LA PELOTA NO SE MANCHA La otra piel
El jueves por la mañana, me sorprendí al ver a una persona con una antigua camiseta de la Universidad de Chile, de Leo Rodríguez. Claro, la U había vencido a Botafogo en la Copa Libertadores, pero no es eso lo importante, sino cómo me transportó en el tiempo a ese equipo que estuvo cerca de llegar a la final de la Copa Libertadores. No me gusta la U, pero cada vez que veo una polera antigua, sin importar de qué equipo, mi cabeza me lleva a equipos y jugadores que, por diversas razones, quedan guardados en nuestro recuerdo.
Por esto mismo, celebro el libro de Germán Toro "La Piel del Decano", un armario gráfico donde se exponen las diversas camisetas que utilizó Wanderers desde 1988 hasta ahora. De la misma forma como me sucedió con la camiseta de Leo Rodríguez, las diversas tenidas que aparecen en este libro nos transportan a épocas inolvidables y a otras que quisiéramos jamás recordar.
En mi caso, recuerdo con especial cariño la camiseta Adidas que usaron los caturros en 1990-1991 y no por el resultado que obtuvieron, de hecho, descendieron, sino por otras razones. La primera, se trataba de un modelo que replicaba al que usó Holanda cuando salió campeón de Europa en 1988 y que era toda una novedad cromática. Lo segundo, es que conseguí un ejemplar de una forma bastante particular.
La historia comienza luego del descenso de Wanderers en 1991. Supongo que nadie se acordó de reclamar las camisetas y no es extraño que hayan quedado tiradas en un camarín lleno de desolación y desesperanza. Según yo, el utilero se las pasó al encargado del lavado y éste no encontró nada mejor que venderlas por un precio miserable, según los estándares actuales, considerando que antes no se comerciaban. Gracias a esto, conseguí quedarme con la número 5, que era la camiseta que había usado Jaime Bahamondes, fiel seguidor del padre Hurtado ("Dar hasta que duela"). Considerando el origen espurio, el futuro no podía ser muy prometedor. En una vulgar pichanga, me pidieron que llevara camisetas verdes para distinguirnos de los rivales y una de ellas era la de Bahamondes. Después del partido, el que la usó se negó a entregármela transpirada y se comprometió a devolverla lavada. Nunca más supe de él y menos de mi camiseta.
No fui el único que pisó el palito. A un amigo, de la U, le pasó algo similar con la camiseta que iba a usar Colo Colo en la final de la Recopa contra Cruzeiro en Kobe, Japón, en 1992. Una lesión dejó fuera a Patricio Yáñez, pero su camiseta, con el número 7 en la espalda, ya había sido diseñada y jamás se ocupó. Prefiero no recordar la manera como la consiguió, la cuestión es que, al igual que yo, la prestó en una pichanga y después de ella, jamás se supo.
Gracias al libro de Toro, recordé otra historia que sitúo en el 93. Mi profesor jefe era de Wanderers y el día de su cumpleaños, mis compañeras se organizaron para comprar una torta de regalo, mientras los hombres optaban por un libro. Nunca fui un líder, pero esa vez me armé de valor y dije que lo único que le iba a gustar era la camiseta del decano. Juntaron las lucas y partí solo a Valparaíso. Con más envidia que entusiasmo, compré la camiseta que confeccionaba y vendía la tienda Ansaldi en la Avenida Pedro Montt. El regalo no se lo pasé yo, pero siempre supo que yo estaba tras él. La ocupó muchos años, en el estadio, en los partidos que jugábamos en el colegio y, según mi padre, en las reuniones de apoderados.
Ya lo he dicho otras veces, el excesivo marketing ha ido matando esa identificación que existía entre los hinchas y los jugadores gracias a las camisetas. Lo único que nos queda, entonces, es el recuerdo. Por eso, vale la pena celebrar la iniciativa de Toro e impulsar a que otros equipos hagan lo mismo, para así recordar tantas remeras que han quedado grabadas en la memoria de sus hinchas.