Valparaíso, un ensayo (II)
Ya hemos expuesto, grosso modo, la principal causa de la decadencia de Valparaíso, el estatismo y su consecuencia, el centralismo. Pero hay otras que, si bien no de tanta importancia como aquélla, no dejan, sin embargo, de tenerla. Me refiero a la pésima administración municipal durante los últimos treinta años y a una suerte de fundamentalismo patrimonialista en el ámbito de lo urbano que se ha empeñado en detener cualquier iniciativa orientada al progreso de la ciudad.
Sin perjuicio del problema fundamental que hemos ya señalado, Valparaíso podría haber hecho frente de mucha mejor manera a la adversidad. Toda su época de esplendor quedó reflejada en una ciudad muy notable y llena de atractivos turísticos. Tanto que, teniéndolos a la vista, Valparaíso fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Lo cual vino a coincidir con un apogeo de las visitas de los buques cruceros que iban o venían por el Cabo de Hornos. Fue así como muchas de las casas porteñas fueron transformadas en pequeños hoteles, en restoranes o en comercios destinados a recibir o a atender un flujo importante de visitas y que alcanzó a crecer de manera muy notable. Asimismo, la ciudad desarrolló un notable perfil de sede de instituciones de educación superior. En fin, el crecimiento sostenido durante treinta años de la actividad portuaria de todas maneras se proyectó sobre la ciudad. Desde luego, porque un tercio de su población activa trabaja en materias relacionadas con el puerto.
Valparaíso quedó así en condiciones de salir adelante y, sin embargo, no lo hizo. De esto, no se puede culpar ni al centralismo ni al estatismo, sino a la inepcia de sus sucesivas administraciones municipales. Sucede que todo ese esfuerzo, para fructificar, debía ser acompañado por otro esfuerzo de la ciudad para generar condiciones mínimas de habitabilidad, de seguridad y de facilidades para el desarrollo de las nuevas actividades para las que Valparaíso ofrecía tanto futuro. Ninguna de esas condiciones se cumplió.
Desde luego, la ciudad no ha podido renovarse habitacionalmente para ser acogedora de las familias que quieran venir a vivir en ella. Barrios tradicionales como el Almendral o el Barrio Puerto, faltos de esa renovación, han quedado prácticamente vacíos y con sus construcciones en estado ruinoso. Las discusiones patrimoniales se han prolongado sin término, mostrando así cómo carecieron esos alcaldes de la capacidad de liderazgo para elegir alguna alternativa de renovación y llevarla a la práctica sin dilación. Fue así cómo llegamos a que las murallas de los principales barrios de la ciudad hayan sido convertidas en receptoras de cuanto pintarrajeo puede uno imaginarse transformando a esta última en un ícono de fealdad y de suciedad. El comercio callejero se apropió de veredas y calles, dificultando enormemente el tráfico por ellas tanto de vehículos como de peatones. Y con esa apropiación llegó la suciedad y la inseguridad. Para el comercio establecido, este otro en las calles ha significado una competencia desleal que ha provocado el cierre de innumerables locales. En Valparaíso, o se comercia en las calles o ya no se comercia. Y todo ello a vista, presencia y paciencia de las sucesivas autoridades municipales.
Entretanto, también por estas interminables discusiones patrimoniales, Valparaíso perdió la oportunidad única de contar con un moderno centro comercial en los terrenos que la Empresa Portuaria cedió a la ciudad en el sector de Barón bajo. Ese sitio es, tal vez, el más importante de la ciudad, por lo que el hecho de que haya permanecido en condición de eriazo durante ya casi 20 años ha sido demoledor y demuestra cuán inexistente fue durante esos años el liderazgo municipal. A eso se agrega el notable descuido respecto de lugares patrimoniales emblemáticos como son, por ejemplo, el Cerro Concepción y el Cerro Alegre, pero especialmente de sus miradores atiborrados por ese comercio ilegal.
En fin, también fue víctima de esta inepcia alcaldicia el proyecto de ampliación del puerto que hubiera constituido la modernización que aquel manifiestamente requiere. Los interminables debates que el proyecto suscitó, sin que jamás se hayan conocido alternativas concretas ni llegado a una conclusión, terminó por agotar la paciencia del concesionario que tomó sus cosas y se fue.
Jorge Sharp, el actual alcalde, fue elegido por la ciudadanía para desembarazarse de una vez por todas de estas malas administraciones municipales, pero no ha hecho sino agravarlas. Es que su ideología le comanda oponerse a cualquier signo de progreso. Para él, la ciudad ideal es la ciudad destruida. Si se la pintarrajea, no es por abulia de la autoridad sino porque ese es el proyecto que la inspira. Si los barrios se arruinan, si el puerto no se renueva, si el comercio se degrada, si la inseguridad se apropia de calles, plazas y parques no es porque la autoridad sea descuidada o perezosa, como antes, sino porque ella lo quiere así. Vieja ideología que piensa que destruyendo se construye.
Ese es el viento predominante hoy en Valparaíso. Nada bueno se puede esperar de él. Es imperioso cambiarlo, teniendo siempre presente que al destino de Valparaíso va estrechamente unido el destino de las comunas aledañas. Estas, sobre todo Viña del Mar, serán algo más que nutridos balnearios santiaguinos en la misma medida que un Valparaíso potente proyecte sobre ellas su propia vitalidad.
por gonzalo ibáñez santa maría
pablo ovalle/agencia uno