Secciones

LA TRIBUNA DEL LECTOR Capilla Sixtina: la llave pontificia

POR JORGE SALOMÓ FLORES, HISTORIADOR
E-mail Compartir

La Capilla Sixtina es el centro de la noticia para el cristianismo y para muchas personas interesadas en las determinaciones importantes en el proceso histórico del que somos testigos y protagonistas. En este tiempo convulsionado, con grandes contradicciones, el anuncio del nuevo pontífice que encabezará los lineamientos de la Iglesia católica a partir del cónclave, es una situación que constituye un acontecimiento espiritual y político indisociable.

La construcción de la capilla comienza en 1473 bajo el pontificado de Sixto IV, quien encomienda a artistas italianos como Sandro Botticelli, Pietro Perugino, Domenico Ghirlandaio, Cossimo Rosselli, los primeros trabajos pictóricos. En 1492, tras la muerte del papa Inocencio VIII, se realiza el primer cónclave en que el Colegio Cardenalicio se reúne en la Capilla Sixtina.

La elección del cardenal Rodrigo Borja como papa Alejandro VI es una de las más controvertidas de la historia. El nepotismo, la simonía, los abusos de poder, son rasgos de una etapa oscura, que enfrenta a las principales familias italianas de la época. Entre 1493 y 1494, cuatro bulas pontificias sirven de base para el tratado de Tordesillas, que reparte los territorios de América a colonizar y conquistar, entre las coronas de España y Portugal.

En la primera mitad del siglo XVI la Capilla Sixtina vive su momento estelar. El papa Julio II, della Rovere, encarga los frescos de la bóveda a Miguel Ángel Buonarotti, que se inspira en el Antiguo Testamento, desde el Génesis al Diluvio Universal, para pintar los notables frescos durante cuatro años, entre 1508 y 1512. Es el tiempo de las incómodas visitas del papa para conocer los avances del pintor, escultor y arquitecto florentino: "¿Cuándo terminarás?" interpela Julio II, a lo que el artista contesta desafiante: "Cuando termine".

El papa León X, Medici, lidera la Iglesia entre 1513 y 1521. Debe enfrentar las interrogantes del monje agustino Martín Lutero y del protestantismo, que desde Wittenberg denuncian la grave crisis eclesial con sus 95 tesis (1517). En 1536, el pontífice Paulo III solicita a Miguel Ángel pintar la pared del altar de la Capilla Sixtina, con el apocalíptico tema de "El Juicio Final". Es el tiempo de la Contrarreforma, de la fundación de órdenes clericales de lucha, con santos como Ignacio de Loyola y Teresa de Jesús.

La columnata de Gian Lorenzo Bernini en la Plaza de San Pedro pone a la bella Capilla Sixtina en un plano más privado, oculta tras los brazos arquitectónicos. Así, a partir del barroco, la función de sitio para consensuar a los herederos del trono de Pedro se afianza aún más. Desde 1878, con el nombramiento del papa León XIII, la determinación del Colegio Cardenalicio se realiza hasta ahora en este emblemático recinto vaticano.

Hace 30 años, la bóveda y la pared Sixtina, sorprendieron al mundo con colores inesperados tras un delicado proceso de restauración, financiado y registrado con los derechos de la televisión japonesa. Fueron años en que el turismo se concentró en las visitas a los Museos Vaticanos, pasando por las colecciones históricas desde el arte grecolatino, los sarcófagos paleocristianos, las expresiones medievales románicas y góticas, el periodo renacentista, hasta el arte moderno y contemporáneo, para terminar en la Capilla Sixtina, ícono máximo del arte universal.

El cierre de sus puertas con llave desde el exterior -cónclave-, la instalación de las estufas para quemar los votos y enviar la señal del humo negro o del humo blanco, son parte del riguroso ritual que envuelve la ceremonia de elección del nuevo pontífice, y de su consecuente anuncio e investidura, que el mundo espera con atención.

La muerte de Jorge Bergoglio papa Francisco, el 21 de abril, llama la atención del mundo. Desde la fe se implora la iluminación del Espíritu Santo, desde la razón la llegada al cetro papal, de alguien que traiga el liderazgo valórico que es urgente entregar, en un momento crucial de la historia de la humanidad. Entre guerras, ambiciones, corrupción, falta de credibilidad en las autoridades, con las naturales limitaciones de la imperfección, esperamos que la Iglesia haga un aporte trascendente. Confiemos que la llave pontificia nos entregue un buen papa, que en contacto con los fieles sea instrumento de paz, de reconciliación, de amor.

Darwin y la felicidad

POR FERNÁN RIOSECO, ABOGADO
E-mail Compartir

Hace algunos años, Agustín Squella publicó una trilogía sobre preguntas existenciales acerca de la libertad, Dios y la felicidad. Con su estilo habitual, ameno y profundo, el autor reflexiona sobre estos tópicos alejándose de los lugares comunes. Como buen filósofo, en la pluma de Squella el lector no hallará respuestas definitivas, sino aproximaciones cada vez más certeras a la verdad "última" que subyace en cada una de las acuciantes preguntas, aunque sabedor, sin embargo, de que esta verdad es ininteligible para el precario entendimiento de los hombres.

Kant lo dice bellamente en el prólogo de su Crítica de la razón Pura, según su primera edición de 1781: "La razón humana tiene, en un género de sus conocimientos, el singular destino de verse agobiada por preguntas que no puede eludir, pues le son planteadas por la naturaleza de la razón misma, y que empero tampoco puede responder; pues sobrepasan toda facultad de la razón humana".

Además del libro que le dio su merecida fama -El origen de las especies (1859)-, el naturalista inglés Charles Darwin investigó con el mismo rigor y profundidad un asunto de naturaleza psicológica antes que física: las emociones. Resultado de esta indagación fue su tratado La expresión de las emociones en los animales y en el hombre (1873), donde plantea que los seres humanos tenemos patrones innatos y universales de respuesta expresiva emocional (y que también poseen otros animales); un código corporal que usamos no sólo para que los demás entiendan lo que decimos, sino especialmente para que entiendan nuestras emociones.

La mayor parte del tiempo no reflexionamos sobre asuntos como la libertad, Dios o la felicidad, de manera que nuestra respuesta a estas preguntas la expresamos de manera instintiva o, como diría un psicoanalista, pulsional. Sin embargo, la expresión de las emociones está vinculada (aunque sea tangencialmente) con la teoría darwiniana de la evolución por selección natural, la cual explica muy bien la evolución en sus aspectos biológicos, pero es menos clara tratándose de la transmisión hereditaria de los hábitos adquiridos. Por esta razón, Darwin se vio forzado a asumir una cierta posición lamarckista que encajara con su proyecto de investigación científico más general.

Para Darwin, la felicidad sólo sería una emoción más dentro del amplio repertorio de emociones que los seres humanos expresamos de manera compartida con otros animales. En efecto, la selección natural favorece las características que permiten a los individuos sobrevivir y reproducirse con mayor éxito. A diferencia de Aristóteles, para Darwin la felicidad (y otras emociones afines como la alegría y el gozo) no es el fin último, sino un estadio de acaso algo más importante: la supervivencia de la especie.

Sin embargo, ¿vale la pena sacrificar la felicidad sólo para asegurar la subsistencia de la especie humana?

Cada quién tendrá su propia respuesta.