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Lluvia de presidenciables

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Por la fragmentación del escenario político que caracteriza a nuestro país hace ya varios años, la posibilidad de instalarse como primus inter pares, con una valoración relevante, es cada vez más difícil. Peor aún si se considera la baja valoración que el mundo político tiene ante la ciudadanía".

Durante las últimas semanas, en consonancia con el año extremadamente electoral que comenzamos a vivir este 2021, la lluvia de presidenciables ha sido muy distinta a como se preveían las extrañas precipitaciones de este fin de semana, que se advertían cortas y potentes.

Por el contrario, los chubascos presidenciables se muestran hasta ahora poco relevantes, aunque muy masivos. La cantidad de candidatos que comienza a surcar los cielos es cada vez más amplia, con postulantes de todo tipo y sensibilidad, pero que comparten algo: muy poco respaldo.

El escenario es extremadamente fragmentado, tanto en la centroizquierda, como en la centroderecha, con abanderados que no marcan más de 8% en algunas encuestas (en otras, el más relevante llega a 15%) y que, en su mayoría, apenas alcanzan la pura mención.

Así, en la última Cadem, quien lidera el sondeo es el alcalde de Recoleta, el PC Daniel Jadue, precisamente con el 8% de las preferencias en mención espontánea. Le sigue Joaquín Lavín (UDI), con 6%; la también gremialista Evelyn Matthei y el independiente por Chile Vamos, Sebastián Sichel, con 4%; José Antonio Kast (Partido Republicano), con 3%; la PH Pamela Jiles, la expresidenta Michelle Bachelet y la flamante abanderada del PS, Paula Narváez, con 2% cada una; para terminar con una larga lista de personajes que apenas alcanzan el 1%, entre los que están el RN Mario Desbordes, los PPD Francisco Vidal y Heraldo Muñoz -que justo hoy se miden en primarias internas-, el independiente Franco Parisi, e incluso la presidenta del Colegio Médico, Izkia Siches. Y en esta lista faltan varios, como la DC Ximena Rincón o el exministro Ignacio Briones.

Es complejo que entre todos quienes componen esta medición de mención espontánea, no llegan ni al 40%. Considerando que faltan apenas diez meses para la contienda -aunque muchos caerán en las primarias de cada sector- el tiempo para posicionarse no es mucho. Precisamente por la fragmentación del escenario político que caracteriza a nuestro país hace ya varios años, la posibilidad de instalarse como primus inter pares, con una valoración relevante, es cada vez más difícil. Peor aún si se considera la baja valoración que el mundo político tiene ante la ciudadanía.

Hace justo un año y en plenas réplicas del estallido social, en Ciper, el académico Fernando Rosenblatt advertía que era necesario "evitar la tentación del pequeño partido propio y las ganancias de corto plazo". Observación que -a la luz de los hechos- no ha sido precisamente tomada en cuenta por los presidenciables.

La realidad hoy es muy distinta a lo que sucedía, por ejemplo, para las elecciones de 2005. Casi dos años antes, en 2003, ya Joaquín Lavín aparecía en la encuesta CEP como la mejor carta ante la pregunta "¿quién le gustaría que fuera el próximo presidente"?, con un 36% de las menciones, seguido por Michelle Bachelet, que alcanzaba en ese momento un 14%.

Poco después, cuando faltaba un año para las elecciones, la situación había cambiado. Para diciembre de 2004, ante la misma pregunta, un 36% se inclinaba por la candidata de la Concertación y un 27%, por el abanderado de la derecha, mostrando claramente que el futuro enfrentamiento sería entre los dos personajes, que el resultado sería estrecho, y que habría una segunda vuelta. Pero aún faltaba la "sorpresa" de la contienda: Sebastián Piñera, que se sumaría a la campaña en mayo de 2005. En junio, con todas las cartas sobre la mesa, ya Bachelet se empinaba en el 63% de respaldo, Lavín bajaba a 14% y Piñera debutaba con 12%.

Hoy, la situación es mucho más "líquida": ninguno de los postulantes a La Moneda supera el 8% de las menciones y el abanico de opciones es enorme. Tan extenso como serán las papeletas que deberá digerir cada votante, considerando que además de presidente, en noviembre se elegirán diputados, senadores y consejeros regionales.

Lo cierto es que estamos ante una lluvia, que más parece llovizna de verano: extensa, amplia, pero que apenas moja. Son demasiados los candidatos y ninguno de ellos se perfila como una persona carismática, que realmente convoque a la ciudadanía. Por lo mismo, la primera tarea de todos ellos -si quieren llegar a sentarse en Palacio- será darse a conocer, convencer, deslumbrar. Si ninguno lo logra, estaremos ante una situación compleja, en la que podría darse una abstención relevante y en la que, quienes decidan participar del proceso, pueden terminar votando por "lo menos malo". Pésimo enfoque cuando se trata de quien dirigirá al país los próximos cuatro años. 2

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Recuerdos de la calle Valparaíso

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Podrán encerrarnos, suspendernos actividades, impedirnos ver a nuestros padres, familiares y amigos que viven en otra región, pero no pueden quitarnos los recuerdos, la nostalgia de una época que, no siendo ni mejor ni peor, funcionaba, como decía Eugenia Garrido en el prólogo del libro de Jorge Salomó, a una escala humana".

S e acabó enero y la llegada de febrero nos conecta directamente con las vacaciones. Aunque muchos tengan que trabajar, inevitablemente, nos trasladamos a alguna época, en mi caso en los noventa, cuando éramos estudiantes, en que teníamos este mes completo para levantarnos tarde, ir a la playa todo el día y finalizar la jornada recorriendo la calle Valparaíso a la caza de algún show nocturno o un hecho extraordinario de esos que, cada cierto tiempo, ocurrían en esta concurrida avenida.

Hasta hace algunos años, antes de la apertura de los malls, la calle Valparaíso era, como consigna Jorge Salomó en su libro sobre este lugar, un espacio natural de ejercicio democrático. Siempre con "un ritmo que promueve el encuentro, la detención a conversar, la actitud de mostrarse y observar, de intercambiar apreciaciones y juicios".

Imposible olvidar un café helado y sándwich de ave palta en el Samoiedo en época de vacas gordas. Un completo y una bebida de máquina en el Mahuel en vacas flacas. O, si no, un juguito de zanahoria en Rodier, una opción más light, antes de que existiera ese concepto o las tribus vegetarianas y veganas.

Una vuelta por la Casa Amarilla, buscar algún casette, de alguno de los invitados al festival o de otro que estuviera número uno en los rankings de Jorge Aedo o Andrea Tessa y ver si solo por el single valía la pena la inversión del lado B.

La llegada de los UNITAS, sus curaderas en el segundo piso del Portal Álamos, haciendo escándalo, tomando shops de litro sobre las mesas, rodeados de chilenas curiosas que venían de otras regiones por unos dólares más…en una época en la que ver afroamericanos era una rareza en Chile.

Noches de "Pepito paga doble", de un no vidente cantando algún viejo éxito con la voz chillona metalizada por un amplificador barato. Jornadas en las que "El Flaco y el Indio" nos usaban de sparring soñando con algún día poder estar en la Quinta Vergara. Noches de chistes groseros, rutinas subidas de tono, en una época donde a nadie le importaba la sensibilidad del otro. Había luz verde para reírse de los homosexuales, de los feos, de los chicos y de los gordos. Si había uno que cumplía con todas las anteriores, se llevaba el "premiado".

No había celulares, whatsapp, ni GPS. Si pasaba algo, a buscar una moneda y luego un teléfono público y si ni siquiera alcanzaba para eso, porque se acabó la plata o se perdió la billetera, había que mendigar para pedir una moneda o, después, llamar por cobro revertido (cómo no recordar el 800 800 360). Billeteras delgadas, no había tarjetas, ni de buses, ni de débito, ni "master plop". Ni siquiera el carnet que, en esa época, apenas cabía con su enorme plastificado. Un billete de quinientos, un boleto de tren, una lista de números de teléfono y algún calendario de esos que regalaban por un aporte voluntario en la micro, todo eso llenaba las billeteras de los adolescentes.

Uno se ponía de acuerdo en la hora y en el lugar donde juntarse, por teléfono en la tarde. Lo que venía después era una prueba de confianza que templaba la amistad. En esa selección fuimos o nos fueron descartando, por impuntuales, olvidadizos o torpes. Nada peor que volver con el rabo entre las piernas porque fulanito(a) no llegó. Por eso había lugares de encuentro clásicos: el Hipopótamo hasta que desapareció, Uno Norte con Libertad, la galería Florida, etc.

Una vuelta por la feria de artesanía en busca de un regalo barato que justificara la invitación a un cumpleaños. Una pulsera, un estuche de cuero con el nombre grabado, un poster o uno de esos sets de bromas pesadas.

Uno avisaba la hora de regreso y andaba preguntando por ella, porque ni siquiera teníamos relojes. El tiempo pasaba volando sin necesidad de TIK TOK o Instagram. Nadie se tomaba fotos, pues las cámaras eran un lujo para las vacaciones. No había que "etiquetarse", ni estirar los brazos hasta el desgarro para conseguir una selfie del grupo. Las papas fritas o el churrasco de "El Guatón" eran engullidos con voracidad, sin la necesidad de ser fotografiados antes del sacrificio.

Podrán encerrarnos, suspendernos actividades, impedirnos ver a nuestros padres, familiares y amigos que viven en otra región, pero no pueden quitarnos los recuerdos, la nostalgia de una época que, no siendo ni mejor ni peor, funcionaba, como decía Eugenia Garrido en el prólogo del libro de Salomó, a una escala humana. 2

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