Secciones

  • Portada
  • Actualidad
  • Opinión
  • Actualidad general
  • Deportes
  • Clasificados
  • Servicios
  • Espectáculos
POR SEGISMUNDO

RELO DE ARENA Casino, el glamur y las pellejerías

E-mail Compartir

"El ansia de dinero dominaba en esa sala cambiando los rostros de hombres y mujeres. Se contaban casos de damas desesperadas, cuyas manos sin control, en el colmo de la tristeza de perder, se estiraban hacia las pilas de fichas ansiando recuperarse por medio del robo. Acaloradas disputas sonaban de cuando en vez, así fueran chasquidos de disparo. Hombres de reputación social tomaban de pronto actitudes equívocas, se increpaban como diputados. El ruido de las fichas, la música de los violines a la sordina, mezclado con un sordo rumor del mar, y las voces de los crupieres argentinos, cultivaban una vida irreal, que solamente a la salida del Casino se desvanece, haciendo despertar brutalmente".

Es el cuadro que presenta Teresa Iturrigorriaga, protagonista de la "Chica del Crillón", la novela de Joaquín Edwards Bello, mostrando las salas de juego del flamante y entonces glamoroso Casino Municipal de Viña del Mar. La obra es de 1934. Las tintas están algo cargadas en la descripción, pero hay mucho de realidad sobre el Casino y las pasiones y las miserias que desata el juego.

Teresa, "una dama joven, trigueña, boca bien dibujada y ojos de indefinible hermosura oriental", descripción de Edwards Bello, pertenece a la vieja aristocracia venida a menos y busca en el Casino fortuna.

Las imágenes de Mundo, Edmundo Searle, de esos mismos años, nos presentan también los rostros inquietos, apasionados y hasta angustiados de elegantes damas y varones en la sala de juegos.

Tardes de juego

La ficción del texto o de las imágenes tiene mucho de realidad. Conocidas damas de la misma condición de Teresa, ahora dueñas de pensión, iban las tardes al Casino tentando en la ruleta algunos pesos para mejorar sus ingresos. Generalmente perdían y sus arrendatarios se debían conformar con sopitas de agua donde flotaban algunas hojitas de acelga.

Damas distinguidas, a escondidas del esposo, jugaban, perdían y se endeudaban. Afligidas, acudían a alguna casa de préstamos, "El Caballo Blanco", calle Arlegui, por ejemplo, y empeñaban una joya de valor para volver a la ruleta o al punto y banca. Por cierto perdían, no podían rescatar la joya y ante el marido que preguntaba demasiado, mentían. El prendedor se había perdido en las calles viñamarinas. Hasta ponían un aviso en el diario ofreciendo una recompensa por prendedor ese que reposaba en la caja de fondos del obsequioso agenciero español. Y había historias peores, mito viñamarino, hasta de un tiro en la sien…

Se intentaba derrotar el azar mediante las matemáticas. No eran tiempos de calculadoras científicas ni de computadores. Eran las martingalas, elaboradas teorías para ganar en la ruleta. En la librería "Cervantes", Valparaíso esquina Quinta, donde comprábamos nuestros libros escolares, se vendían también unos libritos explicando martingalas garantizadas. El único ganador, seguro, era el autor de los libros.

La teoría de esas viejas martingalas se basaba en la tradicional ruleta francesa de 37 números, 36 más el cero. Por suerte más que por matemáticas, las fórmulas funcionaban. Cuenta un viajero que intentó aplicar el sistema en una ruleta en Las Vegas, Estados Unidos. Fracaso total. Descubrió que las martingalas de Viña eran imposibles en Las Vegas pues la ruleta, no estaba cargada, pero tenía 38 número, el 36 más el cero y un doble cero, en vez de los tradicionales 37. De pronto las mismas ruletas made in USA llegaron a Viña del Mar y el ingreso, nos comenta uno de los empresarios actuales en una reunión social, se multiplica.

Joaquín escudero

Edwards Bello habla de los crupieres argentinos y de Escudero. Joaquín Escudero no es de ficción. Empresario argentino, primer concesionario del Casino fue un personaje mítico en Viña del Mar. El Tío Joaco. Denostado y aplaudido fue un buen socio de la ciudad al punto que dentro del andamiaje financiero que se montó para comprar la Quinta Vergara, pagó $ 6.560.700 a doña Blanca Vergara, esto aplicando la Cláusula Décima del antiguo contrato del concesión del Casino. Pesos de 1943.

Joaquín Escudero, de bajo perfil, vivía en un gran chalet casi frente al Casino. Remataba la chimenea de la casa, como veleta, un gato negro. En las noches, inmóvil, de manta, un sereno velaba el sueño del próspero empresario. Casado, una hija, dejó como legado a la ciudad el Hotel San Martín y una colección pictórica. Un pequeño edificio en calle Quillota recuerda su nombre.

Evocaciones cuando el Casino ha dejado de ser una mina de oro para la Municipalidad. Largamente cerrado vive sus propias pellejerías. Eran los tiempos en que la Municipalidad de Viña del Mar trataba en directo con los concesionarios. Para bien o para mal, no existía la Superintendencia de Casinos de Juego y el casino era, el Casino de Viña del Mar. Único en Chile.