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LA PELOTA NO SE MANCHA

Salir del camarín

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LLama la atención que, a estas alturas del siglo XXI, pase tanto tiempo sin que un jugador de fútbol reconozca su homosexualidad. El hecho ocurrió recién esta semana, cuando el desconocido lateral izquierdo del Adelaide United de Australia, Josh Cavallo, confesó, a través de un emotivo video de su perfil en Twitter, su orientación sexual y la lucha que debió librar antes de dar este paso.

La noticia no tardó en viralizarse y en pocas horas el mensaje de Cavallo se alzó como bandera del arcoiris. Incluso ese mismo día de la declaración, Wikipedia le creó un perfil y le otorgó el reconocimiento de ser el segundo jugador de fútbol activo en revelarse como gay (el primero fue el seleccionado estadounidense Robbie Rogers el 2013, quien, después de romper su silencio, se retiró del fútbol).

Mientras varios deportistas famosos aplaudían el valor de Cavallo, en el ámbito local el asunto fue diferente: cuando TNT Sport dio a conocer la noticia en las redes sociales, los comentarios no se hicieron esperar: "El fútbol no es para gays"; "Se le cae el jabón en la ducha"; "Hace autogoles"; "Le pega con las dos piernas"; "Juega para el otro equipo", etc. Muy poco apoyo y, cuando lo hacían, correspondía en su mayoría a mujeres que, además, criticaban la intolerancia de los hombres.

Detrás del comentario mal intencionado, se esconden, en muchos casos, inseguridades sexuales y, sobre todo, un interés por tratar de negar lo que resulta evidente. En el fútbol, como en cualquier otra actividad realizada por adultos, ha existido y hay un porcentaje no menor de homosexuales.

Partamos de la base que, aunque no exista un estudio científico al respecto, se calcula que entre el 7% y 10% de la población es homosexual. Dentro de este grupo, las cifras indican que la tendencia sería menor en hombres que en mujeres (aunque no sería raro que la diferencia la marque el que el miedo a reconocerlo es mayor en los hombres). LGTBMAP, por ejemplo, establece que un 2% de los hombres es bisexual y 1,9% gay. A partir de esta información, podemos deducir que, en un plantel de un equipo de fútbol profesional conformado por 30 jugadores, a lo menos uno debería ser gay o bisexual. Vaya haciéndose la idea de que uno o dos jugadores de su equipo son gay o bisexuales.

Esto no sería un problema si el hecho se reconociera abiertamente. No deja de ser interesante la siguiente paradoja: el desarrollo estructural del fútbol femenino es inversamente proporcional al del masculino. No obstante, en términos valóricos resulta más "avanzado", tal como queda demostrado en que muy pocos se escandalizaron por el matrimonio de la arquera de la selección Christiane Endler con Sofía Orozco. ¿Se imagina a Claudio Bravo casándose con un hombre?

El problema es que el fútbol surgió, desde fines del siglo XIX, como un espacio exclusivo para los hombres. De hecho, hasta hace poco, jugar fútbol resultaba, en la práctica de los colegios, una obligación para machos y la única forma de divertirse en los recreos: quienes no lo hacían eran despreciados por el grupo, siendo calificados despectivamente de "niñitas" "fletos", o "gays". Común era también llamar "del otro equipo" a quienes parecían no cumplir las reglas de heterosexualidad, excluyéndolos así del grupo alfa.

La realidad no es muy distinta en los estadios. Aquí, junto con sacar la madre a los jugadores, los gritos homofóbicos ocupan un lugar de privilegio en el repertorio de ofensas de los hinchas hacia sus rivales. Tanto así que la FIFA terminó castigando a Chile por gritos homofóbicos contra el equipo boliviano en estas clasificatorias. Sobre todo, por uno que tiene larga data en los estadios chilenos y que se aplica indistintamente al rival de turno: "Poropopó, poropopó, el que no salta es extranjero maricón".

Son todos estos factores idiosincráticos y la pervivencia de mitos respecto a la homosexualidad los que hacen que sea tan difícil que un jugador se atreva a reconocer su opción sexual. En algunos, persiste la identificación de homosexualidad con pedofilia o promiscuidad y el jugador en esa condición se mira como un potencial degenerado que va a abalanzarse sobre sus compañeros en el camarín o que va a forzar las jugadas para estar más cerca de los rivales. La imagen del gay como "una loca, amanerada y débil", persiste sobre todo en el fútbol y en el inconsciente o en el prejuicio se alza como un impedimento para desarrollar el juego recio que, se supone, realizan los jugadores en la cancha. ¿Cuánto tiempo demoraron los equipos en aceptar el color rosado, asociado al mundo femenino, como una alternativa en sus camisetas?

Finalmente, tengo claro que muchos amigos me molestarán por esta columna, dirán que se me cae el lápiz o que ahora entienden por qué siempre me publican en la parte de atrás. Me lo tomo con humor. Asumo que la falta de empatía por la orientación sexual de cada uno es un tema generacional; y que, tal como sucede con las mujeres en el fútbol, irá cambiando a favor de otros Cavallo, que con mucha hombría decidan enfrentar esta verdad y decir: "Soy futbolista y soy gay".

"Aquí, junto con sacar la madre a los jugadores, los gritos homofóbicos ocupan un lugar de privilegio en el repertorio de ofensas de los hinchas hacia sus rivales".

por winston