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Naty Lane lanza su álbum más personal

MÚSICA. Con su proyecto en solitario llamado Hammuravi presentará próximamente el disco "Fuego negro".
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Flor Arbulú

"Estoy súper nerviosa", reconoce al teléfono Naty Lane, cantante, compositora, bajista de Adelaida y escritora del libro "Primavera salvaje". Ello, porque está ad portas de estrenar en Spotify el disco "Fuego Negro", el primer largo duración bajo la marca de su proyecto solista Hammuravi, del cual ya ha presentado los singles "Limbos" y "La Ciudad".

Cuenta que sus nervios, por una parte, es "porque ha sido un trabajo largo"; y por otro, debido a que "ha sido mi primer trabajo en el cual he estado a cargo de este barco". "Los otros trabajos que había hecho antes, con Adelaida o el EP anterior que tengo con este proyecto ("Espesura"), siempre han estado involucrados más personas y entre todos se toman las decisiones. Pero este disco fue uno en el cual todas las composiciones son mías, entonces hay mucho más aporte personal", detalla.

Confluencia especial

La artista local define a su nuevo disco como "más reposado, con elementos más rústicos en la composición de las canciones y en los arreglos, como por ejemplo harta guitarra acústica y sonajera de pezuña de cabra. Ese tipo de elementos poco comunes en el rock tradicional; y también hay percusión en vez de batería. Entonces, el disco suena un poco más… no lo quiero llamar folk, pero con sonoridades más tranquilas, menos estridentes".

- ¿Y esto se produce a raíz de algo especial?

- La verdad es que la forma de las canciones, y la sonoridad en particular, fue algo que se fue dando solo. Se podría decir que las canciones, las composiciones encontraron solitas el camino sonoro a seguir porque en un comienzo yo tenía canciones, maquetas, pero no sabía muy bien cómo para qué lado llevarlas.

Un hecho que cambió de alguna forma el destino de lo que venía haciendo, es que la cantante y compositora tuvo un accidente el año pasado en el que se quebró un pie, lo que la obligó a permanecer en reposo y volver a la casa de sus padres en El Belloto para vivir el proceso de recuperación.

"Ese tiempo que estuve allá solamente tenía a mano una guitarra acústica, entonces empecé a trabajar las maquetas y los temas que faltaban para el disco, y sentí que tenía mucha conexión con esto de volver a la casa de infancia. Empecé a trabajar las canciones desde otra emocionalidad, que era algo mucho más íntimo, así que ahí empezó a surgir la idea y las canciones se fueron moldeando para ese tipo de sonoridad".

En esta época, además, comenzó a juntarse más con sus amigos de Quilpué y Villa Alemana. "Ellos me visitaban y enganché musicalmente muy bien con Luis González, alias "Gato", de la banda Mortenzen que es de Villa Alemana. Tuvimos una afinidad musical súper rica, súper bacán, entonces él estuvo como desde el momento en que yo terminé las maquetas, y empezamos ahí a trabajar juntos, a tocar, él colaboró también en las grabaciones, hizo arreglos de guitarra y cantó", sostiene.

Fue uno de los que colaboró en este disco, al que se suman nombres como el de Flavio Zárate de la banda Aramea, quien se encargó de grabar algunos bajos en el disco; el compañero de Naty Lane en Adelaida, Jurel Sónico; Elisa Montes, de la banda Slowkiss, con la que hizo un featuring; y otros amigos, pues "a pesar de que es un disco bien simple, tiene varios arreglos, y en eso hubo músicos invitados", relata.

Al accidente que tuvo la compositora se debe sumar otra complejidad a la hora de enfrentar el disco: la pandemia. Es por ello que las grabaciones se hicieron en tres partes diferentes que luego se ensamblaron. "En el tiempo en que se grabó era súper caótico poder viajar, estábamos con el tema de los permisos que había que sacar cada vez que tú salías de la casa. Todo era ya bastante complicado", relata Naty Lane.

Es así como la mayor parte de los instrumentos los grabó con Jurel Sónico en su departamento: "Él vino desde Concepción y trajo su home studio, y grabamos acá". Luego las voces y algunos otros instrumentos que faltaban "los grabé en Área Chica Estudios en Valparaíso, que es el estudio de un amigo mío Rodrigo Gutiérrez, quien también estuvo a cargo de la grabación y de la producción de las voces"; mientras que Elisa lo hizo en Lagartija Records "y así fuimos ensamblando el disco".

"Había que darle para adelante no más. No podíamos perder tiempo, detenernos hasta que se pudiera viajar o hasta que pasara la pandemia, porque si no para cuándo hubiese tenido", sostiene la artista.

- ¿Opciones de presentarlo en vivo?

- Espero poder hacerlo. Ya está programado para la primera semana de septiembre un lanzamiento pequeñito, con aforo reducido, en el estudio donde se grabaron las voces, que tiene como una terraza. Es como un lanzamiento, se podría decir, simbólico a banda completa, porque somos varios. Posterior a eso pretendo lanzarlo en Santiago o también acá en la región en un espacio más amplio.

"Empecé a trabajar las maquetas y los temas que faltaban para el disco, y sentí que tenía mucha conexión con esto de volver a la casa de infancia".

Naty Lane, Cantante y compositora

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Fatto in casa Trattoria, una tradición italiana en Valparaíso

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Por Marcelo Beltrand Opazo

Escribí hace un año una columna sobre la comida casera y reflexioné sobre esa vuelta a casa a la que nos vimos obligados producto de la pandemia. Si bien hoy aún no se termina, ya estamos saliendo y reencontrándonos con los amigos y poco a poco vamos llenando las mesas de los restaurantes. Hace un año escribí que es tiempo de volver al hogar, de regresar al calor de la cocina casera. En tiempos de crisis, lo mejor es tomar el tiempo, extenderlo y observar aquellas cosas que se han ido perdiendo o, simplemente, dejadas a un lado. Retomar los recuerdos de la infancia, esos en que la cocina de la casa invadía todos los rincones con aromas inolvidables. Yo, por ejemplo, recuerdo a mi abuela cocinar, la recuerdo trozando el zapallo, las papas, recuerdo la olla hirviendo y los vapores aromáticos que salían de ella. La recuerdo mientras amasaba y luego, como por arte de magia, sacando el pan del horno, dorado, suave y esponjoso. Recuerdo eso y también los almuerzos familiares, con primos y primas corriendo entre sillas, mientras se preparaba la mesa para la cena. Hoy el tiempo nos obliga al recogimiento del hogar. Hoy, que nuevamente nos descubrimos como si no nos conociéramos, hoy, que todo nos parece nuevo y nos colmamos de reencuentros, hoy descubrí un espacio gastronómico que tiene eso de familiar, de casa, de hogar. Escondido al final del pasaje Temuco, en el número 6, encontramos la Trattoria Fatto In Casa.

Entrar a este restaurante italiano es como volver a la casa y encontrar el calor y el cariño de la buena mesa, así se siente cuando las cosas se hacen bien. Es interesante observar y vivir en un restaurante lo familiar y lo casero, nos da confianza en la comida y creo que también nos ayuda a disfrutar de mejor forma los platos que vamos degustando. Ayer, mientras degustaba las preparaciones del Fatto In Casa y penaba eso, porque los demás comensales se veían así, tranquilos y relajados, afuera comenzaba la lluvia y Valparaíso se mojaba, sus techos y calles, y desaparecían, lentamente, el puerto y sus cerros.

Comencé la degustación con el primer plato, lengua ahumada (lengua cocinada lentamente a baja temperatura, luego ahumada por doce horas, acompañada con salsa nogada), donde el ahumado aporta suavidad a la carne. Además, la salsa nogada le da intensidad; por otra parte, los tomatitos cherry le dan acidez.

Después de ese primer plato, seguí con los agnolotti di melanzane (pasta de espinaca rellena de berenjena asada, almendras tostadas, ricota y menta, todo en un coulis de zanahoria con tomatitos cherry y champiñones asados); los tortellini di fave e carciofi (pasta de betarraga rellenas de puré de habas y alcachofas con salsa de queso azul, nueces, champiñones y tomatitos cherry salteados); los ravioli di nonno (pasta rellena de espinaca, jamón y pollo en salsa ragú y parmesano); los sorrentino di centolla (pasta de zanahoria asada rellena de centolla y queso crema, infusionados en crema de coco, acompañado de camarones y verduras asadas); el ossobuco alla milanesa (osobucco asado y estofado en vino blanco y salsa pomodoro en una cocción lenta de tres horas, acompañado de un cremoso risotto de callampas secas); y finalmente, para cerrar, de postre un tiramisú casero, justo en dulzor y consistencia.

Qué puedo decir de todo ese bacanal de pastas. Primero, la calidad de la pasta junto al punto de cocción de esta (en su punto); luego, los rellenos y las salsas, cuestión que convierten a la preparación misma en algo original, ya que es en este punto donde se diferencian entre las diferentes propuestas gastronómicas; y por último, los acompañamientos, que aportan crujencias, texturas y sabores. La comida italiana tiene eso de abundancia y prosperidad, no sé, tiene algo que nos hace quedarnos en los platos y disfrutarlos, satisfechos de sus sabores y texturas.

Miro hacia Valparaíso y aún llueve, lento, suave. Los techos y las calles brillan por el agua y los cerros y el puerto siguen ocultos por la bruma y recuerdo las palabras de Fellini, que dice que la vida es una combinación de magia y pasta.