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LA PELOTA NO SE MANCHA Champions: Un torneo que no falla

POR WINSTON POR WINSTON
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Hay muchas ocasiones en que el fútbol me decepciona, la verdad, más de lo que quisiera. Y no me refiero a las veces que mi equipo pierde, que también son muchas. Tampoco hablo de las barras y de los dirigentes, no dan ni para decepción, pues esta presupone esperar algo. El asunto son los partidos mismos. Cada vez es más común pillarme viendo el teléfono, hojear un libro e incluso cambiar de canal en busca de algo más interesante.

Ustedes saben que no pido espectáculos musicales ni mascotas o porristas. El problema, en Chile, es que cada vez se juega menos y se interrumpe más. Pienso en todas esas ocasiones en que todo se detiene para revisar a un jugador que parece haber perdido una pierna o que simula haber sido víctima de un codazo que le desfiguró el rostro. Pasa eso y se detienen sus compañeros, llega el árbitro a certificar que sigue vivo y entra un par de paramédicos con trote torpe a realizar su parte en este espectáculo. Le revisan las pupilas, un par de preguntas de rigor como a los boxeadores, palpan las piernas y terminan, siempre, aplicando un aerosol que sirve de anestésico. En torno a ellos, la corte de jugadores que lo rodean se pasan las botellas de agua y conversan con los rivales como si estuvieran esperando el punto de la carne en un asado. Se van los paramédicos y el jugador, que hasta hace poco parecía un fiambre, se para con una teatralizada mueca de dolor que se roba las cámaras; pero, apenas suena el silbato, corre como si nada de lo que ocurrió en los 5 o 10 minutos previos hubiera realmente sucedido. Esto acontece, por lo general, no una, sino varias veces en un partido de la liga chilena.

La diferencia en este tedio que me abruma lo marcan los partidos de la Champions League. Los acordes de Händel elevan nuestros espíritus para ver a "los maestros (die meister), los mejores (die besten), los grandes equipos (les grandes équipes), los campeones (the champions)"… Pero como nada es perfecto, todos estos encuentros, salvo la final, se disputan a mitad de semana. Por esta razón, un amigo que hace clases en la universidad lleva años bloqueando las tardes de los martes y miércoles; porque para él, los partidos de este torneo son algo sagrado. Claro que la mayoría de los mortales no tenemos tanta suerte y desde que estaba en el colegio, ver la Champions se transforma en todo un desafío. En mi caso, mientras en el trabajo invento que tengo un asunto personal que resolver y salgo con cara de preocupación, en mi casa digo que me han fijado una reunión importante y que me mantendré indisponible.

La gracia es que, en todo este tiempo, la Champions siempre nos sigue trayendo sorpresas para reencantarnos con el fútbol. En esta oportunidad, el regalo lo trajo el encuentro del Inter de Milán y el Barcelona del pasado martes. Si antes era el argentino Lionel Messi el encargado del espectáculo, hoy, la nueva estrella se llama Lamine Yamal. Un joven hijo de inmigrantes, que fue bendecido por Messi cuando era solo una guagua, tal como lo atestigua una foto. Pero Yamal no es el único. La Massia, que es el nombre de la cantera del cuadro catalán, sigue produciendo (¿clonando?) jugadores fuera de serie. Con todo, esto no fue suficiente para pasar a la fase final.

Y es que en el otro lado estaban los italianos, que al igual que los alemanes y uruguayos, nunca deben darse por muertos. Sin la elegancia que nos gustaría, fueron capaces de empatar el partido y extenderlo al alargue cuando ya parecía todo definido. En el tiempo suplementario, los internacionales de Milán lograron marcar el 4 a 3 definitivo que selló la serie en un 7-6. Un resultado que más parece sacado del torneo de tenis que se está disputando en Roma que de fútbol.

Un gol cada 30 minutos, un promedio que debería ser casi una norma para cada encuentro. En Chile, en tanto, Colo Colo y Universidad de Chile juntos sumaron 7 goles en la Copa Libertadores, pero en contra, el problema fue que ellos no marcaron ninguno. Larga vida a la Champions.