Alejado de los flashes, la discusión política y las portadas de los diarios, un profesor colombiano, Julio Fontán, estuvo durante la semana recién pasada en Chile dando a conocer un proyecto educacional que se viene gestando hace 60 años y que nos obliga a cuestionarnos, en medio de una crisis educacional, respecto a cómo educamos a nuestros niños.
La propuesta coincide con el debate político de las 40 o 41 horas de trabajo. Independiente de la postura que tenga cada uno sobre este tema, la mayoría asume la obligación que tenemos de cumplir con horarios, al igual como ocurre en los colegios, olvidándonos de los ritmos, las metas y el logro de objetivos.
El principio es tan lógico como revolucionario. Todos los niños aprenden a hablar y caminar, pero cada uno lo hace según sus ritmos. El resultado siempre es el mismo, no hay diferencia entre quienes lo hacen primero y quienes lo hacen después. Bajo esta lógica, por qué los obligamos a uniformarse cuando entran al colegio y les imponemos un modelo y plazos de aprendizaje iguales para todos, sin considerar esta individualidad.
Las razones las encontramos en la revolución industrial y la necesidad de masificar la educación. No obstante, luego de dos siglos, este sistema requiere, de forma urgente, cambios que permitan a las nuevas generaciones sobrevivir laboralmente a la revolución tecnológica que toca nuestras puertas.
En la red de colegios Fontán, los estudiantes planifican sus metas diarias, semanales y mensuales con ayuda de su tutor. Él tiene la función de guiarlos en un proceso de aprendizaje que busca, en distintas etapas, lograr desarrollo autónomo.
Las asignaturas son medios para inculcar hábitos y a través de ellos mejorar la calidad de vida de las personas. Aunque parezca ciencia ficción, cada niño decide cuándo salir a recreo y cuándo debe volver a clases. No existen las notas, sí el cumplimiento de metas. Fontán advierte que permitir que un niño apruebe un curso con un 4,0 es acostumbrarlo a que puede sobrevivir siendo mediocre y, esto, inevitablemente, no lo hará feliz. Los objetivos siempre deben proponerse apuntando hacia la excelencia.
El proyecto de Educación Relacional Fontán busca, en definitiva, algo que parece olvidado hace mucho tiempo en nuestras aulas: la construcción de calidad de vida que nos puede conducir a la felicidad.
El sistema, creado en Colombia en 1957, ha sido introducido a través de la Fundación Luksic desde 2012 en Chile y está funcionando en cuatro colegios, dos de ellos de nuestra región: Instituto Agrícola Pascual Baburizza de Los Andes y la Escuela Agrícola Salesiana de Catemu. Más allá de si estemos de acuerdo con su revolucionaria propuesta, Julio Fontán nos obliga a cuestionar nuestro modelo de educación basado en esquemas tradicionales, frente a un mundo que evoluciona vertiginosamente.