El espacio público es parte constituyente de la ciudad y por tanto de la vida urbana. Su función es la de permitir el encuentro e interacción entre las personas, razón por la cual este espacio de todos y esencialmente para todos construye identidades, realidades sociales compartidas, posibilita la integración social y la construcción de ciudadanía. Desde esta perspectiva, el espacio público tiene que saber adaptarse y satisfacer necesidades diversas relacionadas con las características de los distintos sectores de la población, y es en este punto donde debiéramos preguntarnos por qué hemos dejado que ciertas actividades o eventos se tomen la ciudad y definan sus propias reglas, mientras los ciudadanos nos organizamos para protegernos de ellos. El sentirnos sitiados en nuestra propia ciudad es lo contrario a lo que debiera pasar, pues la ciudad debe ser aquel lugar donde todos quisiéramos vivir y convivir.
Hace algunas semanas se realizó el Carnaval de los Mil Tambores en la ciudad de Valparaíso atrayendo una población flotante de más de 40 mil visitantes -declaradas por el gobierno local-. Según las autoridades se gastó una suma pública de casi 13 millones de pesos, se desplegaron en la ciudad 900 efectivos entre Carabineros, PDI, Armada, funcionarios municipales y Senda. El aseo en la ciudad tuvo un fin de semana difícil y el gobierno local aprovechó de aplicar su nuevo plan de aseo. Se colocaron 50% más de turnos de aseo instalando cien baños químicos y desplegando doce camiones recolectores, hidrolavadoras, camiones aljibes etc. Eso sin contar con la organización de las juntas de vecinos que se pusieron alerta frente a lo que parecía un nuevo huracán para la ciudad. Los vecinos organizaron turnos nocturnos para vigilar el buen dormir de sus familias y el uso de redes sociales por si se presentaba una emergencia en los distintos barrios.
Reconociendo el esfuerzo de la nueva administración que minimizó las tradicionales externalidades negativas, la población sólo recuerda los últimos 10 años de destrozos de infraestructura pública y privada, el insoportable ruido en la ciudad, la falta de higiene, gente durmiendo en la vía pública y en nuestras playas durante un fin de semana completo. Este año al parecer se logró controlar gracias a los esfuerzos compartidos el deterioro de los espacios públicos, ruidos, alcohol y malos olores; pero cabe preguntarse, ¿a qué costo? ¿Qué deja para la ciudad este evento? Al parecer de los 243 detenidos por Carabineros por violencia y destrozos, el 25% era gente de otras ciudades, ¿es ese grupo de población el que debiéramos considerar atraer?
El espacio público al facilitar la interacción social y el encuentro de las personas con su contexto, se convierte en un vehículo importante para la socialización, la formación de ciudadanía y la construcción de civilidad, porque propicia el aprendizaje y elaboración de normas, de valores, el intercambio de información y de conocimientos que dan pie a la conformación y percepción de la vida colectiva. La civilidad no sólo refiere a cumplir deberes ciudadanos y respetar normas sino contribuir al bienestar de lo demás miembros de comunidad. Por lo tanto, en varias ciudades donde el turismo se ha tomado los barrios históricos, hay normas precisas para lo que se permite, sin que la infraestructura pública se deteriore y sobre todo la vida de sus habitantes. Hemos evolucionado como sociedad y no debemos seguir con el discurso mal entendido de que "no podemos prohibir que se desarrolle una actividad que lleva 18 años y nació de la participación ciudadana" como algunas autoridades han declarado. La evolución y el cambio es aquello que es urgente y no podemos aceptar que los gobiernos locales inviertan en montos desproporcionados en eventos que dejan dudosas externalidades positivas para la ciudad. Si bien el derecho a la ciudad debiera acoger a todos, somos los ciudadanos los que debiéramos permanentemente cumplir con su cuidado.
Valparaíso, su administración urbana y sus empresas locales, han de potenciar la generación y el buen uso adecuado del espacio público, también como oportunidad de desarrollo y diversificación de su economía, sin que unas acciones se superpongan sobre otras, anulando las posibilidades de otros grupos, esfuerzo que permite la coexistencia de actividades, coordinadas sobre espacios consolidados y bien diseñados. Ese es el debate en el que nos encontramos, en la ciudad patrimonial y turística, su anfiteatro y su borde costero, donde la participación de todos los sectores es y será la clave del consenso que logre el mejor resultado: proyectos participativos, diversos y soportes de calidad de vida de habitantes y visitantes. Ahora es el momento.
Por Marcela Soto e Ignacia Imboden
Integrantes de Metropolítica