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Dolor crónico: un problema de salud pública

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Un viaje con escalas bruscas, forzadas y a veces estrepitosas: así es como las personas que sufren dolor crónico describen su padecimiento. Lo más llamativo de esta odisea es que sólo "se conoce el destino" una vez que se da con un diagnóstico acertado y un tratamiento efectivo. Tal es el peregrinaje de estos pacientes, de especialista en especialista, que algunos se dejan vencer por la resignación. Pero con el diagnóstico y tratamiento adecuado, esa no tiene por qué ser la situación.

A nivel público, la expresión del dolor todavía suele asociarse de manera equivocada a una debilidad personal. Sin embargo, el dolor crónico no es el síntoma o una manifestación de otro mal. Es una enfermedad en sí misma, que dificulta y limita día a día las actividades de las personas que conviven con esa sensación.

El dolor crónico toma o alcanza esa condición cuando supera los tres meses de presencia, sin importar su intensidad. La afección no es exclusiva de algún grupo. Todos estamos expuestos a vivir el martirio que significa sufrir esta enfermedad y enfrentarse a las consecuencias de no contar con un tratamiento adecuado.

Según cifras de la Asociación Chilena para el Estudio del Dolor (ACHED), en Chile la prevalencia de dolor crónico no oncológico alcanza al 32 % de la población, lo que equivaldría a 5 millones de personas. Es decir, más de 3 de cada 10 chilenos sufre de dolor crónico. Esta situación supone al Estado un costo cercano a los 550 mil millones de pesos cada año.

El dolor es la razón más común por la que una persona consulta a un médico. Un claro ejemplo es el dolor lumbar. Más de un millón de chilenos padece lumbalgia crónica, siendo la primera causa de pérdida de días laborales en trabajadores menores de 45 años, convirtiéndose en la segunda causa de ausentismo laboral en el país, según varios estudios.

El National Institutes of Health (NIH) de Estados Unidos afirma que el dolor crónico no oncológico genera más discapacidad que la suma de las discapacidades del cáncer, las enfermedades cardiovasculares, el SIDA y los accidentes cerebrovasculares.

Por todos estos antecedentes, que revelan la magnitud de este mal y su impacto, es hora de ocuparnos de esta realidad presente y a veces invisible hasta para los propios familiares de los pacientes. Esto nos motiva, como especialistas, a conocer sobre nuevas terapias para el manejo de dolor crónico y a establecer mecanismos integrales de tratamiento para mejorar la calidad de vida de miles de pacientes que sufren en silencio. La buena noticia para todos ellos es que el dolor crónico tiene tratamiento.