Imagen popular del conventillo
El concepto de conventillo deriva del convento religioso, en cuanto conventus significa congregación, reunión. Por abandono, los conventos terminaban siendo el albergue de los pobres, que los ocupaban colectivamente a manera de vivienda social. El concepto conventillo ocupa hoy un lugar en el imaginario porteño como la representación mental de un tipo de vivienda colectiva que existió en el pasado, identificada con los grupos sociales más pobres, con la estrechez del espacio y el hacinamiento de personas. Es la descripción física del "conventillo" que, obviamente, no quiere decir "convento pequeño", como dice el Diccionario, ni podría ser identificado con la vida religiosa. Por otra parte, el concepto representa también un "modo de vida", porque al pronunciar la palabra "conventillo" la asociamos mentalmente a las habladurías sobre terceros y que llamamos "conventilleo" en lenguaje popular, cuyo origen está en que la vida privada quedaba expuesta y a merced del comentario del resto de los cohabitadores. En cierto modo tiene su paralelo en la frase "pueblo chico, infierno grande", precisamente porque todos se conocen. Entonces, además del ámbito físico del conventillo, se alude también al tipo de vida o "vida de conventillo".
Desde otro punto de vista, el concepto está lleno de contenido negativo en lo social y moral: insalubridad, vicios, delincuencia y perversión. Hoy, el concepto conventillo se ha extendido también al cité, absorbiéndolo como sinónimo, aunque originalmente no eran lo mismo, sino que el segundo era una versión mejorada y más moderna que el primero. Lo que la gente hoy llama conventillos no son sino cités modernos e higiénicos. Pero la imagen ha sobrevivido al tiempo, y la opinión generalizada es que en la ciudad "aún quedan conventillos", dicho con cierta morbosidad, porque se sabe que eso significa suciedad, pobreza, violencia, promiscuidad, aunque en ocasiones se reconoce también que el concepto encierra relaciones de solidaridad entre los vecinos. A nadie le resulta indiferente el concepto, porque genera cierta curiosidad -a veces, como decíamos, morbosa-, y el imaginario une la tipología de vivienda a sus características culturales y sociales. Por eso, la palabra conventillo dibuja mentalmente un cuadro que representa una vivienda, olores, colores, ropa tendida, mujeres ocupadas en algo, numerosos niños, perros, gatos, miseria, violencia en el lenguaje, y antro o tugurio peligroso para el foráneo.
El mismo "carácter" de conventillo, tan definitorio como sus rasgos físicos, constituye un estereotipo donde la sociedad resumió todo lo negativo que había en ella, comparándolo a veces con el infierno en la tierra, y lo opuesto a la noción de casa privada. Manuel Rojas dice: "Muy poca gente sabe la diferencia que existe entre un individuo criado en un hogar donde hay limpieza, un poco de orden y ciertos principios morales... y otro que, o ha tenido lo que se llama hogar, una casa aparte o unas piezas en ellas y no un cuarto de conventillo en que se hacinan el padre con la madre, los hijos y el yerno, algún tío o un allegado, sin luz, sin aire, sin limpieza, sin orden, sin instrucción, sin principios de ninguna especie, morales o de cualquiera otra índole; el padre llega casi todos los días borracho, grita, escandaliza, pega a la mujer, a los niños y a veces al tío, al yerno o al allegado".
No obstante, cierta áurea tenían los conventillos. Estaban llenos de vida, no eran anónimos y eran reconocidos por sus nombres. Se diferenciaban de otros edificios porque tenían un olor particular que era la suma de todos los olores, de ellos "surgían tufaradas de humedad, ráfagas de aire pegajoso, tibio, como muchas respiraciones exhaladas a un mismo tiempo...". Podía reunir todos los defectos, pero para el morador debió ser una conquista: un cuarto, un techo y una colectividad vecinal por compañía que con mucho superaba el primitivo y débil rancho colgado de la ladera. Desprendemos de la documentación que el poblador lo sintió como propio, a pesar de los juicios negativos, y a pesar también de sus propias miserias. Se connaturalizó con ellos y se hizo impermeable y hasta creyó que para él no había otro lugar mejor. Esto último se concilia con la resistencia a abandonar el cuarto, aun cuando las aguas o el terremoto de 1906 hayan causado estragos en el conventillo. Mejor se estaba allí que en las carpas de la Plaza.
Y aunque no era su propiedad, era su morada, y tal como el vecino solvente, orgulloso de su casa cómoda y señorial le da el nombre de "villa", el habitante de conventillo reconocía en el suyo una personalidad forjada en su fama de "ciuda- dela", incluso llamado con nombre propio, como un "alias", tal como los apodos de sus inquilinos. No era necesario el número de la casa o el nombre de la calle para identificarlo, bastaba decir "El Cabo de Hornos", famoso por su hacinamiento y por los delincuentes que allí se refugiaban, igual que "La Troya" o "La Unión" en El Almendral, y el "Billa" (que tomó el apellido de su dueño, regidor), también llamado "Recova Vieja", del cerro Cordillera. Otros tenían nombres curiosos como "El 14 Puertas", "La Parafina", "La Compañía", o nombres de país lejano como el "Liguria", tal vez bautizado por su propietario Oreste Cingarotti y situado en Chacabuco. Había nombres como el "Americano", que estaba en calle del Hospital No. 267, el "Cité Favero" en el plan, mientras que en el cerro Barón se encontraba el "Gran Conventillo Bentancourt", o tenían nombres de árboles frutales, como "El Peral", en Santo Domingo, o "La Higuera", en el cerro de la Cruz.
Personas que durante su infancia vivieron en conventillos de Valparaíso, en el plan y en los cerros -posiblemente conventillos más habitables que los casos incluidos en este estudio-, a pesar de describir pormenorizadamente la estrechez, la existencia de un único excusado para numerosa población y de una llave del agua con su escaso líquido, al recordar aquellos años destacan los aspectos positivos, sobre todo el sentido comunitario y la solidaridad. Se valora que nadie estaba completamente solo, que nunca se abandonaba a un enfermo ni a un anciano, que los cumpleaños, matrimonios y bautizos se celebraban en el patio del conventillo, que el 18 de septiembre y el Año Nuevo eran fiestas de la vecindad más que familiar o de la ciudad, y que a nadie le faltaba algo que comer, porque el egoísmo no era posible en esa situación. Se recuerda con cierta nostalgia la vida en colectivo, donde cada morador pasaba a ser "un personaje" dentro de la cotidianeidad, donde todos conocían el horario y las costumbres de cada uno, y los niños ponían sobrenombres a los vecinos, cuando se hablaba de "mi" conventillo, con un sentido de pertenencia, de hogar común y de familia grande, tal como suelen recordarse las casas de antaño.
Título: Los conventillos de Valparaíso 1880-1920 Autor: María Ximena Urbina Carrasco Editorial: Ediciones Universitarias de Valparaíso de la PUCV Extensión: 275 páginas Venta: Descarga gratuita enhttp://www.euv.cl/archivos_pdf/conventillolibro.pdf durante abril, el mes nacional del libro
por maría ximena urbina carrasco (extracto del capítulo "percepción o imagen del conventillo" del libro "los conventillos de valparaíso 1880-1920")
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