Pablo Andueza Guzmán
El Día del Patrimonio finalizó con una triste noticia. Pablo Andueza falleció en un día emblemático para sus ideas y sus convicciones. Era un líder distinto y supe de él desde los patios del colegio. Nuestras familias eran conocidas. Su padre y el mío competían en los años 70 por el liderazgo de la Democracia Cristiana, uno tras la mirada de Frei Montalva y otro tras la visión de Radomiro Tomic. Se formó en un escenario de conflictos, pero de arraigo social, cristiana y doctrinaria.
Entrenando los lunes al atardecer en el equipo de handball de la UCV, me tocaba salir por la calle 12 de Febrero y siempre veía a los estudiantes desafiando a la autoridad uniformada por las inclemencias de la dictadura. Yo tenía 14 años y Pablo era el presidente de esa Federación de Estudiantes y su emblema era la no violencia activa. Se hablaba de él y de esa generación. Me marcó y desde ahí comencé a reconocerlo por su testimonio y trabajo silencioso. Me ha recordado a mi padre que falleció algo más joven que él, siendo también un líder distinto, con testimonio y convicciones profundas.
Tiempo después nos encontramos desde la comprensión de las ideas. Pudimos estar muchas veces en distintos escenarios y particularmente en uno que lo ha destacado estas últimas décadas y que compartimos: su pasión por Valparaíso. Quiero destacar eso, porque creo que junto con su manifiesta enseñanza al movimiento estudiantil universitario, queda en su legado su dedicación por su nueva ciudad, que lo llevó a cambiar su condición de viñamarino por una etiqueta de porteño que exhibía con orgullo.
Acérrimo defensor y protagonista de la condición patrimonial de la ciudad, Valparaíso era su dedicación y dio numerosas pruebas de ello. Pudo ser intendente y lo rechazó. Debió ser alcalde de la ciudad, pero las condiciones y la visión de los debidos promotores no estuvieron a la altura.
Recuerdo a un hombre sensato y sencillo, dueño de una biografía intensa, directo y sin rodeos para manifestar su pensamiento, con un humor que reflejaba la sabiduría de una vida entregada al servicio desde su profesión de abogado, ligado a su alma mater desde siempre en la PUCV y con un trabajo social que tiene múltiples expresiones.
Nos encontramos hace unos días por las calles de la ciudad. Rápidamente nos saludamos y afloró, como siempre, su especial sentido del humor y esa inquietante serenidad que demostraba.
He pensado en tantas y tantos que ejercen liderazgos entre nosotros por estos días. Pablo, sin duda, nos deja una enseñanza viva: la historia es un continuo, la posta es permanente, las tareas requieren nuevas inspiraciones a partir de los cimientos que otros han puesto y que es posible hacerlo de manera sencilla, con convicciones y sin estridencias.
Ese legado para nosotros es también su legado para su familia y sus cercanos.
Gonzalo Cowley