En dos flancos se puede dar por cerrado el caso de Eduardo Lara Tapia, el guardia de la Corporación Municipal de Valparaíso (Cormuval) que pereció víctima de un incendio intencional en medio de violentas manifestaciones el 21 de mayo de 2016, en pleno centro de la ciudad.
Por un lado, la Corte Suprema ratificó las condenas dictadas por el Tribunal Oral en lo Penal de Valparaíso, que sentencia a seis autores y cómplices implicados en el siniestro a reclusión efectiva por periodos que van de los 10 a los 12 años.
Entretanto, la Municipalidad de Valparaíso, de la cual depende la Cormuval, empleadora del infortunado guardia de 71 años, llegó a un acuerdo que incluye un reconocimiento al trabajador, disculpas a su familia, a la que, además, se le compensará con la suma de $ 40 millones. Esta, por su parte, renuncia a continuar con las acciones legales iniciadas contra el ente municipal. El acuerdo se logró con votación unánime de los concejales.
Estos dos aspectos jurídicos dejan pendiente, sin solución alguna, el fondo de la cuestión, la pérdida de una vida y el dolor de una familia.
Sin embargo, es posible sacar algunas lecciones de esta trágica situación. La primera de ellas es que pese a tropiezos, dudas y justificaciones, finalmente ha primado el Estado de derecho, que en muchos casos se echa de menos o, simplemente, no funciona.
Además, hay tras esta muerte y un largo proceso la reiteración de una advertencia que fácilmente se olvida: la violencia no es el camino para hacer valer causas que pueden ser legítimas.
El derecho a manifestarse conlleva la obligación de mantener límites para evitar daños a los bienes y, esencial, a la vida humana, caso preciso de Eduardo Lara.
Y a tal punto este fatal desenlace de movilizaciones asociadas al mensaje presidencial impactó en la opinión pública y en la a veces lejana percepción de la realidad del mundo político, que se acordó separar la fecha de la cuenta pública de aquella en que celebran las Glorias Navales, el 21 de mayo. Se abrió así una pausa de reflexión necesaria frente a hechos de violencia que no se podían reiterar.
Ahora, en el terreno, en Valparaíso, hay que tener presente la fragilidad de la ciudad cuyos viejos edificios, como aquel en que murió el guardia, pueden ser combustible fácil para manifestantes irresponsables.
Tras varios días en que la ciudad ha sido escenario de hechos violentos, donde el fuego ha estado presente, conviene reflexionar sobre el caso de Eduardo Lara, pues, como se dijo, pese a condenas y acuerdos reparatorios, su muerte es un viaje sin retorno y, en lo general, es una situación siempre presente en medio del delirio de la consigna, el rayado odioso, la pedrada, la amenaza o la bomba incendiaria.