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LA TRIBUNA DEL LECTOR

Un grito o un clamor

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Una de las circunstancias que ciertamente más valoramos hoy en día, es la oportunidad de poder estar en silencio en un ambiente silente, calmo, por cuanto ello representa un momento de tranquilidad, de encontrarnos eximidos del tráfico ruidoso del día a día en el mundo que habitamos, que claramente tiene altos ribetes de contaminación acústica, que no solo pueden resultar molestos, sino que dañan, afectan y deterioran la convivencia. En general, nos incomoda quien habla fuerte, quien levanta la voz en demasía, y mucho menos nos agrada quien grita. Ello parece un uso irracional de la voz, que en tiempos como los de hoy, en los que se lucha permanentemente por establecer una convivencia tranquila y respetuosa, deja sin cabida a quienes se comunican de esta manera ruidosa.

De seguro es por lo anterior que nos resulta un tanto perturbadora la imagen de esta obra que hoy visitamos, cada vez que la enfrentamos. "El grito" (Skrik, en noruego) es el título de cuatro cuadros del artista Edvard Munch (Noruega, 1863-1944). La versión más famosa de ella (que ilustra esta crónica) es la que se exhibe en la Galería Nacional de Oslo. En la obra comentada, el personaje pareciera ser presa de la desesperación, sentirse profundamente angustiado. Nos parece que al mismo momento que entendemos está gritando, también, y por la posición de sus manos que tienden a tapar sus oídos, pudiéramos pensar que es él quien siente un grito, quizás uno desgarrador, un grito apabullante, ensordecedor, que sin duda no quiere oír. Y la verdad es que en esta pintura lo que más apreciamos es un halo de misterio, que entre otras condiciones, le ha hecho poseer una fama mundial y estar presente en el imaginario de las bellas artes universales, como un mejor exponente del movimiento expresionista.

Al apreciar la pintura de Munch, nos sentimos forzados a preguntarnos a quién o por qué está gritando el personaje sobre el puente. Quisiéramos saber si lo hace con fuerza, si se trata de un grito desesperado, desgarrador, o quizás un grito interno, discreto; tal vez sea un grito de auxilio o, simplemente, una liberación. Y si no fuera él quien grita y más bien esté demostrando el horror de lo que escucha en ese momento, si es él quien oye un grito tremendo, duro, seco, frente a lo que no sabe cómo reaccionar, es una posibilidad también que nos deja abierta el autor, es parte de la relación virtuosa obra/espectador.

Pero no puedo dejar de pensar en qué haríamos nosotros, y hablo en plural pensando en toda la comunidad de la que somos parte, si tuviéramos la oportunidad de liberar un grito como el que se retrata en este cuadro. Una suerte de primera intuición me lleva a pensar que liberaríamos un grito de desesperación, de cansancio, de hastío por todo lo que hemos vivido en los últimos años, unos tiempos duros y espesos que nos han hecho esquiva la felicidad y la tranquilidad. También creo que desahogaríamos el espíritu invocando a la libertad, de desplazamiento, de acción, a la de decisión, acerca de lo que puedo hacer, cuándo y cómo, tan reprimidas hoy en tanto, por razones ya latamente comentadas en artículos similares.

También creo que podríamos lanzar un grito de anhelo, de deseo, de esperanza de un mañana mejor, más próspero en el mejor entendido que hay una suerte de llamado a la fortuna, que en general más bien ha sido huraña en los últimos tiempos. Desde luego, me imagino un mensaje a la cordura, a la prudencia, al respeto y a la tolerancia, aunque más de alguien podrá decir que estas cosas no se obtienen gritando, y lo comparto, pero esto es una analogía, por ello me permito la licencia que cuando digo grito pienso en clamor, pienso en una suerte de plegaria dicha en voz alta.

Cada uno de nosotros de seguro guarda un grito que lanzar, que expresar, que hacer sentir en sí mismo y hacia los otros, un mensaje desde las entrañas, desde lo profundo, así como el personaje de este cuadro, que nos mueve a pensar en tantas cosas, bajo el riesgo de estar profunda y completamente equivocados en todas.

La vida tiene tantas dimensiones, tantas formas y prismas desde donde observarla y pensarla; sin embargo, así y todo, en general pareciera que estamos equivocados y buscamos siempre cómo enmendar el rumbo. Vamos siempre por el camino de la incertidumbre, aun sabiendo que no es bueno ni prudente, pero de igual modo lo recorremos.

El discurso de esta obra de Munch nos lleva a cuestionarnos no solo formas, también el fondo de nuestra mirada de la vida. Pero si en algo creo no equivocarme es que el arte siempre nos da una oportunidad de reflexionar y pensar sobre tantas cosas diversas, nos mueve a una dimensión más humana, más sensorial y más bella de la vida, incluso cuando pensamos en un grito, por duro que ello parezca como conducta.

Por Rafael Torres Arredondo,

Gestor cultural