Europa nunca estuvo tan lejos
Una de las muletillas futbolisticas preferidas en esta parte del mundo cada vez que se inicia el camino rumbo a una cita planetaria es aquella que señala que "las clasificatorias sudamericanas son una carnicería y que como tal son las más difíciles de todas". Tal afirmación está más ligada al hecho de que solo en este continente se da que todos los equipos se enfrentan entre sí para dirimir quienes finalmente llegarán a la Copa más que a un análisis acabado sobre el nivel de los participantes. Sea verdad o no, por años dicha afirmación permitió esconder las miserias y ensalzar las pocas figuras que van quedando en este rincón.
Desgraciadamente, para quienes levantan la bandera del fútbol sudamericano y defienden la competitividad de sus selecciones, la Copa América que se disputó en Brasil al mismo tiempo que la Eurocopa se encargó de dejarlos sin argumentos. No solo por un tema de puesta en escena o por la presencia de público en los estadios del viejo continente, sino que lo reflejado en la cancha en uno y otro torneo desvió todas las miradas hacia el otro lado del Atlántico. La distancia nunca fue tan marcada.
Como pocas veces el fútbol sudamericano quedó tan mal retratado en comparación el europeo. Olvídese de las canchas en mal estado, los estadios vacíos y los arbitrajes de mala calidad, con el VAR siempre cuestionado. Donde peor queda aspectado el balompié es dentro de la cancha, en la cual finalmente se suscribe la real calidad del espectáculo. Selecciones más preocupadas del cero en su propio arco que de salir a ganar los partidos, técnicos aferrados en sus añejos sistemas de juego y jugadores, salvo honrosas excepciones apegados a un libreto pragmático y con excesiva carga defensiva. No por nada quizás uno de los mejores futbolistas de esta Copa América haya sido Gianluca Lapadula, que lleva menos de un año compartiendo con sus compañeros tras ser descubierta su raíz peruana en el Benevento de la Serie A. Claramente, aún no se ha maleado.
En esta parte del mundo todavía las selecciones parecen más aferradas a una superestrella que a un modelo de juego que pueda darles un salto de calidad en las grandes competencias. Y las federaciones más preocupadas de contratar entrenadores que sepan sobrellevar a las figuras antes que generar buenos espectáculos. Acá todavía abrazamos a las individualidades como si fueran las dueñas del éxito o del fracaso. La Argentina de Messsi o el Brasil de Neymar quedaron más expuestos que nunca ante la fragilidad táctica y las pocas herramientas en ataque que les dieron sus respectivos entrenadores. La final del sábado fue un fiel reflejo de ello, con dos combinados más preocupados de las consecuencias de una derrota que de ir a buscar la gloria.
En ese sentido, aquello de que la Eurocopa es el Mundial sin Brasil y Argentina cada vez pierde más vigencia. La diferencia en favor de las selecciones del viejo continente no solo es visual o queda supeditada al nivel de las competiciones que acaban de finalizar. Es cosa de comparar cómo han sido las actuaciones de las selecciones sudamericanas en los Mundiales en este siglo. Solo una Copa del Mundo quedó en manos de un combinado de la Conmebol (el Scratch en Corea y Japón 2002), mientras que en las cuatro restantes solo anotamos una semifinal de Uruguay en 2010, el cuarto lugar de la Canarinha en 2014 y la final de los albicelestes en el Maracaná ese mismo año. Sin ir más lejos, en 2018 los cuatro primeros lugares fueron europeos.
Ese simple dato es revelador de la supremacía futbolística europea en estos poco más de 20 años. Y si solo analizamos lo que ha hecho Brasil, dominador absoluto del fútbol de esta parte del mundo, en las últimas cuatro citas planetarias, demuestra que el viejo continente está cada vez más lejos. El Scratch no derrota a un combinado europeo en una fase mano a mano desde la final de 2002 cuando superó a Alemania. Posteriormente, sólo pudo vencer a rivales americanos o africanos desde octavos de final en adelante antes de sucumbir con Francia (2006), Holanda (2010), Alemania (2014) y Bélgica (2018).
A la hora del resumen, las conclusiones son claras. Sudamérica desaprovecha sus talentos, mientras Europa potencia las individualidades en favor del colectivo. Sin duda, combinados más preparados para la alta competencia que los de esta parte del mundo, anquilosados en sus viejas estrellas y esperando ese milagro que hace mucho no ocurre. Y mientras no se den cuenta que esa receta quedó fuera de foco, la distancia con el viejo continente será aún más grande. Incluso mayor que el océano Atlántico.
por cristián caamaño,
comentarista de espn
y radio agricultura