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Un albatros de Valparaíso en Estambul

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Escuché a dos niños hablar, jugando con sus barquitos de papel junto a la pileta de la plaza de la Victoria de Valparaíso. Conversaban animadamente mientras circulaban alrededor de la mística alberca de pececillos de colores. Colorida como los sueños infantiles de viajar por lugares indescriptibles.

Él le dijo: "Nuestros barquitos navegan por los mares y océanos del mundo, y tú eres una gaviota de Valparaíso".

Ella respondió: "Y tú eres un albatros de Valparaíso".

Así fue cómo se me ocurrió llamar a este sueño o ensueño "Un albatros de Valparaíso en Estambul". No una gaviota, pues es femenina, de vestido gris, negro y blanco, cual go- londrinas de mar; y sí un albatros, ese petrel con poderes de vuelo sin igual, soñado y soñador.

Me embarqué en la línea aérea turca: cómoda, moderna, con asientos premunidos de reposacabezas a ambos lados, comida suficiente y profesionalismo de su tripulación. Era octubre del 2019.

Aterricé en el Atatürk, y despegué, tres días después, desde [...] el Sabiha Gökcen.

Visita a la Mezquita Azul, con seis alminares o minare- tes (torres), o también llamada Mezquita del Sultán Ahmed, frente a la Basílica Santa Sofía, que fue basílica patriarcal ortodoxa, luego se convirtió en mezquita y hoy es un museo (Hagia Sophia); Palacio Topkapi, palacio Dolmabahce, Bazar de las Especies, Crucero por el Bósforo, baños turcos y más.

Estambul, "la ciudad de las mil mezquitas", "de las siete colinas" o "de las mil y una noches" (y lugar de donde provenían los juegos de sábanas y fundas del hotel cuando conocí a la señora Lebensbaum), rodeada, eternamente, de una innegable y ancestral cultura oriental-asiática y occidental-europea. Es muy interesante ir a los bazares y poder regatear precios. Buscan vender, te salen al encuentro para ofrecerte honestamente sus productos por algunas liras turcas, a precios siempre convenientes (una libra esterlina, equivale a 6,2 liras turcas y a mil pesos chilenos). ¡Qué delicioso es probar un café turco! Es muy espeso y los granos de café descansan finalmente en el fondo de la taza. O bien tomar su té, de sabores inigualables. La lucha entre el té y el café se produjo debido a que importaban el grano de café y llegó el café instantáneo. Comenzaron a plantar té y se dio muy bien. Es toda una experiencia caminar y probar un buen kebab en un restaurante o las comidas callejeras todo el día y toda la noche: bollerías, mejillones rellenos de arroz, maíz (choclo) hervido y asado. En El Rey del Mejillón hacen cola para comprar.

¡Qué placer pasear por sus callejuelas empedradas, oír los llamados a la oración, cinco veces al día! Cuando estuve en octubre, las llamadas se producían en estos momentos: Fajr: antes de la salida del sol (06:30 horas); Zuhr: en el cénit; Asr: media tarde, antes de la puesta de sol; Magheib: al anochecer, e Isha: por la noche. Los horarios dependen de la época del año, de acuerdo con la variación de las horas en que el sol se va a dormir. Tienen ajustes de poder rezar en cualquier lugar limpio mirando hacia La Meca, y de hacer dos oraciones de una vez. La forma de vestir debe ser adecuada. Se ve mucha gente siempre. Es la ciudad más poblada de Europa, con quince millones de personas. Le siguen Moscú y Londres. Por eso, se debe sortear a los viandantes y cuidarse de los automovilistas, quienes, como los chilenos, a veces olvidan las normas de conducción. Se debe probar un pescado fresco, una mística de sabores marinos, como los langostinos o gambas. Los puentes están llenos de pescadores deportivos, quienes aprovechan este producto del mar. Avanzando se te puede atravesar un perro muy gordo y dormilón. O mientras comes en un restaurante, te miran los muchos ojos gatunos, en completo silencio y paciencia, esperando alguna migaja, que siempre les cae. Fieles, no se mueven de tu lado hasta que desapareces. Creo que ellos les enseñan a los turcos el arte del re-gateo: eso de ser dos veces gatos, que vendría a ser algo así como un ser humano. Las delicatesen dulces, de muchos colores, son imposibles de resistir, hasta para los diabéticos: otra metformina o inyección de insulina y adelante.

Edificios a tu alrededor, ya vayas caminando, en tranvía, taksi (taxi, con completa ictericia: totalmente pintados de amarillo) o metro: modernos y antiguos, compartiendo su existencia con respeto, como las tres religiones. Aunque el tranvía estuviera repleto (casi generalmente), siempre viajé sentado. Nada más ver en mí a una persona mayor (mi útil cabello blanco), me convertía en objeto para cederme el asiento. Respetan mucho a las personas mayores, eso ya lo había visto en las comedias turcas que se emitieron en la televisión en Chile.

En el Bósforo, viajando en un crucero, se puede disfrutar mucho, principalmente del espectáculo de los puentes iluminados, acompañados de la luna. De Asia a Europa y vice- versa, una y otra vez. También es posible probar los típicos guisos turcos, sus pescados, sus licores con barra libre; sacarse una fotografía cual sultán, con sus atuendos, y disfrutar del baile folclórico y de una bella y hábil danzarina con traje de luces, cual mariposa voladora, que luego aparece con un atuendo más insinuante. Filmándola, se me fue acercando, y me invitó al escenario a bailar. No podía hacerle un feo, soy un caballero, un caballero español. Accedí, para, al finalizar, besar su mano. Aplausos obtuve de premio (respeto al mayor) y un good man (buen hombre) por alguna otra mujer.

Los automóviles en las calles, siempre modernos y gran- des. Recordé la serie Ezel, cuyo título significa eternidad. Basada en El conde de Montecristo de Alejandro Dumas, en ella Ezel Bayraktar, Ramis Karaeski, Eysan Tezcan, Ali Kirgiz, Bahar Tezcan y Omer Ucar, cobraron vida. Aunque en mi andar, no me topé con ellos.

Las mujeres turcas son muy hermosas, de lindos cuerpos y muy cariñosas con sus parejas.

La gente, en general, es más bien baja de estatura, como la de Madrid o Liverpool, ciudad de The Beatles, pero amable y hospitalaria. Los mismos policías, con sus carros guanacos y zorrillos, son muy parecidos a los de Chile. Me saqué una fotografía con uno de ellos; ya lo había hecho con policías en España e Inglaterra, pero con los policías chilenos, los carabineros, no me apetece (ya me entenderán).

En Estambul, las mujeres turcas, musulmanas o no, son muy europeas en sus costumbres; especialmente las más jóvenes. Siempre de bellos rostros y sonrientes. Más guapas aún con la belleza de la juventud. Atractivas y de cuerpos perfectos. (Tan perfectos como el de aquella bruja llamada Alejandra, que sería quemada por la Inquisición española, y que aparecerá en una novela mía). Muchas veces se las ve solas o con amigas, bebiendo una cerveza, un té o un café; también fumando narguile (hukahs o shicha, si prefieren) o como se llame ese artilugio para fumar. Dejan ese aroma envolvente a jazmín en torno suyo (como el del cuarto de la señora Lebensbaum), y hacen aumentar, si cabe, su atractivo como mujeres.

En las aceras, como ya lo dije, pocos y gordos canes. Muchos gatos que se deslizan silenciosos, para no romper un encanto y pasar inadvertidos, esperando una recompensa, aunque sea de un katmer o pan turco. Los hombres generalmente son de una incipiente barba o bigotes. Muy atentos con sus damas acompañantes. Ellas aprovechan de acariciarlos, besarlos con insinuación femenina; son empalagosamente dulzonas y aumentan el deseo de sus caballeros; otro problema para los diabéticos. Mezclan la cultura musulmana y occidental. Algunas utilizan hiyab o burka, pero todas con profundos y aromáticos perfumes de buena marca. Muestran con este atuendo, solamente sus vivaces ojos negros. Pero sus miradas hacen soñar (por lo menos a un albatros de Valparaíso).

Por las calles, sus edificaciones variopintas se distribuyen entre la gente que pulula y los guías turísticos con banderines, seguidos de corderitos ávidos de envolverse de tan brillante cultura. Por lo atiborrado de gente, las prisas, y mi torpeza, no vi un mojón que impedía el acceso para coches (o autos, si prefiere) y me di un golpe muy fuerte en la rodilla derecha. En aquel momento, el dolor disminuyó, pero el gol- pe me traería consecuencias. El papel que protagonizan los edificios antiguos y modernos constituye una verdadera obra pictórica viviente. Sus paredes pintadas de luces de colores suben y bajan más rápido que sus ascensores.

El taksi, por unas veinte libras, que representan más de media hora a normal velocidad, te deja en el aeropuerto. Comer y beber en Estambul es barato. Muy barato por su calidad y precio. Un sueño o ensueño cumplido, ¿vendrán más? Vendrán más: Si se puede, tengo la oportunidad o me dejan.

-Muy lindo, invita a visitar Estambul. Un besito ahí donde tú quieras.

-Ale, ¿ese besito me lo darías en persona?, ¿verdad? -Sí, claro que sí, hombre rico.

-Te envío lo que escribió el español José Valenzuela, abuelo paterno de mi padre, acerca de la muerte, cuéntame qué te parece.

Un albatros de Valparaíso en Estambul es un extracto de la novela Si se puede, tengo la oportunidad o me dejan, escrita por Walter Reed (1951) y publicada por editorial Letra Minúscula en abril de 2021.

por shogun

por walter reed,

escritor porteño

avecindado en londres