Violencia viajera, el "nuevo turismo"
La detención de un viñamarino por el ataque incendiario a la Municipalidad de Villarrica muestra la agresiva itinerancia del extremismo. Quienes legitiman la violencia saben el daño que provoca. Y lo debe saber la diputada Catalina Pérez, presidenta de RD, quien, justificando los ataques, afirmó que "en Chile la vida de un pobre no vale nada ¿Cómo quieren que no lo quememos todo?".
Los pretextos no faltan y las manifestaciones violentas se repiten. Ahora el motivo es la muerte de un malabarista que se enfrentó con Carabineros en Panguipulli resistiendo un control de identidad, hecho que culminó con la reacción de un policía que, utilizando su arma de servicio, le causó la muerte.
El caso, que está en manos de la Justicia, ya es cosa juzgada para algunos sectores y la sentencia es castigar con fuego a las ciudades.
Esta sentencia ya ha sido cumplida con prolijidad en Panguipulli, donde grupos organizados quemaron el edificio municipal y servicios públicos anexos. Animados con el mismo espíritu de "justicia", se atentó también contra el edificio municipal de Villarrica, dañando algunas instalaciones. El fuego pudo ser controlado por Bomberos y se logró la detención de dos hombres y una mujer comprometidos en el atentado, quienes, tras el control de detención, quedaron en prisión preventiva. Entre ellos un viñamarino de 26 años, quien en su entusiasmo pirómano también quemó una bandera chilena. El detenido tiene un nutrido prontuario que anota actos de violencia, robo, lesiones y maltrato a Carabineros. La presencia de este viñamarino en el atentado incendiario en una atractiva localidad lacustre del sur del país, revela un "turismo de violencia", modalidad con razón rechazada por el alcalde de Villarrica, Germán Vergara. Recalca que los detenidos "son todos de afuera, que vienen a echarnos a perder el turismo acá".
Una nueva modalidad "turística" que constituye un atentado contra toda la comunidad de esa zona gravemente afectada por las restricciones derivadas de la pandemia.
Valparaíso, donde la castigada plaza Aníbal Pinto sigue siendo escenario de actos de violencia, también acusa un grave daño, con su comercio subsistiendo con gran dificultad en medio de cortes de tránsito, barricadas y humo.
Quienes legitiman estos actos de violencia, allá y acá, saben perfectamente el daño que provocan a las ciudades, a sus actividades y, en concreto, a las personas, a los comerciantes que deben cerrar sus negocios y a los trabajadores que pierden su empleo.
Y lo debe saber perfectamente la diputada Catalina Pérez, presidenta de Revolución Democrática (RD), quien, justificando los ataques, afirmó que "en Chile la vida de un pobre no vale nada. ¿Cómo quieren que no lo quememos todo?".
Hay otros que no tienen la franqueza de la parlamentaria, pero avalan la violencia con falacias como aquella de los "$ 30 y los 30 años" o, más cómodamente, con el silencio.
Entretanto, la dinámica de la violencia y la crispación generarán nuevas víctimas y seguiremos asistiendo a la destrucción de nuestras ciudades -Valparaíso, ejemplo vivo de una ciudad que muere- y, mucho peor, a la demolición de nuestra convivencia social.