Los nuevos bárbaros
En nuestra historia occidental, Roma es una referencia permanente. Ahí encontramos parte fundamental de la forma de vida que desarrollamos hasta nuestros días. Educación, cultura, política y sociedad son algunos de los valores y condiciones heredadas de la antigua Roma, cuna y capital del imperio más extenso que conozcamos hasta nuestros días. Si bien en muchos aspectos la vida romana era buena y grata, hay que mencionar que fue una ciudad que conoció de guerras, batallas, invasiones, atropellos y saqueos, entre muchos otros humanos pesares.
La capital imperial vivió tres grandes saqueos, siendo el que retrata esta obra que vemos aquí, el segundo saqueo que sufrió, ocurrido en el año 455 de nuestra era. La pintura que ilustra esta crónica es del artista ruso Karl Bruillov (1799-1852) y que actualmente se puede ver en la Galería Tretiakov, de Moscú, Rusia. El autor fue pintor, arquitecto y artista gráfico, con una destacada carrera.
Pero volviendo al tema de la obra, el segundo saqueo, en esa ocasión la duración de la acción violenta duró 14 días y sus respectivas noches. En esas dos aciagas semanas los bárbaros regentados por el rey Genserico, que fueron los invasores, arrasaron con todo tipo de tesoros, obras de arte, quemaron iglesias, saquearon casas, atemorizaron al pueblo y dejaron un reguero de muertos en el camino. Un balance desolador, para una larga e inolvidable jornada de terror. Los historiadores no logran coincidir en la dimensión de los daños, pero sí todos concuerdan en que fue una durísima jornada.
Hace unos pocos días hemos vivido una jornada que inevitablemente me lleva a reflexionar acerca de la barbarie y el saqueo. Escondidos tras las legítimas aspiraciones y anhelos de mejoras de calidad de vida y cambios en la sociedad chilena, un grupo de desalmados, de lumpen organizado y bien parapetado, arremete contra nuestras ciudades y con todo lo que encuentran a su paso. No son parte de la lucha organizada, son parte de la violencia organizada, que es muy distinto y se debe decir así.
Estar en contra del sistema político, del sistema de salud, del sistema de pensiones, entre otros, es lo más válido que hay, como válido es manifestarse por el cambio de ello, como de muchas otras cosas, que una mayoría hoy espera para nuestro país. En eso no me pierdo ni un segundo. La legitimidad de la protesta, de la manifestación, eso no se discute, pero siempre que sea pacífica, respetuosa y constructiva, esa es la forma, ahí está el camino para la paz, la concordia y la sana y respetuosa convivencia.
Hoy día vemos el desolador paso de los nuevos bárbaros, esos a los que no les importa nada ni nadie, que arrasan con todo cuanto encuentran a su paso. Vemos cómo en el nombre de la libertad y la justicia, queman saquean, rayan y destruyen todo cuanto le es posible. Esos que señalando estar con las causas del pueblo son los mismos que lo atacan, lo dañan, lo avasallan. ¿Cómo se puede justificar en una causa social el quemar una iglesia o una oficina del Registro Civil? ¿Cómo se puede explicar el daño patrimonial y cultural? ¿Quién le devuelve la esperanza a esos emprendedores y comerciantes, que ven cómo se pierde su trabajo y esfuerzo de largo tiempo? ¿Hay alguna razón coherente para justificar esta forma de protesta? A mí me parece que ninguna.
Las imágenes reiteradas en que vemos a jóvenes, en su mayoría, rompiendo semáforos, bancos de plaza, luminarias y mobiliario urbano nos debe interpelar. Algo estamos haciendo mal, o mejor dicho, algo no estamos haciendo. No estamos educando, no estamos formando, no estamos entregando valores, no lo sé con exactitud, lamento no tener respuesta. De lo que sí estoy claro es que este país llamado Chile ha sido "invadido" por una nueva generación de bárbaros. Lo más triste de todo es que son nuestros y es urgente hacerse pronto cargo de ello, buscar una solución, que va más allá de apuntarlos y acusarlos. Con eso solo no basta.
Más de alguien me juzgará de pensamiento exagerado o extremo, pero les aseguro no ser ninguna de las dos cosas. Soy un ciudadano chileno y porteño que ve con dolor y preocupación cómo la violencia se vuelve cada vez más cotidiana y, peor aún, establecida como una forma de lucha. Veo con tristeza cómo mi ciudad es dañada, deteriorada, menoscabada. ¿Acaso nadie piensa cuánto ha costado construir y formar esta ciudad, que además tiene la responsabilidad de ser patrimonio? ¿Acaso a nadie le importa el trabajo y esfuerzo que lleva reparar, restaurar, volver a empezar?
Parece que hay un grupo al que nada de ello le importa ni le interesa y, peor aún, seguirán "batallando" contra el sistema, a través de la violencia que ellos consideran legítima y válida. Que la historia los juzgue.
Por rafael torres arredondo,
gestor cultural