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Europa, en un postrer suspiro

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No es posible resumir en pocas palabras está extraordinaria obra. Sin embargo, su mismo título completo da alguna pista. Comienza con un llamado, Los Europeos, que en sí mismo se puede leer como algo que es y que existe o existió. Luego anuncia que va a llevar su novela -sin mencionar tal palabra- ciñéndose a tres personajes.

Muy pronto comienzan a aparecer. Son Paulina, española al nacer; Louis, francés republicano; y un ruso, Turguénev. Pero nacer y ser son algo diferente. Se nace en una patria, pero la vida transforma y al postrer suspiro, todo ha cambiado y ya solo hay retazos de esa herencia.

Esta elección de personajes como elementos estructurales, ya indica una elección, que la novela pondrá a prueba. Veamos cómo aparecen estas tres naciones a lo largo de ella.

El escritor, al momento de producir la obra, tiene nacionalidad británica. La elegancia y el sentido del humor lo confirman. Sin embargo Gran Bretaña no sale bien parada del concurso. Se trata de un "país sin música", con una cocina detestable y con una mente ganada por lo económico e incapaz de abrirse a ninguna otra cosa.

Tampoco le va bien a la dama. España es un país inclasificable. En el conjunto europeo desafina por todos lados. La huella celta y romana le da una base, pero el aporte musulmán la hace exótica y la acerca a lo no europeo. Además su cristianismo inquisitorial espanta. Pero Paulina brilla en la música y conquista Europa.

Y llegamos al tercer vértice que constantemente da una batalla imposible por ser ruso y a la vez europeo. Es el personaje trágico, y más difícil que lo más difícil de la ópera italiana, y la de Wagner. Es Turguénev, el más europeo de los tres.

La presentación de Turguénev es admirable. Es un intelectual propietario en Rusia, sin intenciones económicas y profundamente admirador de la cultura que ejemplifica en Tolstoi, Dostoievski, Tchaikovski, y al mismo tiempo amante mudo de una maravillosa cantante de pasado español: Paulina Viardot, una del trío.

Pero esto no sucede en la nada. El siglo dieciocho y el diecinueve están moldeados por el desarrollo de las tecnologías asociadas al motor a vapor, la luz de la electricidad, y lamentablemente nuevas armas.

¿Está todo dicho? No, no lo está. Y, he ahí la maestría de Figes. En cada momento, cuando todo está listo y el lector se prepara para un final apoteósico, acontece lo que nadie podía prever.

¿Por cuál esquina de la historia iniciará su relato? Nos sorprende: instala la invención del ferrocarril, como un evento que cambió radicalmente las vidas de los europeos. Y así fue que viajes que tomaban semanas y que además, eran incomodos e inseguros, ya se podían hacer en horas, con cómodos sillones y carros-comedor.

El resultado inmediato es que se comienza a viajar y con viajes se conoce gente, se descubren nuevos modos de vivir y, sobre todo, se hace posible el deleite con las creaciones musicales, especialmente la ópera, en los mejores teatros y con los mejores intérpretes.

Los seres vivos viajan, unos más, otros casi nada. Siempre es algo difícil, sobre todo cuando se lleva equipaje, o como más gráficamente lo decían los antiguos: "impedimenta". En efecto, hacer cualquier viaje con muchas maletas y bolsos, es garantía de fracaso.

Tanto era así que pocos viajaban y por lo mismo las naciones casi no se conocían. Pero hubo cambios producidos por el uso de nuevas tecnologías. Alguien descubrió que, si bien el agua era incomprimible, no sucedía lo mismo con vapor de agua. Fue el año de las máquinas a vapor y muy pronto el de los trenes.

Este es uno de los aciertos de Figes, reconocer la importancia de los ferrocarriles en la construcción de ese fenómeno social que hoy es Europa.

Lo más interesante de su visión es que no está centrada en la movilización de bienes de consumo, sino en el transporte de seres humanos con fines culturales: exposiciones, conciertos, lugares de descanso, vacaciones, etc. Lo que era casi imposible en el siglo XVIII.

Los europeos

Como era de esperarse, la novela se centra en lo mejor de cada país o reino en logros del mundo de la cultura, pero en esos lugares también hay jerarquías sociales y políticas que viven del poder.

Inevitablemente, el autor debe tomar en cuenta los conflictos de mayor orden, que de pronto se convierten en guerras cada vez más destructoras, por el avance tecnológico.

Sin embargo, nuevamente el escritor se levanta airoso, simplemente reduciendo a una mínima dimensión literaria esos eventos. Sus personajes son víctimas de tales conflictos, pero sobreviven y luchan como todos con las enfermedades y dolencias de la ancianidad. El trío que tiene tanta presencia, cumple su destino y se apaga. No obstante, deja una herencia. Figes ha logrado presentar un mundo humano que muestra un futuro que ninguna otra región del planeta puede ofrecer y que es preciso cuidar.

Llegados a este punto del camino, se nos hace más evidente que Figes ha tenido, desde el inicio, una carta escondida de grueso calibre. En esos sectores, algunos que ya son países, han nacido corrientes que ponen antes que nada los intereses nacionales. Eran diferentes hace mil años y lo siguen siendo. Consecuencia: están naciendo o renaciendo movimientos nacionalistas. El equilibrio entre vecindad y nacionalismo es inestable y precario, como la historia de los últimos dos siglos lo ha demostrado.

Frente a ese horizonte, el autor se juega por una visión diferente: nos dice que estos pueblos tienen mucho más en común que elementos que los separen radicalmente.

Sus cartas son las de la cultura, principalmente las de música y la de la literatura. En estos campos hay una transversalidad que aglutina e invita a imitar. Su Europa es un ámbito en que hay valoraciones compartidas, en que se concurre a exhibiciones monumentales de logros tecnológicos (las "exposiciones mundiales"), los conciertos y los lugares de descanso y de diversión.

Sin embargo algo estaba naciendo. Figes usa la palabra cosmopolitismo. "Una sensibilidad emergente. Turguénev era el vivo ejemplo de ese cosmopolitismo" (p. 300). Y, más que eso, "la Europa que habitaba era una civilización internacional, una República de las Letras basada en los ideales ilustrados de razón, progreso y democracia". (p. 300). Todavía no se hablaba de una Comunidad Europea, pero se estaba cerca. "Víctor Hugo desarrolló esta idea en una conferencia de paz de París, en agosto de 1849. Había llegado a creer que los diversos pueblos de los estados europeos formarían una república internacional, a la que llamó en distintas ocasiones: Les 'Etats - unis d'Europe, La Republique d'Europe, y La Communauté Européene." (p. 302) Pero su capital sería París. (p. 303). Pudo haberse equivocado, pero en el siglo XIX, París era la capital de Europa, como lo expresó Walter Benjamin. (p. 303)

Figes, que ha estado siguiendo la vida de sus tres protagonistas, ha dicho todo lo que tenía que decir. Pero la historia de la Humanidad, todavía - fuera de la obra - le tiene reservada una sorpresa: contra todo vaticinio, Inglaterra decide separarse de la Unión Europea. Es un golpe bajo y Figes lo acusa y opta por la ciudadanía alemana. Pero es un académico y un escritor y seguramente nos deparará más de una sorpresa. Que yo sepa no ha entrado al tema de la "globalización" y tal vez por ahí nos lo volvamos a encontrar.

Título: Los Europeos Autor: Orlando Figes Editorial: Taurus, 2020 Extensión: 672 páginas Venta: Librerías

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