Aprobación de la Iglesia
Más de un 80% de quienes viven en Chile desaprueba el trabajo que está realizando la Iglesia Católica, según la encuesta Casen de octubre. Claramente, para una institución que debería mostrar los rasgos de Jesús, el hecho que no se apruebe lo que hace es, a lo menos, preocupante.
Me imagino que quienes desaprueban el actuar de "la Iglesia" no se refieren al bien que muchos miembros de ella realizan en nuestro país. Pienso en la consagración del silencio y del trabajo cotidiano de los monasterios de vida contemplativa; en la comprometida acción solidaria de tantas instituciones de asistencia y de promoción que sirven a niños, niñas, jóvenes, familias y adultos mayores; en la arriesgada tarea de comunidades que dan testimonio de la fe en Jesús resucitado en medio de la pobreza, la droga y la desesperanza. En muchos colegios, capillas, cárceles y hospitales la voz profética de personas consagradas y laicas es faro que anima y fortalece la fe de quienes han aceptado a Jesús como su salvador. Esa abnegada entrega no creo que esté dentro de lo que se desaprueba del trabajo de la iglesia católica.
Probablemente, lo que sí se reprueba -y qué bueno que sea así- es lo que el Papa Francisco denomina "cultura del abuso", o sea, esa tenebrosa trastienda de poder, de poca transparencia y credibilidad que ha permitido vulneraciones de todo tipo. Todo lo opuesto a la persona y al mensaje de Jesús.
Una Iglesia que no acoge a las víctimas, que no se muestre con la humildad y la cercanía con la que Jesús vivió y enseñó, no representa a quien dice que hace presente en el mundo actual. Cuando no se es creíble en lo que se hace, menos lo es en lo que se dice. Hoy son muchas las personas con cargos importantes dentro de la jerarquía de la Iglesia que no son creíbles y, por ende, deben discernir sobre la conveniencia de seguir ejerciendo esas altas funciones de servicio eclesial. Mal le hace a la evangelización la poca credibilidad de los evangelizadores.
La credibilidad de las instituciones pasa por la de sus miembros, especialmente de aquellos que ocupan cargos de responsabilidad. ¡Cuánto más para la Iglesia! La desaprobación del trabajo de la Iglesia, algo en sí mismo no determinante si ella estuviera haciendo lo que enseñó Jesús, puede considerarse una oportunidad para suprimir toda vanidad vinculada al amor al poder y para asumir valientemente la libertad que da el poder del amor. Que no se aproveche esta situación es, quizás, más grave que la misma desaprobación.
Gonzalo Bravo Álvarez
Profesor Facultad de Teología PUCV, párroco de La Matriz