Valparaíso, tu nombre tuiteado por gaviotas
¿En serio a alguien le puede sorprender que el Estado no incluya lo evidente en sus informes a la Unesco sobre esa Bagdad que es el Puerto?
Como "autocomplaciente" fue calificado el informe sobre el estado de conservación del Área Histórica de la Ciudad de Valparaíso entregado este mes al Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco por el Gobierno de Chile y firmado por el subsecretario del Patrimonio, Emilio de la Cerda. En rigor, y no seamos tan dramáticos, no es tan grave y solo se trata de una prueba más del abandono en que nos tiene sumidos Santiago y lo poco que le importan a La Moneda y a sus funcionarios qué diablos pase con nuestra ciudad.
Entre los "hitos" destacados se incluyen el llamado a licitación de las obras del Parque Barón (US$ 22 millones), un capricho de ya sabemos quién, la compra del Palacio Subercaseaux (el hoyo, más bien), donde se instalará el futuro Archivo Regional, la restauración a regañadientes de nueve ascensores (US$ 7 millones), el Museo del Grabado del cerrro Alegre, el largamente congelado proyecto de construcción del Centro Interdisciplinario de Neurociencia de La Matriz y el nuevo modelo de gestión del Sitio Patrimonial Mundial firmado con la Municipalidad porteña y el BID.
No incluyó el subsecretario De la Cerda la devastación sufrida por la ciudad ininterrumpida (e impunemente) desde la crisis de octubre de 2019, argumentando que los daños estaban fuera del polígono que demarca las 23 hectáreas patrimoniales de Unesco, como tampoco pasó por el Concejo Municipal (ni por su Comisión de Patrimonio) el acuerdo firmado a oscuras con el alcalde Jorge Sharp, quien -por razones que ya ni siquiera intentaremos entender- también ocultó cualquier referencia a ello a la citada comisión presidida por el arquitecto y concejal Daniel Morales.
Alguna vez, años atrás, estuvo en el antiguo edificio de El Mercurio de Valparaíso de calle Esmeralda el experto patrimonial colombiano Juan Luis Isaza, quien presentó por esos días su informe del desastroso estado en que se hallaba la Ciudad Puerto. (Sí, hablamos del mismo edificio que fue quemado por vándalos la noche del 19 de octubre de 2019 con periodistas, en su mayoría mujeres, adentro; el mismo que una reciente y flamante contratación de planta del alcalde Sharp llamó cobardemente por redes sociales a volver a incendiar, "pero ahora, completo", semanas más tarde).
En esa conversación, Isaza nos recordó que solo había dos casos de sitios que habían salido del listado de la Unesco, ambos por decisión propia y en la primera década del Siglo XXI. El primero era el Santuario de los Oryx de Omán (los oryx son una suerte de antílopes de largos cuernos que no manejan Twitter, no son de la cota mil, ni militan en el Frente Amplio), debajo de los cuales se hallaron ingentes reservas de petróleo, por lo que los animalejos fueron exiliados a cuerpo de rey a un país vecino. El segundo se trató del Valle del Elba de Dresden, en Alemania, luego de que un plebiscito determinara que la gente prefería la construcción del impronunciable puente de Waldschlösschen, que alteraría de manera radical el paisaje, pero les simplificaría la vida a sus habitantes.
Ahora, quizás somos nosotros los equivocados y tanto el alcalde Sharp como el subsecretario De la Cerda tienen razón: hagamos un plebiscito y, en una de esas, gana la opción de seguir destruyendo inmuebles, quebrando negocios, funando gente, dejando que las gaviotas (tampoco tuitean, entendemos, aunque nunca se sabe con estos pajarracos) se revuelvan entre excrementos, porquería y los ríos de orina que corren por las calles del viejo y querido "Pancho".
Por último, después les prometemos al profesor Ramón Latorre y a la Unesco la vigesimosexta (¿o era vigesimoséptima?) primera piedra del Centro de Neurociencia para algún miércoles de la segunda quincena de agosto de 2056. Por la tarde, eso sí. No sea cosa de que vayamos a despertar a la gente del Consejo de Monumentos Nacionales.