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LA TRIBUNA DEL LECTOR

Quo Vadis

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La historia cuenta que el apóstol Pedro se dirigía por la romana Vía Apia huyendo de la persecución a los cristianos por orden del famoso emperador Nerón, y que se encontró a Jesús en sentido contrario y le preguntó: "Domine, ¿quo vadis?", que significa en latín "Señor, a dónde vas". Jesús le respondió que iba a Roma, Tras escuchar la respuesta y entender el mensaje que había en ella, Pedro, quien luego sería el primer Pontífice de la Iglesia Católica, se devolvió a la ciudad eterna y más tarde sería ejecutado.

Este momento del evangelio ha sido retratado por muchos artistas. Acá vemos el famoso cuadro del artista italiano Anibal Carracci (1560-1609), pintor y grabador barroco. En la escena apreciamos el momento en que el santo recibiría la pregunta en cuestión, que cambiaría el rumbo de su vida. La pintura hoy se exhibe en la National Gallery, de Londres, y data de 1602.

A dónde vas es una pregunta que hacemos cada vez que alguien cercano nos dice que saldrá del lugar donde está, casa, ciudad o país. Siempre nos produce curiosidad, si no también preocupación, el saber el destino de quién o quiénes saldrán del lado nuestro y desde la hoy en día denominada zona de confort.

Querer saber hacia dónde se dirigen las personas cercanas y/o queridas, pasa por la posibilidad de tratar de hacerles más fácil el traslado y tener cierta confianza en la llegada al destino final, de querer apoyar, por sobre la curiosidad. De seguro, cada vez que alguien parte a otro destino, más cuando este es lejano, la pregunta tiene el trasfondo de la seguridad en el viaje y en la llegada a salvo. Ello es totalmente natural para cualquier viajero, en el medio de transporte que lo haga y sin distinciones de clases ni condiciones.

Por eso cada vez que vemos imágenes de las famosas "pateras", esas embarcaciones hechizas, casi miserables, atestadas de personas huyendo de países africanos sumidos en la miseria y las guerrillas, queriendo llegar a salvo y poder llevar una vida digna en otro país y continente, no se puede dejar de sentir pesar por esa necesidad humana de salir de su lugar, de su terruño, dejar su comunidad, sus raíces, porque ahí ya no hay garantías básicas para vivir, o sobrevivir. A veces creo que estas imágenes nos impactan menos, porque se producen lejos.

Nuestro país, al igual que muchos otros, hoy en día se ve enfrentado a un fenómeno social que si bien no es nuevo, no nos había tocado tan claramente como ahora, la migración de cientos de miles de personas desde distintos países del continente, buscando un lugar para vivir, para poder sentirse seguros y avizorar esperanzas de un mañana más próspero.

He conocido muchas personas que salieron al exilio en distintos momentos de la historia pasada, como muchos que llegaron exiliados acá. Es una experiencia dura. Como dura es la necesidad de emigrar. Nadie lo hace por gusto, nadie deja bienestar por incertezas, nadie deja su familia y su idioma, para encontrar desconocidos y no poder comunicarse. Nadie quiere sentirse extranjero ni menos discriminado por serlo. Estoy cierto que lo que mueve a esos miles de seres humanos (a veces parece que olvidamos que lo son) no es más ni menos que la angustia y la desesperación de no encontrar en su país las condiciones mínimas para una vida decente, digna, humana.

Claramente, este proceso migratorio de hoy, porque también vale recordar que siempre los ha habido, desde los históricos judíos emigrando de Egipto, hasta las muchas migraciones que Chile ha recibido a lo largo de su corta historia, y que han sido tan significativos y señeros para forjar el país que hoy habitamos, de seguro se repetirán en el futuro, nadie puede asegurar que la migración se termine y menos aún creo que nadie puede arrogarse el derecho de prohibirlo.

En lo puntual, qué habría sido de Valparaíso sin todos esos migrantes que alguna vez llegaron a hacer vida y patria aquí, que asentaron raíces, trajeron a sus familiares, emprendieron, formaron y educaron a generaciones. No quiero hacer un juicio de valor de pensar que se les aceptó bien porque venían de Europa. Por lo demás, la historia señala que igualmente hubo manifestaciones de rechazo y disconformidad en algunos casos, pero finalmente primó el sentido hospitalario, la solidaridad chilena tan reiterada, la generosidad y comprensión con el prójimo necesitado.

El Estado ha creado un servicio nacional de migración, órgano que deberá establecer las medidas y regulaciones para enfrentar y abordar la situación de las personas que llegan a Chile. Establecer las coordinaciones necesarias con los servicios estatales que puedan ayudar a llevar de la mejor manera el tema. Insisto, estamos hablando de personas, niños, niñas, hombres y mujeres que solo buscan vivir tranquilos y mejor, solamente eso.

Por rafael torres arredondo,

gestor cultural