Monarquías y reyes en pleno siglo XXI
Como profesor de un curso cuyo tema es "Identidad, memoria y poder: hacia una comprensión de las monarquías en el siglo XXI", las declaraciones de Ana Vergara San Martín, entonces candidata a senadora por la Región del Ñuble, que proponía un reino para Chile, captaron mi atención.
La monarquía es una realidad global: se encuentra en los cinco continentes y en zonas como la Polinesia, donde uno halla el reino de Tonga. Se olvida que persiste también en América, en todos aquellos países que reconocen a Isabel II como Jefa de Estado, como Canadá, Jamaica y las Bahamas. Menos conocido es el hecho de que a principio de los años noventa, Brasil celebró un referéndum para decidir entre república o monarquía. Más curioso aún es lo que ha sucedido en la última década en Montenegro y Rumania; dos repúblicas que han elaborado proyectos de ley -aprobado y vigente en Montenegro- en que reconocen funciones y honores a sus antiguas dinastías. ¿La justificación? Promover la identidad, cultura y tradiciones de estos países. En muchos casos, el trauma de la experiencia soviética ha animado estas iniciativas o, en el caso montenegrino, para desmarcarse de Serbia como nación independiente.
Cada monarquía es un mundo diferente, ya como institución que aúna comunidades y tradiciones, o bien como sostén de la continuidad histórica de una nación, garante de la armonía política y de la permanencia del Estado, particularmente en regímenes de tipo parlamentario. Hay monarquías hereditarias, también electivas, como Camboya y Malasia. En unas el soberano es solo Jefe de Estado, mientras que en Liechtenstein el príncipe conserva aún su derecho a veto, confirmado en un referéndum el año 2012 por el 76% de los votantes. En Mónaco, Alberto II participa en el Ejecutivo, pero también comparte el Poder Legislativo con el Parlamento. Arabia Saudita y el Vaticano son monarquías absolutas, y en España, país de comunidades autónomas y tradición foral, la Constitución señala al rey como símbolo de unidad y permanencia. Además, juega un rol destrabando negociaciones políticas cuando los parlamentarios no forman gobierno, como hace el rey de Bélgica. En Jordania y Marruecos los monarcas tienen importantes potestades gubernamentales, mientras que en Suecia y Japón las reformas han despojado de poder efectivo a sus soberanos.
Preguntarse cómo subsisten los sistemas monárquicos invita a reflexionar no solo desde lo político, sino también desde perspectivas valóricas, sociales y culturales que definen a los grupos humanos. Esto, sin embargo, debe hacerse con altura de miras, evitando caer en caricaturas como las vistas a propósito de este proyecto de reino chileno.
Considerar que algo así no tiene cabida en el Chile contemporáneo es lógico, considerando su fuerte tradición republicana -aunque cuestionada por los convencionales el último mes-; no obstante, argüir que no tenemos relación alguna con la monarquía es desconocer casi trescientos años de nuestras raíces históricas más profundas.
El entrañable retrato conocido como "La duquesa fea", del artista flamenco Quentin Matsys, y «reina Isabel de Inglaterra», por Andy Warhol. Reproducciones realizadas por la agencia efe.
por Mirko Suzarte Škarica,
Historiador y abogado