RELOJ DE ARENA El olvidado poeta de Limache
En esta casa periodística éramos grandes consumidores de té, costumbre muy británica propia de Valparaíso. En tiempos de la Segunda Guerra Mundial la escasez del producto alteraba hasta la vida diaria de toda la población.
A media jornada matinal, en La Estrella, cuando era diario vespertino, aparecían a compartir una taza de té junto a crujiente pan batido de la Panadería Aníbal Pinto, diversos personajes.
Recuerdo entre muchos a José Pérez, entrenador de Wanderers que venía a recibir las observaciones y consejos sobre el partido anterior y el próximo del jefe de informaciones Enrique Swett Claro, diestro analista del fútbol, titular de un comentario radial junto a "Poroto" Smith, hombre también experto en hípica. Swett, eterno estudiante de derecho, estaba además preparando su memoria que, adelantado, se titularía "El futbolista profesional". Además, el Huaso Swett, limachino, fue presidente nacional del Consejo fundador del Colegio de Periodistas de Chile.
La charla y las estrategias que discutía con José Pérez, desesperaban a Chinchón, regente, jefe de talleres del diario que mantenía una lucha diaria por hacer correr las prensas rotativas a la hora para así ajustarse a un complejo sistema de distribución dirigido por Héctor Mascareño, jefe de circulación, que consideraba hora de salida del personal de ciertas empresas y hora de partida de trenes locales que llevaban los ejemplares hasta La Calera. Enlazaban allí con el expreso que salía de Santiago a las 17.45, pues los porteños viajeros deseaban saber las noticias ocurridas durante su ausencia. Clave era también la previa a la función de los cines de avenida Pedro Montt. Resultado de esa buena logística era una circulación con cifras de alcance nacional y que no han vuelto a repetirse.
Un homicidio
Visita habitual era el abogado Aarón Morgunovsky, de acertados comentarios y en algún momento con importantes informaciones sobre las pesquisas para dar con el paradero de una de sus clientas, Rosa Abramovich, residente de Plaza Victoria, asesinada en el sur del país. Hasta nos proporcionó el testamento de la infortunada mujer. El diario impactó con esas informaciones.
También eran visitas a la hora del té matinal algunos parlamentarios que entonces eran sus propios "asesores comunicacionales". Algunos, lateros, parte de su estilo, pero merecían atención, pues en medio de la "paja molida" aparecían temas dignos de grandes titulares.
Otro personaje que llegaba discretamente en las mañanas era Alfonso Toledo Rojas, el poeta Toledo, un limachino de buena familia, hijo de un conocido y estimado notario de principios del siglo pasado. El poeta padecía de una cojera congénita, coxalgia severa, en la pierna izquierda que, en cierto modo, compensaba con un eterno maletín que cargaba con su mano derecha.
No era un latero. Su conversación amena era ilustrada con el apoyo de su notable memoria. Compartía sus experiencias en múltiples oficios, uno de ellos el periodismo. Entre sus historias estaba la organización de funciones de teatro en su comuna a beneficio de buenas causas, como el hospital, al igual que todos los hospitales públicos, falto de recursos. En el desaparecido diario local mantenía campañas de bien público.
Toledo viajaba casi diariamente a Valparaíso, haciendo uso de un pase libre ferroviario que antiguamente teníamos los periodistas pertenecientes al Círculo de la Prensa. Un aporte público que facilitaba el trabajo de los profesionales de todos los medios.
Vanguardismo
Entre las experiencias que presentaba nuestro visitante era ser parte de un movimiento poético vanguardista llamado "runrunismo", extraña denominación que había adoptado en las primeras décadas del siglo pasado un grupo de jóvenes escritores. Los runrunistas jugaban con la repetición de palabras, expresiones y motivos poéticos.
También presentaban en sus textos caprichosos diseños tipográficos.
Toledo exhibía un libro, una antología o algo así, que publicaba algunas de sus creaciones. A mediados de los años 30 del siglo pasado alguien denunció que una de sus obras había sido plagiada por Pablo Neruda. El tema dio para comentarios y artículos en la prensa.
Neruda conoció los cargos y, afirma Andrés Sabella, habría comentado:
- "La gloria es tan ancha que alcanza para los dos…".
Al final de la historia nadie dijo nada, nadie dijo nada, como había escrito con acierto Pezoa Véliz en una de sus obras más conocidas.
En medio de la vorágine matinal del diario y del tecito, Toledo, discretamente se despedía y seguramente partía a la Estación Puerto a tomar al próximo tren a Limache.
Un día un malvado periodista, sonriente, afirmó algo que ya habíamos advertido junto a la despedida del poeta:
- Se fijaron que Toledo se lleva unos pancitos...
Era cierto, el poeta, tal vez solitario y con ingresos inciertos debido a su errática vida laboral, tenía hambre y un buen refuerzo para su dieta limachina eran unos pancitos frescos de la Plaza Aníbal Pinto.
Tras un terremoto, en una de sus visitas nos compartió su precaria situación económica. Quería vender algunos libros, restos de su biblioteca, en parte heredada de su padre.
Interesante oferta ante mi vicio oculto de consumidor de libros más allá de los estantes de las librerías formales. Una biblioteca personal en una tradicional localidad como Limache resultaba interesante.
Rescato este episodio motivado por la última columna de mi amigo Roberto Ampuero, quien alude a las tentaciones que le presentó un anticuario limachino.
Un atardecer voy con mi familia a Limache Viejo y llegó a la vivienda del poeta, una casona tradicional en una cuadra de fachada continua con muestras del ataque del gran sismo.
Golpeo, me invita a entrar y a compartir una botella de Vino Urmeneta, viña tradicional de Limache hoy desaparecida.
Un salón amplio con pocos muebles, que acusan calidad y tal vez pasado glorioso. Parte del noble mobiliario se debe haber vendido. En unos estantes sobrevivientes hay numerosos libros con diversos empastes. Variados títulos, algunos de derecho consultados por el fallecido padre notario. En una repisa una serie de volúmenes de buen empaste que acusan el paso de los años. Abro el primer tomo. "Historia del Pueblo de Dios. Dedicada a la catholica magestad de nuestro Rey, y señor D. Fernando Sexto (que Dios Guarde)".
Una joyita
El autor es el jesuita francés Joseph Berruyer, con traducción al español del sacerdote también jesuita Antonio Espinosa. La fecha de impresión, 1746. Son 12 tomos en perfecto estado y una tipografía que debe formar parte de la historia de la imprenta. La obra es un regalo del hacendado Adolfo Eastman al notario Juan Francisco Toledo y Cornejo, según se lee en una dedicatoria fechada en San Francisco de Limache el 20 de abril de 1915. En fin, una joyita bibliográfica que llegó de Europa en uno de los viajes de Eastman, quien compartía inquietudes literarias con el notario Toledo.
Tal vez mala educación, no comparto el vino de raíces locales con el poeta y, prosaicamente, entramos a hablar de precio.
Él tiene claro el valor de la obra y sabe de regateos tras la venta de otros de sus interesantes bienes. Llegamos a un acuerdo satisfactorio y me retiro con los libros. En el viaje de vuelta las hijas revisan las venerables páginas y no encuentran nada atractivo. No hay monos. No aparecen Condorito ni el Pato Donald. Llegará el momento en que apreciarán mi inversión y mi gusto. En fin, la verdad tiene su hora… ¿Se acuerda usted?
Tras el fallecimiento de Toledo recuerdan su obra literaria y espíritu de servicio público artículos publicados en La Estrella y El Mercurio, Ruth Eliana Merino, poetisa, y Adolfo Simpson Trostel, redactor externo de este Diario.
El poeta emprendió su último viaje en el tren de la eternidad en julio de 1979 con ese antiguo pase ferroviario que tanto ayudó a movilizar su maltratada humanidad entre Puerto y Limache. Posiblemente esté sepultado en el Cementerio Parroquial. ¿Alguna calle de Limache recuerda a este estimado poeta?