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#CACHAGUA

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Las imágenes y audios volvieron a despertar ese odio que se hizo patente desde el 18 de octubre de 2019 y que nos dio cuenta de un Chile fracturado, un país dividido en clases que se desprecian mutuamente y que funciona en base a la construcción de estereotipos del otro".

El día jueves, las redes sociales explotaron por la filtración de un audio que daba cuenta de una fiesta de año nuevo en la que aparecían implicados grupos de ex alumnos de los principales colegios de élite de Chile. El audio, que comenzó a circular como reguero de pólvora por Whatsapp, fue objeto de múltiples reacciones.

Inevitablemente, la situación y la misma imagen de la fiesta nos hizo recordar la canción que, hace 35 años, lanzaron Los Prisioneros en su icónico álbum "Pateando Piedras". Específicamente el tema "¿Por qué los ricos?", que pareciera ser un adelanto de lo vivido en el balnerario: "Van a sus colegios a jugar / Con los curas con las monjas / De la caridad / Con sus cuerpos llenos de comida / Crecen como europeos /Rubios y robustos".

Las imágenes y audios volvieron a despertar ese odio que se hizo patente desde el 18 de octubre de 2019 y que nos dio cuenta de un Chile fracturado, un país dividido en clases que se desprecian mutuamente y que funciona en base a la construcción de estereotipos del otro. Quizás para la mayoría de Chile o por lo menos para esa gran masa que dicta cátedra a través de las redes sociales, haber estudiado en colegios del barrio alto o universidades sobre la cota mil, los hace superficiales, metalizados, individualistas y atropelladores. Por el contrario, para este último grupo, los privilegios que tienen son producto del esfuerzo y del mérito, si el resto no los tiene "por algo será..." Aquí vemos la peor imagen de Chile, la de un país quebrado, con odios y resentimientos que, llevados al extremo, acaban con cualquier tipo de racionalidad y empatía. Mientras unos celebran que los cuicos se hayan contagiado, los otros festinaban con tres personas excedidas de peso que tenían un cartel que decía que tenían hambre en la comuna de El Bosque.

El análisis del audio de Cachagua también nos conduce a otra dimensión que tiene que ver con el ámbito de las comunicaciones. Internet, las redes sociales y, ahora, Whatsapp han transformado completamente la manera de comunicarnos. Llamar por teléfono es, al día de hoy, un fenómeno raro y hasta molesto, limitado a ofertas y seguros que ya nadie quiere oír. Whatsapp ha generado redes y conexiones que, hasta hace pocos años, eran impensables. En tiempos de pandemia, qué mejor -y peor- ejemplo, de cómo los audios se viralizaron y permitieron que gran parte de los chilenos conociéramos a Pancho Correa, Victor Bessay y a Isi Reinecke. Sin quererlo, nos metimos en sus vidas, en su intimidad, la mayoría por simple curiosidad, otros para funarlos y el resto para burlarse. No medimos -a quién le importa- el daño que podemos provocar en sus vidas. La misma inconsciencia, frivolidad y falta de empatía que le criticamos a los jóvenes por hacer una fiesta de forma irresponsable la terminamos cometiendo nosotros siendo parte de este juego, sin medir las consecuencias.

El último punto al que nos queremos referir, a partir de esta noticia, tiene que ver con las nuevas dimensiones que ha adquirido el humor en contexto de pandemia. A través de este verdadero tobogán que son las redes sociales y el famoso Whatsapp, todo pareciera circular a la velocidad de la luz. El humor, como lo señala el psicólogo, Dr. Andrés Mendiburo, es una manera de afrontar situaciones de estrés y, durante este último tiempo, lo hemos visto en su máxima expresión a través de diversas formas: audios, memes, videos, etc. Si la risa, como en la película infantil Monster Inc., pudiera generar energía, Chile estaría siempre iluminado. Lamentablemente, no funciona de esa forma.

Retomando el tema de Los Prisioneros, una de las cuestiones que más llama la atención de la canción que reseñábamos al inicio es que luego termina diciendo: "Y nunca trates de entender / ¿Por qué, por qué los ricos? / Tienen derecho a pasarlo tan bien / Si son tan imbéciles como los pobres".

En el fondo, el éxito de los ochenta, lejos de focalizar sus críticas hacia un sector y quedarse en la lucha de clases que vemos hoy en día, nos lleva a una realidad que es la que nos ha acompañado durante toda esta pandemia y que se puede resumir en lo siguiente: La estupidez y el descriterio no es privilegio de una sola clase, sino que está presente de forma transversal en todo el país. 2

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Profundamente porfiados

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Ante un inminente estado de cuarentena en la región, queda la duda de qué efecto real tendrá, en medio de un ocaso de las medidas restrictivas, la inmovilidad del gobierno y una carencia total de autorregulación por parte de los ciudadanos".

"No fue la inspiración ideológica o la esencia de un presidente. Sino que el Uruguay entendió y aplicó su libertad de manera responsable", decía en junio el Mandatario de ese país, Luis Lacalle Pou. En la misma jornada, el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, lo presentaba diciendo que el jefe de Estado "se negó a confinar de una manera obligatoria a los uruguayos, y se limitó a recomendarles que tomaran las precauciones que recomendaba la sanidad de su país. Y esta concesión a la responsabilidad de los uruguayos ha funcionado extraordinariamente bien".

Tremenda diferencia con lo que ha sucedido en Chile y la forma en que tanto el gobierno como los propios ciudadanos han actuado frente a la crisis sanitaria. Si bien en los últimos meses la nación charrúa ha aumentado sus contagios, los números distan enormemente de lo que pasa en nuestro país. Así, al 8 de enero, Uruguay tenía 6,41 muertos por cada cien mil habitantes y 668,19 contagiados por cada cien mil personas, de acuerdo a los datos entregados por RTVE.

En Chile, las cifras son escalofriantes: casi 90 fallecidos por cada 100 mil habitantes y más de tres mil contagiados por cada cien mil personas. La misma publicación asegura que "la COVID-19 es también una amenaza en Chile, uno de los países del mundo con más contagios, pese a tener solo 19 millones de habitantes… En las últimas semanas se acerca a cifras de contagios de junio y julio, cuando estuvo al borde del colapso sanitario".

La situación es en extremo compleja y la fiesta masiva en el balneario de Cachagua esta semana, que se suma a una larga lista de encuentros sociales que se han conocido y muchos otros que no, es una muestra de que algo está fallando. Tanto así que en el caso de Viña del Mar y Valparaíso muchos alertan que hoy existen más casos activos que durante la primera cuarentena. Aun así, las redes sociales y medios de comunicación hierven en publicaciones respecto de atiborradas reuniones sociales, que contravienen las medidas sanitarias y los toques de queda, incumpliendo además con el uso de mascarilla o el distanciamiento mínimo.

Algo pasa en Chile que ni las disposiciones rígidas establecidas desde marzo de 2020, ni las amenazas de volver a cuarentena extrema, ni tampoco los llamados a la responsabilidad, funcionan. En una sociedad donde las instituciones y las autoridades no son respetadas por la ciudadanía, el margen de acción es mínimo, pues la fiscalización es prácticamente una broma, los casos siguen aumentando explosivamente y la forma utilizada para controlar el virus -al menos durante el año pasado- comienza a diluirse.

El problema es que el caso de Cachagua no es aislado, aunque haya generado mayores repercusiones, fundamentalmente porque se trata de jóvenes ligados al poder económico y político. Pero, solo unos días después de que se viralizaran las imágenes con estos chicos haciendo nulo caso de las medidas restrictivas y de los llamados de atención en el exclusivo balneario, situaciones del mismo tono se conocían en Valparaíso, con nueve detenidos y otros tanto "hombres araña" que escaparon por los techos de las casas. Antes había sido en Espacio Brodway, a la salida de Santiago. Y en los matinales es cosa de todos los días ver cómo en distintas comunas las fiestas clandestinas se toman la pantalla.

La situación en nuestro país es compleja y solo puede seguir empeorando. La ciudadanía -sobre todo los jóvenes, que se sienten inmortales frente al virus- está cansada de las medidas restrictivas y no está dispuesta a seguir cumpliéndolas a raja tabla, como sí lo fue durante los primeros meses de pandemia. La autoridad, por su parte, está de manos atadas: la capacidad de fiscalización no da el ancho, pero además hay señales confusas, como el Presidente de la República, Sebastián Piñera, paseándose sin mascarilla ni distanciamiento social, mientras el mismo gobierno se querella en contra de quienes realizan estos cuestionados eventos masivos.

Ante un inminente estado de cuarentena en la región, queda la duda de qué efecto real tendrá en los ciudadanos, en medio de un ocaso de las medidas restrictivas, la inmovilidad del gobierno y una carencia total de autorregulación por parte de los ciudadanos. En este peligroso escenario, un llamado como el que hizo en su momento Lacalle Pou, apuntando directamente al compromiso voluntario de todos los uruguayos, no tiene futuro en un país rebelde y egoísta como el nuestro. El problema está en que los castigos y sanciones tampoco funcionan en una nación profunda y completamente porfiada. 2

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