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LA TRIBUNA DEL LECTOR

Mi Patria añorada

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La primera y, a decir verdad, única vez que he visitado París, tenía pocos días para cumplir mi agenda de imperdibles en la Ciudad Luz, que, por lo demás, no eran pocos y de distintos tipos, aunque lo cultural y lo monumental se llevan el capítulo más robusto. El Museo del Louvre, sin duda, constituía un momento epifánico, y en esa visita tenía tres imperativos que ver: "La Gioconda", la mujer de la sonrisa enigmática, reproducida hasta el día de hoy en todo tipo de soportes, la cual logré divisar tras una nube de japoneses disparando sus cámaras fotográficas (la visita fue previa a los iPhone); la "Venus de Milo", esbelta ninfa que me esperaba en una sala circular y a la cual logré admirar en solitario, lo que lo hizo aún más emotivo, y finalmente "La Libertad guiando al pueblo" (La Liberté guidant le peuple), con la cual debo decir que más bien me encontré, cuando salía de una sala de grandes retratos, una de las tantas maravillosas estancias del gran museo francés, símbolo del arte universal.

Ahí estaba frente a mí, modesto ser, esta obra colosal. El gran artista Eugéne Delacroix la pintó en 1830, en un importante formato, y está enmarcada con una digna moldura, que le da el realce merecido. Pero por sobre todo, me parece, está la imagen, la fuerza, el arrojo de esa mujer con el pecho a la vista, con la mano en alto sosteniendo la bandera, guiando al pueblo que está conformado por personas que representan todas las clases sociales, pese a que la pintura retrata la revuelta de 1830, que fue principalmente una lucha de clases (revuelta contra el Rey Carlos X de Francia); muy atrás se divisa la ciudad, podría ser cualquiera, pero sabemos que es París, urbe que ya sabía mucho de revueltas.

La obra no solo se debe contemplar desde lo estético, donde tiene todos los atributos propios de un mano con oficio y es en sí misma un gran ejemplo del movimiento artístico llamado romanticismo, sino que también, creo, se debe contemplar desde lo gestual, el simbolismo, el significado, las claves, el mensaje, lo que trasciende. Ahí está el arte.

En la pintura de Delacroix vemos cómo un pueblo es guiado, y según el título, hacia la libertad. Será, sin duda, el destino anhelado de todo pueblo, aunque a veces nos parezca que se hace todo lo contrario. Es un destino que pareciendo natural, muchas veces resulta difícil de alcanzar o simplemente negado, así y sin más.

Cuando hace un tiempo una diputada, muy bien perfilada en sondeos presidenciales, parodió con el cuadro, poniendo su rostro a la guía de la obra, sentí al mismo tiempo rabia, pena y angustia. Rabia de que alguien de quien se espera respeto y seriedad, incurra en un comportamiento más bien de infantes; pena al ver cómo se desdibuja el simbolismo del arte y los valores que representa, y angustia de pensar hacia qué libertad pretende guiarnos ella. Finalmente, preferí buscar mi reserva de humor y encargarle a él la reflexión final.

Pero más allá de lo mencionado en el párrafo anterior, y ante las próximas y, espero, definitivas elecciones de autoridades regionales, comunales y constituyentes, la pintura que he venido comentando en esta tribuna nos debiera hacer reflexionar hacia dónde nos guiarán las próximas autoridades que elijamos.

Debemos preguntarnos seria y responsablemente si conocemos el camino que quieren hacernos recorrer; estar conscientes que la libertad es un derecho propio, adquirido por nacer, pero que se debe cuidar y cultivar. No podemos dejarnos guiar hacia un destino donde no haya libertad, la de pensamiento, de culto, de prensa, de decisión, de elección, en suma, libertad de decidir cómo vivo, siendo cada uno responsable de su propia libertad.

Me parece que, sin duda, estamos a pasos de comenzar un nuevo e importante camino, elegiremos por primera vez gobernador regional, un significativo gesto de descentralización, aunque pareciera dotado de pocas facultades, mas por algo se empieza; se elegirán o reelegirán alcaldes y alcaldesas y concejos municipales, de quienes se espera el máximo compromiso con la gestión que les encomienden los habitantes de sus territorios; y finalmente, también elegiremos constituyentes, esa convención encargada de escribir la nueva Constitución Política de la República.

Es un encargo de suyo trascendental, serán las y los autores de la Carta Magna que regirá a la sociedad chilena, sin excepción, seguramente por un periodo importante de tiempo.

En lo personal y teniendo en cuenta la representación de género, de origen y de pensamiento que constituirá la Convención Constitucional, tengo dos anhelos a este respecto: que en las primeras páginas de la nueva Constitución diga al menos un par de veces la palabra cultura; y también anhelo que se nos guíe hacia la libertad, que finalmente es mi Patria añorada.

Por rafael torres arredondo,

gestor cultural