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Aborto: debate sin profundidad

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Desde 1931, el Código Sanitario había autorizado el aborto terapéutico, pero las "memchistas" querían ir más allá: inspiradas en los problemas de las obreras y mujeres más pobres del país, exigían una solución y protección del Estado que les permitiera enfrentar el desafío de ser madres y trabajadoras, muchas veces como sostenedoras únicas del hogar, a cargo de un alto número de hijos".

Este jueves, el gobierno presentó el proyecto de ley, comprometido en la cuenta presidencial del año pasado, para legalizar el aborto hasta las catorce semanas de gestación. Como siempre, la noticia ha provocado debate público, aunque esta vez, más que apuntar al asunto de fondo, ha abierto un cuestionamiento sobre sus motivos y momentos políticos. ¿Oportunismo? ¿Compromiso ideológico? ¿Maniobra comunicacional?

Tal vez así sea, pero es innegable que se trata de una problemática que ha persistido por décadas en nuestro país. No obstante, es probable que las críticas a la propuesta actual no sólo surjan a propósito del momento en que se ha planteado, sino también de la falta de complejidad y de la desconexión con otros asuntos de fondo desde los que esto debería abordarse. Tal como hoy se presenta, la iniciativa, en efecto, parece limitarse a una respuesta propia de principios ideológicos y dogmáticos, que se han ido vaciando de los fundamentos sociales y públicos a partir de los cuales, originalmente, se pensó.

Hace 90 años, Elena Caffarena, Marta Vergara y otras líderes feministas fundaron el Movimiento pro-Emancipación de las Mujeres de Chile (MEMCH), para luchar por los derechos integrales de las mujeres, entendidos en sus dimensiones política, económica, civil, laboral y biológica. Fueron ellas quienes instalaron una primera voz sistemática sobre la necesidad de debatir acerca del aborto.

Desde 1931, el Código Sanitario había autorizado el aborto terapéutico, pero las "memchistas" querían ir más allá: inspiradas en los problemas de las obreras y mujeres más pobres del país, exigían una solución y protección del Estado que les permitiera enfrentar el desafío de ser madres y trabajadoras, muchas veces como sostenedoras únicas del hogar, a cargo de un alto número de hijos. Delia Rojas, una de las escritoras que formó parte de la organización, contaba cómo, con angustia, fue testigo en un hospital público de Santiago, de la desesperación de una mujer que había parido trillizos y que los ofrecía en adopción a enfermeras y médicos, pues no tenía recursos para mantenerlos con vida.

Caffarena, sumándose a esas voces, invitaba en 1936 a ponerse en el lugar de esas mujeres y niños en el desamparo: "Es el drama de la mujer trabajadora que pasea su miseria por las calles con un niño tomado de la mano, otro en brazos, uno o dos más siguiéndole los pasos y generalmente otro en el vientre, y que llega a su casa a darles té puro o agua de manzanilla como único alimento… La maternidad para la madre obrera es una pesadilla. Su pecho seco es incapaz de proporcionar alimento suficiente y los llantos del niño hambriento son enloquecedores. El mirar sus huesitos y su cara de viejo prematuro produce angustia, y la mujer estrecha contra su cuerpo a su criatura con la desesperación de quien ve un porvenir sin esperanza. Sus sufrimientos concluyen sólo cuando va a depositarlo encerrado en una cajita, que cubre con tierra en el cementerio. Y de la maternidad le queda gravada a la pobre mujer únicamente el llanto y los quejidos de ese ser que en su debilidad y desamparo grita su protesta, inconsciente de su paso por este mundo organizado criminalmente para los de su clase. Nuestra consigna debe ser que la madre trabajadora tenga tan sólo los hijos cuya posibilidad de vivir esté asegurada".

A casi un siglo de esta reflexión, el debate sigue latiendo, pero ha perdido sustancia, contenido y altura de miras, atrapado en trincheras ideológicas. Se trata de un asunto que no debería reducirse al slogan sobre "de quién es el cuerpo" o "quién puede decidir". La discusión debería elevar su mirada, para abordar problemas vinculados a seguridad social, salud pública, derechos de los niños y al deber de la sociedad de amparar a quienes requieren protección, apoyo y oportunidades, orientando proyectos de ley que den solución a esos asuntos. Lejos de reduccionismos, es importante hallar un momento para pensar cómo queremos construir una sociedad más justa, digna y responsable en el cuidado de todas las vidas que la componen. 2

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Cuenta Pública y envejecimiento

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A las personas grandes debemos asegurarles determinadas condiciones que son fundamentales para que Chile se proyecte con solidaridad. La mirada del futuro es la integración real de los adultos mayores a una vida social, cultural y económica. Las prioridades deben ordenarse, de lo contrario el país no tendrá destino ni identidad".

Hoy es una jornada en la que la Cuenta Pública concentrará las miradas y los análisis habituales. Será la última de la actual presidencia, donde se defenderán logros y legados, como también surgirán las voces críticas a la administración de turno. La dinámica propia de un contexto electoral le dará, además, mayor intensidad a uno de los hitos de nuestra democracia. Pese a las naturales diferencias ideológicas entre las coaliciones y los contrapuntos que se plantearán, hay aspectos en los que debemos avanzar y que son percibidos por la ciudadanía en su cotidiano vivir, como urgentes. Trascienden los colores políticos y se constituyen en dimensiones a trabajar de forma diligente, debido a los profundos cambios demográficos y culturales a los que asistimos.

De hecho, los primeros resultados del Censo nos muestran un país distinto y en transformación, que evidencia realidades que son difíciles de obviar y por las que la política pública debe acelerar el paso. Los gobiernos que vendrán tienen que velar por una cohesión para la consecución de recursos, esfuerzos y voluntades necesarios para forjar el nuevo Chile. En este sentido, los adultos mayores representan el grupo de mayor celeridad en el aumento de la población (14%), incluso, determinados especialistas estadísticos en demografía han señalado que la medición que ahora nos orienta, es el censo del envejecimiento del país.

A las personas grandes debemos asegurarles determinadas condiciones que son fundamentales para que Chile se proyecte con solidaridad. La mirada del futuro es la integración real de los adultos mayores a una vida social, cultural y económica. Las prioridades deben ordenarse, de lo contrario el país no tendrá destino ni identidad.

En las próximas décadas, Chile debe ponerse como meta que todos en nuestra vejez tengamos a disposición una red de apoyos públicos concretos, ciudades y transportes amigables, tecnologías dispuestas para hacernos funcionales y espacios de bienestar imaginados más allá de las pensiones. Las cuentas públicas de las futuras presidencias de Chile tendrán que relatar durante largos minutos qué esperan materializar para el significativo número de personas que seremos adultos mayores.

Hace algunos días, la sociedad chilena despidió a Gastón Soublette, Premio Nacional de Humanidades. El año pasado, en el marco del seminario "Vejez, envejecimiento y comunicación: Un desafío urgente", organizado por la Escuela de Periodismo de la PUCV, pudimos compartir con este notable hombre. Le solicitamos dictara una ponencia que tituló "Cómo asumir y cómo vivir una vejez digna". A sus 97 años, el filósofo y musicólogo dejó a la audiencia admirada por la calidad de su presentación, el orden de sus ideas y los fuertes principios que guiaban sus reflexiones.

Desde la humildad de los sabios, en una hora planteó una filosofía de la vejez, en la que profundizó qué podría entenderse por una persona anciana y la real perspectiva de esta etapa. Aquella en la que va cesando la parte activa, el soporte vital, pero va surgiendo un periodo de reconsideración de lo vivido de gran riqueza para las comunidades, señalaba Soublette.

Por eso, comentaba el Premio Nacional, no se puede definir a la vejez como una enfermedad y aunque nuestras formas de vida industrializadas extinguieron una cultura del respeto y reconocimiento a los adultos mayores, no podemos hacerlos sentir como inservibles. De allí que nos invitaba a volcarnos a la parte espiritual, a desarrollarla, pues lo corporal y lo mental van mermando, pero las virtudes y la sabiduría que habitan en el espíritu, nos hacen despojarnos del ego, que es lo que verdaderamente produce la soledad en las personas, independiente de que sean adultos mayores. "El ego es el que se siente solo, el espíritu nunca se siente solo", añadía Soublette.

Que las cuentas públicas escuchen más a nuestros sabios ancianos y operativicen uno de los aspectos estratégicos que tendremos que integrar rápidamente: una sociedad envejecida. Y que esto suene como una característica virtuosa y llena de orgullo para el nuevo Chile que seremos. 2

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