Agustín Prat Valdés
Con Agustín Prat se fue un hombre íntegro, cordial, siempre atento a los demás, generoso, sencillo, servicial.
Cucho le decían. Cucho Prat. Pero yo nunca pude referirme a él de otra manera que don Agustín. Cuestión de diferencia de edad, por cierto, pero también de respeto. No me gusta que los estudiantes ni los jóvenes profesores de mi Escuela de Derecho me traten de "don", pero era solo de esa manera que yo podía tratar a Agustín Prat. Don Agustín, le decía, y así lo hacían también otros de los hinchas que lo veían llegar a la tribuna en cada partido de Wanderers, aunque él, siempre sencillo y afable, trataba a todos de tú. Mis mejores recuerdos vinculados a don Agustín son de 2001, el año en que Santiago Wanderers obtuvo su tercera estrella. Nos encontrábamos en Playa Ancha, pero también en otros estadios, y cada vez que lo veía aparecer pensaba que esa tarde no podríamos perder. Con Agustín Prat en las tribunas Wanderers no podía perder.
Él veía los partidos con cierta tranquilidad. Yo no puedo. Me agito, grito, protesto, y siempre creo que nuestros 11 jugadores están luchando contra 15: los once contrarios, el árbitro, los dos guarda líneas, y el cuarto árbitro, como se dice ahora, otro funcionario que está hostilizando a nuestro entrenador y a la banca que este tiene a sus espaldas. Tranquilo don Agustín. Siempre tranquilo. Pero solo hasta el momento en que Wanderers anotaba un gol. Se levantaba entonces como un resorte y se abrazaba con los hinchas como si se tratara de un niño, y un niño era también el que en esos momentos volvía a aparecer en el fondo de sus pupilas. Una de sus nietas contó que nunca podrá olvidar la algarabía que se producía cada vez que Wanderers o la Selección Nacional marcaban un gol y don Agustín se encontraba en casa viendo el partido por televisión.
Uno de los oradores que despidió los restos de don Agustín recordó que este había sido revisor de cuentas de la ANFP hasta el año 2011 y se preguntó cuán diferentes podrían haber sido las cosas en esa asociación si Prat hubiera continuado revisando las cuentas solo algunos pocos años más.
Con Agustín Prat se fue un hombre íntegro, cordial, siempre atento a los demás, generoso, sencillo, servicial. Un hombre que todos los días se retiraba de su lugar de trabajo a las 12.10 P.M, para recordar de ese modo la hora del día en que su antepasado cayó muerto sobre la cubierta del Huáscar. Y aunque me acusen de nostálgico y posiblemente hasta de elitista, diré también que Agustín Prat perteneció a una especie ya en extinción: la de los caballeros. Sin estridencia, sin ostentación, sin sentirse jamás superior a ninguno de sus semejantes, vivió y se comportó siempre sobriamente, salvo, claro está, cuando algún jugador de Wanderers inflaba la red del arco contrario.
Agustín Squella
Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales