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LA TRIBUNA DEL LECTOR

La larga noche de la pandemia

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Desde que el mundo es mundo, tenemos debida cuenta que ha sido azotado por plagas, pestes, pandemias y un sinfín de males sanitarios colectivos que siempre están en la memoria, pero como un hecho pasado. La Biblia, sin ir más lejos, nos narra las siete plagas de Egipto, nos habla con frecuencia de leprosos y enfermos aislados por miedo al contagio. El medioevo ha sido fuente inagotable de relatos espurios sobre enfermedades contagiosas, que hicieron crear lugares de encierro y aislamiento, que en verdad resultaban ser la antesala de la muerte, único destino de los residentes en ellos.

El recuerdo más fresco que tenemos de una enfermedad, cuyos efectos la hizo ser considerada pandemia, es el que la literatura histórica, principalmente, nos trae de la llamada "gripe española", cuyo origen habría estado en Norteamérica y no en la península hispánica. Sus efectos fueron devastadores, con la escalofriante cifra de 40 millones de muertos, lo que la posiciona como la pandemia más devastadora de la historia. Y a la luz de los hechos que hemos podido conocer, no cabe duda de ello.

Hoy en día el mundo entero es nuevamente azotado (alguien preferirá decir castigado) por una nueva crisis sanitaria. Su origen pareciera estar en Asia, específicamente en China; y de las teorías de su inicio, hay quienes hablan de un experimento científico salido de control, como también del consumo humano de un murciélago, que tenía el virus del Sars-Cov 2, conocido mundialmente como covid. A estas alturas, creo que el origen ya no es de mayor asunto, salvo para científicos y estudiosos, por cuanto, a decir verdad, ya está propagado por todo el orbe, sin excepción de primer, segundo o tercer mundo. Ha afectado sin discriminar y sus efectos sanitarios, sociales, económicos, políticos y en toda la acción comunitaria, están más que a la luz y nos siguen afectando hasta el día de hoy, con una expectativa de mejora más bien en el mediano y largo plazo. Mientras tanto, el contador de contagiados sigue haciendo estragos y el de fallecidos, provocando una herida que difícilmente podamos cerrar.

Chile ha tenido su propia historia de enfermedades contagiosas de rápido avanzar y siempre ellas han venido acompañadas del complejo acto de aislar a los enfermos. Inolvidable resulta aún el leprosario ubicado en Isla de Pascua, cuyo triste relato hacen propio los isleños más mayores, con detalles que ponen la piel de gallina y aprietan el corazón. Lo mismo hemos visto cada vez que una enfermedad de rápida propagación hace mella a la salud pública, y hoy no es la excepción. En la historia del Chile del siglo pasado, los lazaretos tenían una alta demanda para situaciones de esta naturaleza y fueron cerrados ya avanzado el siglo, más bien de la mano del progreso de la ciencia y la medicina.

La crisis sanitaria de la que hoy en día somos testigos principales ha obligado a retomar esta dura práctica del aislamiento, idealmente en lugares acondicionados para ello, a fin, entonces, de evitar el incremento de los contagios. Sobre la efectividad de la medida no me referiré mayormente, por cuanto creo que una pandemia como la actual no cuenta con un "manual de cortapalos" que todos quisiéramos poder leer y aplicar, sino que por el contrario y en lo personal, creo que se ha hecho todo lo que se ha podido, y el aislamiento en las llamadas residencias sanitarias ha sido una de esas acciones pensadas por el bien común. En todo caso, me asisten dos convicciones sobre estas residencias: son equipadas mucho mejor que los antiguos recintos para el mismo fin y la tecnología ha ayudado a hacer un poco más llevadero el encierro, que por cierto es bastante breve en comparación a siglos pasados.

Pero no quiero dejar de referirme a cómo el arte, principalmente la pintura, nos ha dado debida cuenta y ha sido una gran forma de registro de cada crisis sanitaria que se ha hecho presente en la historia de la humanidad. El cuadro que ilustra esta nota, "La peste de Azoth" ("La peste d'Asdod"), de Nicolas Poussin, también conocido como "Los Filisteos golpeados por la peste" ("Les Philistins frappés de la peste"), da cuenta del horror vivido con una peste por los Filisteos, tras una batalla provocada por la posesión del Arca de la Alianza. La obra, en todo caso, fue pintada en 1630 y el autor quiso retratar la peste que asolaba en Milán en ese tiempo y con efectos devastadores también. Podemos ver en ella el horror, el pánico, la desolación, "sentir la muerte". Es una obra estremecedora en toda su magnitud. Como ésta, hay muchas pinturas que nos llevan a relatos de pandemias y males que nos han afectado antes, ahora y, desgraciadamente, no tenemos cómo asegurar que en el futuro no vayan a estar presentes. Por lo pronto, estoy seguro de que en un par de siglos más se analizará el arte creado a consecuencia del covid.

Por Rafael torres arredondo, gestor cultural