Este título puede sonar duro. Más aún, puede tener muchas interpretaciones según la persona que lee. Incluso una misma forma de entenderlo puede atribuir al adversario ser el causante de ella. Pero es más simple, se trata de comentar breve y superficialmente un instrumento que según las manos, más bien las mentes, que lo usan es una palanca generadora de una cultura del odio.
Ello sucede, además, en un entorno de alta complejidad social, como comentan algunos personeros y estudiosos, en que la función de conductor, líder o dirigente enfrenta condiciones nuevas y abrumadoramente difíciles, elusivas, ambiguas. Algunos verán lo negativo de esta complejidad y otros alabarán su emergencia. El tiempo lo dirá. En todo caso, se trata de una cuestión global, al menos en las democracias y, seguramente, más opaco en los lugares donde ella, la democracia, está sujeta a presiones de diverso orden.
En la versión en internet de la revista Time del día jueves18 del presente mes se pregunta ¿por qué estamos perdiendo internet ante la cultura del odio? El título de su autor (Joel Stein) habla de como los (trolls) provocadores están arruinando internet. Es una lectura interesante para nuestros tiempos. Claro, porque internet es un medio en que estamos inmersos en grado diverso según nuestra generación o preferencias. No podemos escapar a su influencia directa o indirecta.
Mucho se ha escrito sobre el anonimato, la lejanía, la sensación de ser invisible que puede hacer que un provocador haga sus ejercicios de sembrador y eficaz cultivador del odio en la sociedad, con efectos todavía no imaginables. Usted puede ser una potencial víctima y cualesquiera de nosotros también. Orwell, ese escritor que anticipó tanto de lo que experimentamos hoy en la sociedad de las comunicaciones, de las cámaras, de la tecnología intrusiva, de la pérdida de privacidad, del control de la libertad, se hace presente nuevamente como un adelantado que anunció.
Sin embargo, no es internet, la tecnología, ni las maravillas del genio humano, las culpables de la acción de sujetos que usan estos instrumentos para acosar o destruir la dignidad humana. Aunque parezca una humorada inicial, finalmente los efectos son responsabilidad de personas concretas que cruzan límites, en nombre de su libertad. Estamos todos llamados, no a un acto de falsedad o hipocresía, sino a uno de auténtico respeto, empatía, de compasión por el prójimo para ganar todos una convivencia más humana y sanadora en medio de la complejidad.
Bernardo Donoso Riveros
Profesor PUCV