La prudencia antes que el avance
Los reclamos angustiosos del comercio en Viña y Valparaíso se estrellaron contra indicadores que sugerían mantener a comunas en fase 2. La situación de los países europeos que aceleraron procesos de reapertura en verano invita a hacer una reflexión sobre las decisiones que se toman hoy para Viña del Mar y Valparaíso.
Pese a la insistencia puesta por autoridades comunales y dirigentes vinculados al comercio detallista, el Ministerio de Salud mantuvo a Valparaíso y Viña del Mar en la fase 2, de Transición, es decir, aunque no están bajo cuarentena, persisten varias restricciones que impiden la reactivación plena de negocios ligados al ámbito turístico, como restaurantes y locales nocturnos. La mera descripción hecha por la autoridad sanitaria sobre el significado de estar en Transición da razones para cierto grado de precario equilibrio, entre el desaliento y el optimismo. "Estado de confinamiento para una comuna o territorio, que tiene como objetivo evitar una apertura brusca y minimizar los rebrotes para no tener que volver a cuarentena, o evitar un cierre total del territorio cuando está presentando alza en los contagios", dice textual el manual elaborado por los especialistas del Minsal. El objetivo es bastante claro: evitar un retroceso abrupto dada cuenta que el meridiano control de los indicadores de contagio demoró más de 100 días bajo estricto confinamiento para las dos comunas más grandes de la Región. La prudencia aludida por la autoridad es atendible, aunque lo son también los reclamos cada día más angustiados de aquellos locatarios que ven naufragar en pocos meses lo que les llevó años en construir.
Dividir el escenario entre héroes y villanos, como suele verse con demasiada frecuencia en las redes sociales, no sirve de nada ante una situación tan compleja como el manejo de la que es considerada la peor pandemia por enfermedades infecciosas en los últimos 100 años. Incluso con un conocimiento más acabado y profundo sobre el covid-19 y un conjunto de recursos mayor al del resto del mundo, la mayoría de los países desarrollados de Europa vive una segunda ola de contagios con brotes mayores a la inicial. A estas horas, los temores a la muerte se conjugan en partes iguales con el miedo a la precariedad y la pobreza, en un continente que ha sido el faro del mundo occidental por casi un siglo. ¿Es la estrategia de confinamientos estrictos y prolongados la mejor para contener el virus sin afectar mortalmente la economía que sustenta la calidad de vida de los ciudadanos? Las respuestas son tan variadas y dependen de tantos factores -internos y externos-, que la mayoría de los países europeos está demorando decisiones tan drásticas y absolutas, ante la evidencia de que muchas personas ya no están dispuestas a acatarlas con tanta docilidad como hace un par de meses. Al mismo tiempo, crece en la comunidad científica la idea de moderar las expectativas ante la llegada de una vacuna. ¿Qué tiene que ver esa segunda ola con la realidad de Valparaíso y Viña del Mar? Mucho, si acaso no todo. Tan ancladas al turismo y el comercio como nuestra capital regional y la Ciudad Jardín, las economías de países como Italia, Francia y España apuraron el tranco hacia la reapertura en la temporada alta del verano. Nadie puede decir con absoluta certeza que en esas decisiones reside el origen de la situación actual, pero una cuota de prudencia invita a reflexionarlas.