Son días de alegría, de decepción y de tensión para los estudiantes egresados de enseñanza media. Se conocen los puntajes logrados en la PSU y con ellos en la mano los jóvenes inician el proceso de postulación a la educación superior.
Algunos ya saben dónde irán y cuentan con el puntaje exigido. Otros, con alto resultado, están desorientados, en tanto que muchos, con proyectos definidos, sienten el peso de la decepción, pues saben desde ya que los números no dan… En fin, una historia que se repite todos los años en estos días.
Lo que pesa en todo este proceso es el resultado de la PSU, instrumento elogiado y cuestionado, tal como ocurrió con el fenecido bachillerato y la descartada PAA. Pero es lo que hay y esa es la cancha en la que se juega el futuro de miles de jóvenes.
Críticas más o menos, la PSU es un indicador que intenta medir la capacidad para entrar a la universidad. Y este instrumento revela además, claramente, distancias sociales, culturales y económicas, la fatal brecha.
Y eso se replica nítidamente en nuestra región donde en un universo de 13 puntajes nacionales, sólo dos de los estudiantes corresponden a colegios públicos. El resto proviene de establecimientos particulares pagados. La buena noticia es que el número de puntajes nacionales en la región aumentó en relación al año pasado. Buena noticia es también que cinco provienen de comunas interiores.
Es también positivo que por primera vez la mayoría de egresados de colegios municipales del país logró 450 puntos o más, acercándose, más que antes, a la universidad.
Pero esa cifra hay que contrastarla con los logros de los colegios particulares pagados que llegan en promedio de 603 puntos y los subvencionados que alcanzan 507. Y los colegios municipales son la base de la educación pública donde se forma más del 90% de los estudiantes.
¿Y dónde se origina la brecha? Por una parte, en la calidad de la educación y, por otra, en el "capital cultural" que marca el entorno familiar de aquellos alumnos de mayores medios que van a colegios particulares pagados.
¿Y cómo cerrar esa brecha? Con un trabajo a fondo en los establecimientos públicos, motivador. Calidad supone más que contenidos programáticos y computadores, profesores comprometidos, innovadores, con metas definidas, bien remunerados y en continuo perfeccionamiento.
El aula es el campo de batalla donde se da la verdadera reforma para cerrar la brecha. Quienes dan la pelea diaria son los maestros, lucha que deben compartir alumnos y sus familias.
Todo esto no es novedad. Fácil de decir y de escribir, pero es la base para terminar con esos malos números que nos persiguen y que al final de día marcan el futuro de muchos jóvenes.