El paulatino despoblamiento del céntrico sector marítimo y financiero de Valparaíso se ha ido supliendo con la presencia de entidades públicas que, con criterio, han aprovechado y mejorado construcciones condenadas al deterioro.
Así, hay que destacar la acción de la Armada, que ha ubicado algunas de sus reparticiones en edificios que en el pasado fueron sedes bancarias. A la vez, la que fuera sede del Banco Italiano está ocupada por la Universidad de Valparaíso.
En la misma línea de aprovechar inmuebles valiosos y resolver problemas institucionales, se aprobó la compra por parte del Estado del antiguo y remodelado edificio Grace de Plaza Sotomayor, que terminó siendo propiedad de la Compañía Sudamericana de Vapores, CSAV, la cual, a su vez, arrienda varios pisos de la torre a Hapag Lloyd. El inmueble, de condición patrimonial, sería destinado a la PDI, cuyas instalaciones exigen mayores y mejores espacios para su funcionamiento.
La operación, por unos $ 11 mil millones, que se realizaría a través del Ministerio de Bienes Nacionales, se debía concretar con un Decreto Supremo enviado para la firma del Presidente de la República Sebastián Piñera, pero el Jefe de Estado nunca lo firmó y finalmente la Dirección de Presupuesto dejó sin efecto la autorización.
Conocido el fracaso de la operación aparecen las explicaciones del caso, peticiones para que el Presidente reconsidere la decisión, en tanto que el importante cuartel operativo San Francisco de la PDI, Barrio Puerto, se cae a pedazos, según Percy Marín, expresidente del Consejo Regional.
Pero con esta decisión no sólo pierde la PDI, pierde Valparaíso, pues a la partida de la tradicional CSAV a Santiago se suma la desocupación del edificio de SAAM en la calle Blanco y, desde hace ya tiempo, el cese del funcionamiento de la Bolsa de Corredores, lo que necesariamente se asocia a un limitado uso de la oficinas del imponente y valioso edificio de Prat esquina Urriola, caso que se repite en otros inmuebles de lo que fuera el área financiera más importante del país.
Historia antigua, nostalgia, pero una realidad que duele y que se explica por un centralismo que comparten tanto el sector público como el privado, porque en este entierro todos llevan velas. Y a esa realidad se agrega una ciudad llena de incertidumbres, indefiniciones y desconfianzas que terminan ahogando emprendimientos en un mar de buenas intenciones.
Pasa el tiempo, edificios y oficinas esperan de nuevos vecinos y en medio de posibles destinos públicos, que son bienvenidos, aparecen locales de comida rápida, chafalonía oriental o centros de carrete nocturno. Un dato: el recinto de la tradicional rueda de la Bolsa porteña se presta admirablemente para el reguetón.