Se apoya, discute o cuestiona en estos días el cobro de multas por los piropos lanzados a las mujeres, entendidos como un ejercicio de dominio patriarcal y una opinión no requerida o consentida, más allá de su calidad o finalidad. En nuestro país hay problemas más graves que este tipo de abuso, pero si orientar, educar, exigir respeto es el propósito y la cruzada, solicito la ampliación de las sanciones a los garabatos en público.
Un amigo suele referirse a las personas indeseables como "bribones". No significa lo mismo que la más común de las palabras chilenas, pero es su forma de evitar, con delicadeza, una expresión ordinaria en una conversación formal. El bribón es un pícaro, malvado o sinvergüenza. El otro, el llamado huevón, puede ser, en el lenguaje coloquial, desde un mentecato desconocido hasta un macanudo o "bacán" muy cercano. Se trata de una palabra comodín de uso múltiple, sin restricciones de género, y que suele rematar cada frase, como un apéndice indispensable.
Busqué el origen del término bribón y me llevé una sorpresa. Se habría originado en Francia hace varios siglos, cuando algunos clérigos holgazanes iban de lugar a lugar y de casa en casa, pidiendo caridad y mendigando, con su biblia bajo el brazo. Según el investigador español José Calles Vales, a estos mendigos ilustrados los llamaron bibliones en Francia y bribiones en España, porque invocaban al libro sagrado para limosnear. Con el paso de los años, quedaron como bribones, así como los que pedían "por Dios" fueron nombrados "por-dioseros". Es innegable el valor del tiempo, del uso y de la inspiración en la creación del lenguaje; y está claro que el sustituto "bribón" no tiene el amplio espectro de significados y destinatarios que nuestro acostumbrado chilenismo de origen genital, pero lo prefiero, aunque parezca siútico.
¿Por qué hay que soportar el lenguaje ordinario de quienes conversan en público, a toda voz, lanzando un garabato detrás del otro? ¿Por qué los niños, a quienes pedimos leer a Cervantes o Mistral, tienen que escuchar cada día, a toda hora, en cualquier lugar, palabras procaces, como si fuera una forma de lo más normal para comunicarse? ¿No es acaso un abuso de confianza y otra forma de ofender, el hecho de obligarnos a tolerar sus groserías?
Se confunde lo privado con lo público y hasta parece que el desparpajo es un estilo del winner local, del ganador criollo. Falta el respeto al prójimo quien piropea fuera de lugar y también quien garabatea a diestra y siniestra. La multa es un mecanismo disuasivo. Lo que no aportan la educación y el autocontrol, lo castiga la ley. Por lo tanto, para el bien de los oídos públicos, sugiero multar a los bribones.
Patricia Stambuk M.
Periodista, Academia Chilena de la Lengua