Chile: entre la parálisis y la epilepsia
Juan Daniel Escobar Soriano , Académico de la Facultad Eclesiástica de Teología PUCV
El recordado rector de Salamanca, Miguel de Unamuno, dividía a la sociedad española de los años de la guerra en paralíticos y epilépticos. Esta figura, a mi juicio, se puede aplicar en forma perfecta a la realidad que estamos viviendo en nuestro país y ambos extremos cada día ganan más adeptos, lo que se explica en gran medida por la crisis, desprestigio y falta de confianza en instituciones que fueron iluminadoras en el pasado.
La parálisis impide el movimiento, la apertura a las reformas, aceptar nuevas ideas y sumerge a las personas en un quietismo con un miedo patológico a los cambios, ya que llevarían a la destrucción tanto del individuo como de la sociedad. La parálisis la encontramos expresada en afirmaciones como: "cambio es sinónimo de caos", "vamos a estar peor", "estábamos tan bien".
Por su parte, la epilepsia hace que el sujeto no tenga control de sus impulsos y acciones, lo que es peligroso, ya que puede dañarse a sí mismo, como también a otros. Algunas manifestaciones epilépticas son: "destruir todo", "que se vayan todos", "todos son corruptos".
Ambas posturas aparecen como antagónicas, pero como buenos extremos se tocan, ya que impiden un diálogo serio, objetivo y constructivo que tanta falta le hace al país en estos momentos. ¿Es posible revertir la situación de parálisis y epilepsia antes descrita? Pienso que sí.
El Papa Francisco, fiel a su estilo, nos dice: "una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo".
Utilizando el lenguaje informático, tan de moda en nuestros días, invito a "abrir nuevas ventanas". Hay que ver la realidad desde estadios de conciencia más elevados, desde una nueva perspectiva. Optemos por el significado cristiano del término evangélico "metanoia", o sea, una conversión radical, que nos lleve a una nueva visión de la realidad.
Volvamos a escoger nosotros en forma libre, responsable, el qué queremos ser y a dónde queremos ir. Para esto, nos pueden ayudar, antepasados que hoy no son muy populares, por ser acusados de "idealistas utópicos". Estoy pensando en Nicolás de Cusa, Erasmo, Pico della Mirandola, Luis Vives o Raimundo Panikkar, ya que creo que la utopía y la lucha evangélica son la solución.
No podemos seguir dando el monopolio a la razón neoilustrada y sus pretensiones. Tampoco podemos odiar, ya que al final siempre nos convertimos en lo que odiamos. Al igual que Jesús de Nazaret, hay que enfrentar al sistema con Amor, Fe y Lucha.
Nuestra misión es trabajar creativamente desde el límite del sistema, colaborando pacíficamente a la transformación radical. Finalmente, no olvidemos que los grandes cambios positivos vinieron por el Dios encarnado, Jesucristo, y por personas como Sócrates, Buda Gautama, Mahatma Gandhi o Martin Luther King.