La caja de Pandora
"El 18/O no fue una revolución, pero tampoco una simple revuelta que cabe aplastar a fin de restablecer el orden y el Estado de derecho, como hizo China con las protestas de Tiananmén de 1989".
En una entrevista concedida el año 2006 a The New York Times, el magnate Warren Buffet lanzó una de esas típicas diatribas que suelen pasar inadvertidas para el gran público, hasta que el juicio de la Historia las rescata como si fueran profecías autocumplidas: "Hay una lucha de clases, está bien, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra y nosotros la estamos ganando".
La frase es brutal en, al menos, dos sentidos: reconoce sin tapujos la existencia de una "lucha de clases" en la terminología marxiana; y habla de una guerra que estarían librando los ricos. Pero una guerra ¿por qué y contra quién? ¿Y en qué sentido la están "ganando" los ricos?
Sin embargo, lo que Buffet parece desconocer es que las sociedades humanas no tienen un destino inevitable de decadencia (como pensaban Platón y Spengler) ni tampoco de progreso (como sugirieron Hegel, Comte o Marx), pero sí una cierta propensión o tendencia a huir de los riesgos de la vida mediante la adopción o la imposición de una sociedad cerrada. En palabras de Popper, es difícil resistirse al "encanto" de una sociedad mágica, tribal o colectivista, especialmente en tiempos de incertidumbre.
Esto último fue lo que ocurrió durante las convulsionadas noches que precedieron al Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución de 15 de noviembre de 2019, suscrito por la casi totalidad de los partidos y fuerzas políticas. No obstante, este matrimonio por conveniencia es solo la punta del iceberg, aquello que la hiperrealidad y los medios de comunicación social quisieron mostrar, porque el espectro que se presentó a la clase política fue nada más ni nada menos que el fantasma de la revolución, que nunca ha tenido lugar en nuestra joven existencia republicana.
Porque jamás ha habido en Chile una "Revolución" con mayúsculas, esa teorizada por el genio de Hannah Arendt y prevista también en el marxismo clásico como consecuencia inevitable de la explotación del proletariado por parte de la burguesía. En este sentido, el 18/O no fue una revolución, pero tampoco una simple revuelta que cabe aplastar a fin de restablecer el orden y el Estado de derecho, como hizo China con las protestas de Tiananmén de 1989.
El Acuerdo por la Paz tiene el mérito de haber equilibrado el pathos de la indignación popular con el pathos de la distancia, este último tan bien representado por Buffet y compañía. Es claro que Buffet se equivoca, pero la clase política no debe soslayar que un nuevo sujeto histórico ha nacido: ya no es el proletariado ni los migrantes ni los marginados, sino el ciudadano indignado, cansado de los abusos de un sistema inhumano y deshumanizante.
Hasta el momento, la caja de Pandora solo ha sido entreabierta, y quienes han podido mirar en su interior han visto con horror a un espectro que amenaza con hacerse corpóreo al más mínimo descuido.
Por Fernán Rioseco Académico de Filosofía de la UV