"El inmovilismo golpeó a Valparaíso; es lo peor que le puede pasar a una ciudad"
En su nuevo libro, el académico playanchino, exasesor estratégico del Presidente Lagos y exsecretario ejecutivo adjunto de la Cepal, repasa su infancia y adolescencia en el Puerto, así como las etapas decisivas que -para bien o para mal- han marcado a esta ciudad.
"Nunca en los largos años que he estado lejos de Valparaíso he dudado de que es mi ciudad, aunque esté hoy malherida y hasta zaparrastrosa", declara el sociólogo, ensayista y exasesor estratégico del Presidente Ricardo Lagos en el segundo piso de La Moneda, Ernesto Ottone Fernández, en su recién publicado libro El viejo Puerto. Un ejercicio de memoria (Catalonia).
Con la nueva obra, el exsecretario ejecutivo adjunto de la Cepal, académico del Colegio de Estudios Mundiales de París y de la Universidad de Chile, y profesor honorario de la Universidad Diego Portales, concluye su trilogía de "ejercicios de memoria". En este caso poblados de imágenes y experiencias de su niñez, adolescencia y juventud, con el telón de fondo de una ciudad a la que lo une un amor asimétrico desde que vigiló su infancia "con rostro de fría indiferencia", como dice el himno de "Gitano" Rodríguez.
En este libro, el número 21 de su autoría, Ernesto Ottone, quien terminó con su militancia comunista en el exilio, se adentra asimismo en las etapas decisivas -para bien o para mal- del Valparaíso antiguo y reciente, pero siempre predomina una serena mirada playanchina forjada en las pichangas del cerro donde la pelota va a dar al fondo de la quebrada, disputadas con los mismos amigos con que se lanza en carretón, se cuelga de las micros y declara la guerra a los niños de la calle de arriba.
De esa época, fines de los 50 y comienzos de los 60, cuando Valparaíso recién empieza a empinarse hacia las alturas y muchas mercaderías y materiales de construcción se trasladan en burro cerro arriba, recuerda que su pesadilla recurrente "era que me fuera mal en todo y terminara de burrero".
Hijo de inmigrante italiano, en su casa de la calle Vista Hermosa "el amor al trabajo venía inmediatamente después del amor a Dios". Podía leer las revistas Estadio, Barrabases, El Peneca e incluso Topaze, que entendía poco y nada, pero una férrea prohibición pesaba sobre El Pingüino, "que hoy encontraría inocente hasta un supernumerario del Opus Dei".
Poca gracia debe haber causado entonces en su hogar que se saliera de la Escuela Militar y su posterior expulsión de la Scuola Italiana por mala conducta durante un viaje de estudios a la patria de su padre. El grupo se bajó del barco un sábado y al día siguiente, mientras se verificaba el juicio en el colegio, sobrevino un violento sismo -28 de marzo de 1965, con epicentro en La Ligua-, lo que terminó con acusadores y acusados en medio del patio, todos algo pálidos, y aunque "el enojo había cedido paso a una suerte de complicidad momentánea frente a la fragilidad humana", pasado el terremoto lo expulsaron igual y terminó la secundaria en su querido liceo Eduardo de la Barra.
Personajes y situaciones entrañables desfilan por las páginas de El viejo Puerto, desde Carmencita Corena y el maestro Fuentealba -artistas del Cinzano- hasta el implacable profesor de castellano Florencio Valenzuela, que le bajaba las notas al joven bombero Ángel Botto porque "se lo pasaba en la bomba". Y cómo no, la felicidad por los triunfos de Wanderers y el inextinguible olor de los eucaliptos del entorno del estadio en el recuerdo.
Amor asimétrico hacia la ciudad
- Con El viejo Puerto cierra el ciclo de sus "ejercicios de memoria", junto a El viaje rojo y El segundo piso. ¿Significa dejar la escritura autobiográfica?
- Sí, claro. Lo que había que decir, como tarea que me había impuesto, está dicho. Aunque, más que autobiográficos, yo los llamé "ejercicios de memoria", porque quería reflejar no solo la experiencia mía, sino qué pasó con mi generación y todos los desafíos que le tocaron, los avatares, las derrotas, los triunfos, así como su relación con el país y con el mundo, ya que también a ella le correspondió vivir en la globalización y adecuarse a ese nuevo escenario que transitaba de la sociedad industrial a la sociedad de la información, y eso fue un esfuerzo tremendo.
- A pesar de que estuvo veinte años en el exilio y que después ha sido muy viajero, viviendo y trabajando además entre Santiago y París, su pertenencia más profunda es la de Valparaíso.
- La relación con Valparaíso es muy fuerte y yo la trato de mostrar a través de la cultura, de por qué tiene esa relación con la poesía, con una bohemia internacional donde la música símbolo es el tango, y donde por el hecho de ser una ciudad puerto se produce una apertura hacia el mundo que es ciertamente mayor que la del país, al que le costó mucho ese proceso. Valparaíso fue un pionero en este sentido. Entonces hay un amor asimétrico a una ciudad que, como dice la frase del Gitano Rodríguez, te vigila con fría indiferencia. Al volver del exilio yo me sentí realmente de regreso el día que me instalé en Playa Ancha.
- Estar en los campeonatos de Wanderers y los partidos del Mundial del 62 le depararon algo parecido a la felicidad.
- Yo soy muy escéptico con la palabra felicidad, que hoy hasta se mide en sociología. Más bien creo que en la vida hay momentos de alegría, de una idea de felicidad, pero que siempre los problemas y las desgracias están a la vuelta de la esquina. Por eso soy muy prudente al hablar de ella, pero si yo tuviera que relatar los mejores momentos de mi infancia y de mi juventud, diría que muchos estuvieron ligados a Wanderers, al olor de los eucaliptos en torno al estadio, a una cierta situación de pertenencia profunda que se dio ahí. Viví momentos muy felices.
Porteños en el segundo piso de la moneda
- A su generación le tocaron años intensos y tempestuosos. Incluso dice que "nos sobró ideología y nos faltó algo de liviandad, sufrimos de adultez precoz", siempre con la ciudad como telón de fondo. Es curioso, pero hoy día se tiende a pensar que lo que sobra es liviandad.
- Claro, si uno hiciera un análisis del momento actual, del tipo de debate político y cultural que existe, detectaría planteamientos un poco livianos, amateurs. Nosotros, desde muy jóvenes, asumíamos que éramos adultos. Yo empecé a ser profesor ayudante a los 19 años, me parecía muy natural ganarme la vida, casarme pronto, tener hijos, sentirme grande y asumir responsabilidades a los 22. En todo eso nos faltó una cierta cuota de liviandad, pienso que nos sobró ideología. Chile era mucho más pobre, eso nos parecía tremendamente injusto, queríamos cambiarlo rápidamente y no tomábamos en cuenta los otros elementos de construcción del país. Teníamos una visión extremadamente crítica. Por ejemplo, los cambios del gobierno de Frei Montalva nos parecían pocos, y mirándolos con los ojos de hoy fueron muy importantes y transformaron la vida mucha gente. Todo eso no éramos capaces de verlo, queríamos más, andábamos apurados por la vida.
- Tras volver del exilio y convertirse en asesor estratégico del Presidente Lagos, usted y los otros porteños del segundo piso estaban muy comprometidos en incidir para mejorar Valparaíso, que requería combinar sus vocaciones portuaria, universitaria y patrimonial para levantarse. ¿Tuvieron éxito?
- En esto las respuestas nunca son categóricas. Cuando llegué a Chile después del exilio, vi un Valparaíso muy venido a menos. Cuando surge el gobierno de Lagos y él me llama a colaborar también convoca a un grupo donde la mayoría teníamos una relación muy fuerte con el Puerto. Esto se suma al hecho de que el Presidente tenía una concepción muy clara de la importancia y el valor de Valparaíso como una ciudad diferente, de su leyenda, de su rol en la historia, del papel que había jugado tanto en la conformación como en la modernización del Estado chileno. Entendía que era una ciudad que no podía salir sola del retraso al cual había caído, por lo tanto tenía que haber un esfuerzo del Estado, un esfuerzo nacional.
- ¿No se invertía lo suficiente en la ciudad?
- No era que no se invirtiera. Era como un camión que se pinta y al que se le cambian ruedas cuando lo que requiere es un motor. Y lo que se trató durante esos años fue impulsar esos motores con las universidades, generar una masa crítica de conocimientos e innovación, conjugar el puerto con el desarrollo patrimonial, que no era el de un balneario como Viña, sino un patrimonio diferente. Se trataba de recargar Valparaíso con capas medias que se habían ido tras la partida de las empresas y donde también la actividad portuaria había cambiado debido a las transformaciones del transporte marítimo. Yo creo que se hicieron muchas cosas en muy poco tiempo, pero después no hubo continuidad. También se tuvo que dar una pelea con
El Presidente tenía una concepción muy clara de la importancia y el valor de Valparaíso como una ciudad diferente, de su leyenda, de su rol en la historia, tanto en la conformación como en la modernización del Estado. Entendía que la ciudad no podía salir sola del retraso al cual había caído".
El alcalde Sharp, como tantos otros, ha sido ambiguo con la condena a la violencia, ha expresado una condena abstracta. Otros han ido más lejos, justificando su rol. Yo pienso que la violencia debe ser excluida de la convivencia democrática".
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