Amenazas de la desigualdad cultural
Sumergir el conflicto político o reducirlo a pequeños ámbitos de la deliberación pública, puede llevar a una victoria pírrica de quienes se benefician de la crisis de nuestra democracia. Aldo Valle, Rector de Universidad de Valparaíso
Uno de los cambios que ha habido en la vida social de este tiempo es la mayor relevancia de la desigualdad cultural a propósito de la relación entre democracia, cultura y sociedad. A mi juicio, se han modificado los efectos sociales y políticos que producen las distintas desigualdades. Las contradicciones de carácter económico, que en el pasado ordenaron los clivajes fundamentales de los antagonismos políticos, parecen ahora ser menos relevante como causas estructurales de cambios en la política y en la democracia como forma de gobierno. Esto se observa con mayor claridad cuando se alcanza razonables niveles de estabilidad en la actividad económica y su derivada expansión del consumo y el crédito.
Si se da la condición de que un porcentaje más amplio de la población logra acceder a un mínimo de consumo, aun cuando sea al precio de grandes sacrificios y constante endeudamiento, ello basta para que tal sector de la sociedad se sienta integrado al sistema social y se desempeñe políticamente como un factor de legitimación del orden establecido. Incluso puede protestar contra los impuestos o contra la gratuidad en la educación como opciones de política pública. Ello puede explicarse a su vez porque, históricamente, nunca antes se había expandido a tal cantidad de personas el acceso a bienes y servicios.
Ese mismo proceso social hace posible o compatible que amplios sectores a su vez puedan recibir bajas remuneraciones, malos servicios de salud, de educación o de seguridad social. Por esta razón, a mi juicio, debe advertirse de una vez, que la desigualdad económica y las categorías semánticas que antes servían a este conflicto (trabajador, obrero, patrón, empresario) tengan cada vez una menor carga política o ideológica.
La desigualdad cultural, en cambio, tiene hoy más relevancia en su impacto para degradar la democracia por "medio de la propia política". Los populismos u oportunismos de masas tienen debido a este fenómeno un escenario favorable. Pueden ser los propios electores los que faciliten la erosión de los principios, valores e instituciones de la democracia, sin que sea necesario un golpe de Estado o una revolución.
El otro efecto de la desigualdad cultural es reproducir o mantener el statu quo. Resulta funcional al orden instituido, pero esto puede devenir en una victoria pírrica para las fuerzas políticas dominantes. Como se sabe, Pirro, Rey de Epiro, venció a los romanos, pero perdió miles de hombres y llegó a decir: otra victoria como ésta y volveré solo a casa. Análogamente podríamos decir, otra victoria así del statu quo y nos quedaremos sin democracia.
Sumergir el conflicto político o reducirlo a pequeños ámbitos de la deliberación pública, para conservar la democracia con ventajas o una "constitución tramposa", puede llevar a una victoria pírrica de quienes se benefician de la crisis de nuestra democracia. La amenaza de la desigualdad cultural es engañosa e imperceptible y puede llevar a derrotas irreversibles de la institucionalidad democrática. Pero además es compatible con el Estado de Derecho en sentido formal y con su ideal liberal de que la mejor sociedad es aquella en la que existe un mínimo de intromisiones, especialmente en materia de libertades económicas. A diferencia, claro está, del Estado Democrático de Derecho, que busca expandir los derechos sociales y no solo garantías jurídicas.