Bastián Desidel y el oficio paciente de escribir poesía al ritmo de lo que no se ve
Desde el retiro geográfico y emocional, el autor del libro Los Fuegos Abandonados (Altazor, 2024) construye una obra fragmentaria e íntima, atravesada por ecos lejanos.
En el corazón de una casa de madera, estremecida por el paso nocturno de los camiones, nació una poesía trizada, íntima y musical. Así podría comenzar la historia de Los Fuegos Abandonados, el primer libro del poeta y psicólogo Bastián Desidel Escurra (Viña del Mar, 1994), quien, desde el retiro territorial y emocional, emprendió una búsqueda singular en la escritura, lejos del circuito literario y del vértigo capitalino.
Desidel no escribe desde la urgencia de figurar. Lo suyo es una poética silenciosa, casi clandestina, gestada entre Nogales y La Calera, lugares donde la lejanía del centro cultural fue una ventaja. "Al alejarme de los ruidos y las luces pude escuchar mi propia voz", afirma.
El aislamiento no fue una moda, sino un método: una forma de escapar de lo previsible, de lo sobreseguro, de esa escritura modelada para el aplauso. "Prefiero disentir y seguir trabajando en mi escritorio. Al no tener una aprobación ni una negación todo consiste en seguir ahondando en cómo el lenguaje puede dar forma a mi experiencia de vida", explica.
Su pensamiento se emparenta con el de Rainer Maria Rilke, quien defendía la soledad como condición necesaria para una vida creativa auténtica. "Él sabía también que en el aislamiento hay un diálogo que hay que llevar hasta las últimas consecuencias", agrega Desidel. Esa conversación silenciosa -con autores admirados, con el entorno, consigo mismo- es el eje central de su libro, publicado por Ediciones Altazor en 2024.
Paisaje sonoro
Nogales fue el primer paso en su éxodo literario. Allí llegó tras dejar un trabajo en una librería de Santiago y tomar un puesto como psicólogo escolar. El cambio fue brusco: de la efervescencia del metro y las multitudes, a la calma vecinal y la imagen grandiosa de los cerros. Ese entorno, más que inspirar, le devolvió la concentración, pues dice que "leí y escribí mucho estando en Nogales, intentando nutrirme de esa sensación de lejanía".
Pero fue en una casa a metros de la carretera, donde el crujir de la madera se confundía con los motores del transporte nocturno, que los poemas finales del libro encontraron su forma. En esas noches de oscuridad voluntaria, en que prefería desplazarse sin luz, la sensación de tristeza adquirió una sonoridad persistente.
"Con el paso de esos vehículos nocturnos se generaba la sensación de ampliación de la oscuridad de la morada", recuerda. Allí nacieron poemas como Preludio a Umberto Saba, Sueño con la silueta de Rubén Jacob y fragmentos sobre la experiencia del autoexilio, que terminan por consolidar el imaginario y tono del libro.
Forma abierta
Los Fuegos Abandonados es un libro que evita el trazo recto. Compuesto por poemas fragmentarios, extensos, breves, en prosa y en verso libre, su apuesta formal desafía la linealidad sin renunciar al ritmo.
Desidel se aleja de la idea del poema como flujo de conciencia para acercarse a una estructura más geométrica, donde cada fragmento funciona como unidad y también como eslabón. "El poema debe explorar las posibilidades del lenguaje. Pensé en el poema como una figura que hay que pulir continuamente, y también como un trazo abierto, sin principio ni final, un trazo salvaje", sostiene.
Ese trabajo con la forma y la interrupción tiene un correlato sonoro. A pesar de su apariencia libre, el libro esconde una estructura métrica precisa: heptasílabos, endecasílabos, incluso, alejandrinos disimulados. "Nuestro oído está habituado a cierta cadencia de nuestro idioma, de la cual resulta casi imposible escapar. Intento engañar el prejuicio del ojo con la armonía del oído", explica. En ese gesto, el lector atento descubre una música subterránea que hilvana la obra completa.
Voces encendidas
Aunque Desidel huye de las genealogías forzadas, reconoce una constelación de lecturas que acompañan su escritura. No hay intertextualidad explícita, pero sí un "rescate de cierta luminosidad" que emiten algunos versos olvidados.
Pedro Lastra -como poeta, ensayista y amigo- es una figura central. "Sin su lectura atenta, sus recomendaciones y las horas frente a su poesía reunida, Los Fuegos Abandonados no existiría", sostiene. Otro nombre clave es Hugo Zambelli, autor del libro De la Mano del Tiempo, que lo ayudó a abandonar la tentación del poema extenso y adoptar una forma más contenida y fragmentaria.
A esa lista se suman voces como Rilke, Safo, Broch, Vallejo, René Char o Giuseppe Ungaretti, todos presentes no como citas, sino como ecos. En ese sentido, afirma que "escribir es el eco de una escritura anterior", y no es casual que varios de los poemas funcionen como conversaciones abiertas con esos autores. El poema como diálogo es una forma de resistencia: una manera de sostener la escritura en una época sin certezas.
Afinidad editorial
El libro fue publicado por Ediciones Altazor, editorial emblemática del litoral central. La decisión se tomó lejos de los formalismos, pues "se dio mientras tomábamos once en la casa de Patricio González y hablábamos de algún autor ya olvidado, sin ninguna pretensión más que pasar la tarde", recuerda el autor. Así, entre tazas de té y conversaciones literarias, nació un libro que se suma a un catálogo nutrido por voces fundamentales como Rubén Jacob y Ennio Moltedo.
Para Desidel, formar parte de Altazor tiene un doble significado: ser el autor más joven en una colección que ha acogido a grandes poetas de la región, y la dimensión afectiva de haberlo hecho de la mano de un amigo. "Todo salió por la amistad con Patricio, que creo que es lo único que importa y vale al momento de publicar: hacer las cosas porque nos gustan y nos entregan sentido".
Esquina borrosa
Aunque ha recibido atención por su libro, Desidel insiste en mantenerse lejos de las etiquetas generacionales. "Me interesa mucho más ser la persona que va atrás de la foto grupal, el que no alcanza a salir", manifiesta. No es desdén ni falsa modestia, sino una elección ética. Se siente más afín a poetas con angustias similares que a sus pares por edad o territorio. Su tradición es emocional, no cronológica. Y su compromiso, más con la lectura que con la pertenencia.
En ese sentido, su obra no busca representar una generación ni capturar un momento. Es un trabajo lento, de orfebrería, donde cada palabra es medida y cada silencio, cargado de intención. La reescritura -"escribir con la goma", como indica- es parte del proceso. Algunos versos del libro tienen más de siete años; otros, apenas un mes antes de su publicación. La unidad del conjunto fue apareciendo con el tiempo, a través de la lectura atenta de sus propios fragmentos y la obsesión por la forma.
¿Qué espera Desidel de los lectores? Nada distinto a lo que la poesía ha exigido siempre: atención, intimidad y silencio. "La misma que todo libro de poesía, una lectura silenciosa e íntima", responde. Quizás por eso su libro no impone significados ni busca deslumbrar. Pide una escucha que no se conforme con la superficie, que se quede en los intersticios, en lo que no se dice, en lo que resuena después del último verso. 2
Sebastián Casanova Díaz
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