El Jazz y el Puerto
Ocho años después, en el puerto de Valparaíso se respiraba el ocaso del viejo pancho. El desplome de la economía salitrera, la apertura del Canal de Panamá y la venidera crisis económica mundial de 1929, le iban a dar un golpe irreversible a toda una época de la ciudad marcada por el abundante dinero, los migrantes europeos y la vida laboriosa, al estilo inglés. Por aquellos días, un quinceañero Salvador Allende, estudiante del Liceo Eduardo de la Barra, visitaba a diario el taller del zapatero anarquista Juan de Marchi, en calle San Ignacio, quien le solía hablar de Bakunin y Kropotkin. Su tocayo, el narrador copiapino Salvador Reyes, avecindado en el puerto en 1920, iba a inmortalizar el sentir nostálgico del ocaso en su novela Piel Nocturna (1936), más conocida como Valparaíso, puerto de nostalgia (1955), versión ampliada y escrita en Francia en la década del cuarenta. Frente al visible anhelo de modernización de la ciudad, así como a los inminentes cambios gatillados por la cultura de masas, dos de sus protagonistas se lamentaban: "Valparaíso es ahora una ciudad como cualquier otra. ¡Qué porquería! Todas las ciudades se parecen: unas más grandes, otras más pequeñas, pero todas con su mismo pavimento, con las mismas luces, con las mismas tiendas, con los mismos autos y, lo que es peor, con las mismas gentes...", "¡Valparaíso!... yo me acuerdo de las calles del viejo puerto. La Cajilla, Clave... ¡Qué pintorescas eran!".
Inspirado por el ambiente bohemio de la ciudad, en uno de sus primeros cuentos Reyes describía en 1926 un café del Barrio Puerto en el que se podían oír los acordes de un jazz interpretado por un piano, un violín, un acordeón y un banjo, este último tocado por un negro cubano, "descoyuntado al ritmo de su música". Dos años antes, también en Valparaíso, un joven violinista llamado Pablo Garrido fundaba la primera orquesta de jazz en Chile, dando el puntapié inicial a una larga historia de encuentros y desencuentros. Decenas de restaurantes y cafés del puerto llenaban las páginas de la prensa con sus anuncios, donde llamaban a los porteños a disfrutar de las jazz-bands que a diario tocaban en sus locales. Entre las óperas, valses y tangos de los repertorios orquestales, comenzaban a infiltrarse foxtrots y shimmies. Los pasos de one-step y two-steps se popularizaron entre la juventud de la época, y uno que otro profesor de bailes norteamericanos se instalaba en el Barrio Almendral y en Viña del Mar. En menos de diez años, de ser un estilo criticado por la elite norteamericana, tocado en cantinas y callejuelas del puerto de Nueva Orleans, la idea de tocar, bailar y escuchar jazz recalaba en costas chilenas a través de un golpeado Valparaíso.
Y es que en el puerto las músicas del mundo afloraban en cada rincón, y sin mayores dificultades encontraban su espacio entre cerros, escaleras, callejuelas y mar. Naturalmente, el jazz no fue la única expresión sonora desarrollada en Valparaíso en el periodo estudiado. De hecho, con justa razón el bolero, el tango y la cueca han sido tradicionalmente considerados como la santísima trinidad en la historia de la música porteña. Algunos de los más insignes músicos y cantantes porteños del siglo XX pertenecen a estos géneros: Osmán Pérez Freire, Jorge Farías, Luis Alberto Martínez, Lalo Escobar, Lucy Briceño y Los Chuchos, por nombrar algunos. Pero faltaba un tanto para el periodo de esplendor de estos artistas, en los cincuenta y sesenta, que podría ser entendido como la bohemia porteña. En los veinte, la idea del jazz se iba a encontrar con un mundo también rico en músicas, compartiendo escenario y artistas con el tango, la cueca, la música de cámara y el maxixe, que por entonces exigía el público porteño. Más tarde este fenómeno de convivencia y mutua afectación sería apreciable entre el jazz y lo que significó el movimiento tropical, con sus mambos, chachachás y cumbias. El diálogo e intercambios musicales producidos entre estos estilos representan una riqueza que, en parte, ha sido motivo para designar a Valparaíso como Ciudad Musical para la Unesco en noviembre de 2019.
Poco abordado por las investigaciones, el arribo del jazz a costas latinoamericanas iba a significar una verdadera revolución en las ideas de intelectuales y políticos respecto a la cultura: Valparaíso no iba a ser la excepción. En parte, esto se debe a las complejas relaciones políticas y económicas que han tenido nuestras naciones con Estados Unidos a lo largo del siglo XX. Así lo ha estudiado recientemente Jason Borge, profesor de la Universidad de California, postulando que el jazz ha sido clave en el replanteamiento de los países latinoamericanos respecto a sus ideas de raza, nacionalidad y cultura. Esto explica las disímiles reacciones que ha generado esta música en su encuentro con los territorios, en un vaivén de extremo fanatismo y férrea oposición. De cualquier forma, el propio Borge señala que uno de los elementos que explicarían la recepción de la idea del jazz en esta parte del continente es su inherente representación, en apariencia contradictoria, del progreso moderno y cierto matiz primitivo, lo que facilitó su aprehensión como un fenómeno análogo a las realidades tanto de las clases populares como de la elite. El Valparaíso de los veinte parece un fiel reflejo de esta dicotomía: moderno y progresista en el plan, pobre y marginado en los cerros.
En este sentido, nuestra ciudad se ha mostrado históricamente como una zona de contacto fronterizo, un punto de encuentro en el que han confluido elementos culturales provenientes desde distintas latitudes. Su carácter portuario, paso obligado de los navegantes de las rutas comerciales del globo, ha sido el argumento tradicional para explicar el carácter cosmopolita, o multicultural, de Valparaíso. Pese a ello, procesos de transferencia y recepción de ritmos como el vals peruano, o el tango, han requerido otro tipo de explicaciones, relacionadas con las migraciones terrestres entre países latinoamericanos como Chile y Argentina, o Chile y Perú, lo que nos obliga a pensar en mayores posibilidades analíticas. El encuentro entre Val- paraíso y el jazz forma parte de un proceso que engloba transformaciones culturales mucho más profundas, asociadas a la nueva posición hegemónica que va a tener Estados Unidos tras su éxito en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Si hasta entonces los modelos culturales de moda eran imitados desde París y Londres, desde los veinte la mirada de la juventud se iba a trasladar, paulatinamente, hacia Nueva York. Para referirse a esta idea, los historiadores han utilizado el concepto de norteamericanización, el que puede ser en- tendido como un proceso global de encuentro con los bienes culturales tangibles e imaginarios, reales y simbólicos, provenientes del país de la Coca-Cola. Estos encuentros con el yanqui significaron un cambio estructural para las manifestaciones socioculturales de la población chilena, puesto que implicaría el arribo de la cultura de masas. Los monstruosos rascacielos en Santiago, al estilo neoyorquino, son el reflejo de un cambio de modelos culturales que se comenzaba a manifestar en Chile, en el que la moda europea perdía terreno frente a las nuevas tendencias norteamericanas y que iba a tener su momento de mayor madurez en las décadas del cincuenta y sesenta. El rock & roll y un cine comercial mucho más masificado serían reflejo de la profundidad de este proceso.
¿Pero cómo habrá sido el encuentro con el jazz en un territorio como Valparaíso? ¿Qué papel cumple Valparaíso en la historia del jazz en Chile? ¿Qué cambios manifestó nuestro puerto con el arribo de las nuevas modas? Estas preguntas dan cuenta de un fenómeno cuya relevancia para la historia de la música nacional y sus alcances socioculturales, son inversamente proporcionales al estado de su investigación. El objetivo de este trabajo es reconstruir el mundo cultural que se creó en torno al jazz en Valparaíso, dando cuenta de las reacciones de su población frente al nuevo fenómeno. Para ello, buscaremos dar sentido al concepto de albores, como un estadio de desarrollo inicial en la historia del jazz en Chile, pero también del fenómeno de la norteamericanización. Este encuentro con la idea del jazz generaría dispares reacciones en el mundo intelectual porteño, encontrando defensores y opositores. Del mismo modo, la práctica del jazz contó con una estructura urbana que permitió su masificación. Esto incluyó clubes, pistas de baile, estudios de grabación, programas radiales, tiendas de discos y un sinfín de espacios que durante el siglo XX fueron fundamentales para la praxis musical, no tan solo del jazz. Por supuesto, en este libro las personas que llevaron a cabo esta historia ocupan un lugar central, en tanto se trata de sujetos reales, con problemas que parecen actuales. Tal es el caso de un pionero jazzista a nivel latinoamericano: Pablo Garrido Vargas.
Título: "Valparaíso y los albores del jazz en Chile. 1920-1940". Autor: Pablo Cabello Kanisius. Editorial: EUV Extensión: 272 páginas. Venta: $15.000.
* extracto del libro "valparaíso y los albores del jazz en chile. 1920-1940", de pablo cabello kanisius.
shogun