La televisión ha mostrado a todo Chile los avances de las obras finales para la puesta en marcha de la Línea Tres del Metro de Santiago. Son 22 kilómetros de vía subterránea y de superficie, con 18 estaciones y variadas conexiones que beneficiarán a diversas comunas de la Región Metropolitana. Los trenes comenzarán a correr en los primeros meses del próximo año. ¡Bienvenido el progreso!
Paradojalmente, quizás con algunas nostálgicas imágenes de televisión, se anuncia el muy probable fallecimiento del servicio de trolebuses de Valparaíso. Este medio de transporte, descendiente directo del ferrocarril urbano con carros arrastrados por caballos y de los tranvías eléctricos, irrumpió en las calles porteñas en 1952 como un sistema rápido, seguro y no contaminante, pues utiliza energía eléctrica que tiene el mérito agregado de ser producto nacional.
Inicialmente el servicio, como empresa estatal, extendió sus recorridos hasta Viña del Mar. Pero con el paso del tiempo, la fuerte competencia y flexibilidad de los servicios de buses y taxis colectivos, los trolebuses quedaron en segundo plano.
El sistema, limitado en sus recorridos, pasó a manos de una empresa privada que difícilmente ha logrado subsistir. Sus ejecutivos incluso denuncian incumplimiento de compromisos de apoyo del Ministerio de Transportes. "El único argumento que hemos recibido es que hay un déficit financiero en el Ministerio", informa Pedro Heimpell, socio controlador y director de la empresa que explota el servicio, Trolebuses de Chile. Esta situación obligaría a terminar con el servicio el 31 de diciembre de este año.
Hay reacciones oficiales y de parlamentarios regionales ante una situación que es el resultado de una operación que paulatinamente va a la baja. Es posible que existan falencias en la gestión, pero la cuestión de fondo es que desaparece un servicio de transporte que, pese a su antigüedad, se ajusta al desarrollo actual de la electromovilidad.
En este caso, como en muchos, pena un centralismo indignante, especialmente si entramos en comparaciones como aquella de la nueva línea de Metro, comparaciones odiosas y hasta envidiosas pero que son una realidad.
¿Será posible salvar el servicio de trolebuses tal como felizmente ha ocurrido con los ascensores?
La solución podría estar en una mirada integrada al transporte público del Gran Valparaíso, generando una alianza económica y operativa que sume Merval, los recuperados ascensores y los trolebuses.
¿Surgirá algún liderazgo local que, junto con salvar un medio que no debe morir, logre avanzar hacia un sistema de transporte colectivo que beneficie a todo el gran Valparaíso? Con un ánimo positivo, en la crisis de los troles aparece una oportunidad.