la publicación de Más allá del principio del placer (1920), Freud abandona su primera teoría de las pulsiones, precisamente porque esta no daba cuenta de las pulsiones de agresión, destrucción y autodestrucción inherentes al ser humano. Luego de los horrores y la devastación de la Primera Guerra Mundial, se hizo evidente para Freud que su teoría original era incapaz de explicar las pulsiones más oscuras que moran en la naturaleza humana. Su solución fue la de oponer a la pulsión de vida (Eros) la pulsión de muerte o destrucción (Tánatos), concluyendo en su respuesta a Einstein que las guerras son un fracaso civilizatorio (una regresión en el más estricto sentido psicoanalítico), pero deslizando la idea de que -probablemente- nunca podremos evitarlas del todo, aunque sí es posible minimizar las condiciones que favorecen su estallido.

Todo indica que Freud era consciente de que las pulsiones de vida y muerte, si bien son antagónicas, al mismo tiempo están imbricadas en tanto y en cuanto Eros "necesita disponer de la agresión para conseguir su propósito".

En un sentido similar, y casi por la misma época, un joven Walter Benjamin se hacía preguntas similares a las del autor vienés en su ensayo Para una crítica de la violencia (1921), donde discute las ideas de pensadores de su tiempo, como Schmitt y Sorel, y muestra la íntima relación que existe entre la violencia y la ley. Según Benjamin, la violencia es el fundamento del derecho y puede ser de dos tipos: una que da origen y legitima el orden jurídico, y otra que lo resguarda y lo mantiene. La diferencia radica en que la violencia que se ejerce para sostener el derecho se basa en la amenaza del uso de la fuerza, antes que en su efectiva aplicación. Es la distinción entre coerción y coercibilidad.

No es difícil relacionar estas ideas con las que décadas más tarde propondrá René Girard en su ensayo La violencia y lo sagrado (1972), donde el francés postula que las sociedades humanas no surgen de pactos o de contratos sociales, ni existe tampoco una tendencia asociativa natural en el hombre, como pensaba Aristóteles. Por el contrario, toda sociedad se funda en la violencia, y la causa primordial de esta última reside en el carácter mimético del deseo.

¿No será (y aquí volvemos a las preguntas originarias, cuya respuesta nos cuesta aceptar) que los períodos de paz son sólo un intermedio entre dos guerras?