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Apuntes sobre la fauna política y social de la zona

"Cheíto", el asesino con cara de niño

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Ayer me puse a sacar cuentas de cuántos entrenadores hemos tenido en Wanderers desde que me vine a vivir a Cachagua en mayo de 1983, el mismo día que comenzaron las míticas jornadas de protesta nacional de Rodolfo Seguel y la CTC.

Ese mismo año volví a Playa Ancha después de una década disfrutando de la "beca presidencial" para esa insólita derrota ante Colo Colo por 0 a 3, la tarde en que el "Cóndor" Rojas pateó un penal más cerca del banderín del córner que del arco del "Tano" Biondi. Ustedes eran muy chicos, pero los arqueros de antes no hacían eso. ¿Se imaginan al "Gato" Osbén" pateando un penal? Sí, sí sé que después llegaría la moda de los Higuita, Chilavert y los Marco Cornez, pero en esos días era una payasada. Por ese entonces, qué tiempos aquellos, el torneo era bastante mejor que ahora y Wanderers andaba a los tumbos (era que no) dirigido por el fallecido Pedro Morales.

De don Pedro en adelante consigo contar más de treinta, incluyendo solo una vez a los que, por un motivo u otro, dirigieron más de una temporada y en dos y hasta tres pasadas, como "Clavito" Godoy (que esta semana anduvo dando clases de fútbol por Hijuelas) el "Marinero" Carrasco, Raúl Aravena, Yuri Fernández, "Peineta" Garcés y el mismo "Choro" Robles. Salvo por "Peineta" y Jorge Luis Siviero nadie duró los tres años de Miguel "Cheíto" Ramírez (Santiago, 1970), de quien fui fan como técnico de cuando estuvo en San Luis de Quillota (antes había acompañado al "Bichi" Borghi en la Selección y al "Pillo" Vera en Deportes Iquique), e incluso lo prefería antes que al "Nico" Córdova.

Pero "Cheíto" entró en nuestras vidas mucho antes. Específicamente el 30 de julio de 1988 en un triste empate 1 a 1 ante Iquique en Cavancha, cuando el "Turco" Salah (otro que también paseó su fútbol lateral por Playa Ancha) lo hizo debutar con 18 años en primera división. Fue Mirko Jozic quien lo transformó en stopper por sus innegables condiciones y capacidad de salto, consolidándolo como el pilar de la Copa Libertadores del 91 y los casi diez títulos que ganó Colo Colo en esa época. De ahí le perdí la pista (partió a la Real Sociedad, donde entiendo que no jugó mucho, y al Monterrey mexicano) hasta que volvió a fines de los noventa a San Carlos de Apoquindo, en aquella UC de Fernando Carvallo y Wim Rijsbergen, para luego regresar a su Colo Colo querido. Entre medio, grandes partidos por esa Roja que jugaba como nunca y perdía como siempre, de la mano del citado Salah, el "Vasco" Azkargorta y el "Pelado" Acosta, que lo llevó al Mundial de Francia 98 y le regaló minutos en tres de los cuatro partidos que jugó Chile. Pocos se acordarán, pero la mitad del debut goleador del Matador Salas en aquel 3-3 con la Argentina de Maradona previo al Mundial del 94, se lo debe a "Cheíto", cuya patriada dejó la pelotita dando bote a centímetros del arco de Luis Isla.

De "Cheíto" me quedo con su cara de inocentón, de cuando pegaba unos fierrazos de padre y señor mío y después mostraba su rostro de Dorian Gray que no asustaba ni envejecía nunca. En la radio (¿habrá sido el "Guatón" Mella o el DT del Estrella Roja?) lo apodaron "El asesino con cara de niño", un exceso claro está, pero siempre en la línea de su estampa de yerno perfecto, el mismo look que cultivaría ya entrado en la cuarentena, siempre delgado, con chalequito atado por sobre los hombros y en el cual solo sus incipientes canas y barba denotaban algo del paso del tiempo.

O también con el "Cheíto" del 2004, ese que jugaba en Colo Colo con la 10 y que se despachó el mejor gol que se haya visto en Sausalito y que repiten como obsesos en el Canal del Fútbol: un derechazo de sobrepique casi desde la mitad de la cancha al ángulo.

Siempre "Cheíto" (nunca le gustó su apodo, pero qué le vamos a hacer) fue un tipo serio, alejado de exabruptos o declaraciones rimbombantes. Por lo mismo me desayuné el día en que habló del estallido social ("Hoy la juventud ha perdido el respeto, para bien y para mal. Y por eso creo yo que han podido salir a manifestarse, sumado a todas las injusticias que se han ido generando año a año. (…) Me da mucha alegría saber que mis hijos estuvieron marchando en Plaza Italia. Es algo que a su tiempo, en mi juventud, no pude hacer porque había mucho temor por salir a protestar. (…) Nosotros fuimos criados con temor. El tema de la dictadura fue muy fuerte para quienes crecimos con toque de queda y represión", dijo).

Entonces me acordé del "Hueso" Basay, otro extécnico caturro que también quiso meterse en política una vez que lo llamaron de una radio argentina y se puso creativo. Y en esa lógica ultrasabanda del "pimpón" se metió en las patas de los caballos.

-¿Pinochet? - le preguntaron.

-Un hombre muy necesario en cierto momento de la historia de Chile".

-¿Piñera?

-Es un genio, que le ha costado mucho en un momento que tomó al país y que debe ser de los más complicados de la historia, con muchas cosas que se dieron cuando él asumió.

-¿Bachelet?

-Una dama.

Estará de más hablar de la que se armó. Pero si hay algo en que sí coincidían el "Hueso" y "Cheíto" era en lo valientes: no arrugaban nunca.

Por lo mismo, prefiero quedarme con el rotundo 3-0 ante Colo Colo en el Elías Figueroa, el 1-1 en San Carlos de Apoquindo frente al campeón y esos otros partidos en que terminó jugando con diez canteranos sobre la cancha.

Quizás le faltó un año. O dos. En estos torneos tan extraños supo sacar adelante el complejo ascenso y la mantención del equipo en Primera.

Pero, sin embargo, no había dinero ni ganas para apostar por algo mayor. Deberemos conformarnos con los Espinel o esos inventos tan raros de hace poco tiempo atrás.

Miguel Ramírez, ya no "Cheíto", se tituló de hombre grande en Valparaíso y, según mi compadre y excuñado, el "Poncho" Torrealba, lo más seguro es que pronto lo veamos de visita dirigiendo por estos pagos nada más y nada menos que al actual tricampeón. O tal vez vuelva con Colo Colo. Vaya uno a saber.

Siendo honestos, reconozco que en los últimos treinta partidos no me quedaban insultos por gritarle.

Pero, confieso, ya lo echo de menos. ¿Será la edad?