De cuando no existía el dolor
El encantamiento adolescente con la revolución ya se pasó de rosca. Llegó el tiempo de reconstruir mientras otros pueden jugar a "La Casa de Papel".
¿Tan distinto es un atentado contra la estatua de Salvador Allende en la avenida Las Industrias en comparación a los ataques a Manuel Baquedano, Jaime Guzmán, José Manuel Balmaceda o Arturo Prat, que el avispero habitual pareciera echar más vapor que nunca por lo que estima (y, de hecho, lo es en todos los casos mencionados) algo inaceptable en un país que pretende ser democrático?
El problema, empero, radica en que la única verdad aceptable de aquella "izquierda gorilona" de la cual hablaba Marcelo Mellado en La Tercera es la de esa rebeldía tan adolescente como irresponsable y que, sin duda alguna, comulga con la resistencia ficticia de "La Casa de Papel" en contra de todo lo que huela a orden, estructura y sentido común.
El Chile que habitamos lamentablemente nos presenta hoy a la socióloga Marta Lagos y al excanciller y casi candidato presidencial Heraldo Muñoz llamando a boicotear por Twitter una marca de tallarines después de que Carozzi (que, a todo esto, no es auspiciador de este diario) no aplaudiera de pie su participación involuntaria como sponsor de un documental de realismo socialista sobre la Unidad Popular.
El problema es que esta película ya la vimos tantas veces antes (los nerudianos versos de "El pueblo te llama, Gabriel", "Oda a Stalin" y todo aquel relato del cine revolucionario soviético que tan bien enseñara David Vera-Meiggs en la escuela de Periodismo de la Universidad de Chile) y siempre termina de la misma forma: en desastre y discurso de "manos limpias".
Ya no se trata de estar a favor de un cuarto, quinto o sexto retiro de pensiones, si no de asumir que jugar a la revolución tiene costos, tales como los que deben pagar hoy los quintiles más desfavorecidos, como las mujeres y los jóvenes, por políticas hechas a punta de likes en redes sociales. Es como la fábula de la cigarra y la hormiga en clave más cercana a la ortodoxia comunista albana de Enver Hoxha que a la realidad que nos convoca, en ese planeta donde hasta la cigarra es una "despreciable" capitalista ("Los Lunes al Sol" de Fernando León de Aranoa, Javier Bardem dixit)
Lo más patético de todo son esos revolucionarios de cartón -ya algo calvos y trasnochados- que creen que por cantar canciones de Inti Illimani y subirlas a Instagram serán validados por esa marginalidad que, si algún mérito tiene, es precisamente no reconocer como líderes a los mismos que arman y desarman partidos para luego intentar convencer al mundo de que ellos son el pueblo, o terminan ofendiéndose porque los comparan con una alcaldesa vecina que, a diferencia suya, habla poco y sí hace la pega.
Volviendo a "La Casa de Papel", que por estos días es el centro regional de las selfies en la playa Los Marineros con su "Monumento a la Resistencia", quizás el personaje más entrañable de todos sea el del argentino Martín Barroti, Palermo, protagonizado por Rodrigo de la Serna, un tipo narcisista, ególatra e irritable, pero que termina al borde de la redención asumiendo su soledad en la vastedad de la noche. Tal como él mismo narra, el día en que El Profesor lo visita tras la muerte de Berlín, el muchacho solo extraña "esos días en que no existía el dolor". Todo un cowboy del Siglo XXI que pretende lavar sus carencias con caos.
Dicen que en el volumen 2 de la quinta temporada vienen nuevos personajes. Varios de por acá podrían hacer el casting. Nombres sugeridos: Pyongyang, Ho Chi Minh City o Nowa Huta.
Ahora, tómenselo con calma. Si, finalmente, es ficción. ¿Porque ustedes saben que, aparte de odiar en Twitter y celebrar al Pelado Vade, también hay que trabajar y pagar imposiciones, no?