La valiente decisión de Ripamonti
El desalojo del comercio ambulante del borde costero de Viña del Mar es un gran primer paso en la erradicación de este flagelo. Bueno sería que otros municipios de la Región siguieran su ejemplo.
En una medida inesperada, la Dirección de Seguridad Pública de la Municipalidad de Viña del Mar -por intermedio del personal de Operaciones y Servicios- desalojó durante la madrugada del viernes las instalaciones, carpas y toldos de comerciantes ilegales desde 14 Norte hasta el Muelle Vergara, un sector últimamente sitiado por estos grupos, con todas las externalidades que ello conlleva, entre las cuales se cuentan la insalubridad, el perjuicio económico para el comercio establecido, la facilitación de actos reñidos con la ley o el menoscabo de los espacios públicos.
De acuerdo con el municipio, previamente se realizó un "catastro" para identificar la posición comunal frente al problema, la cual -a todas luces- debió arrojar que la población está cansada de la venta ilegal de comida y alcohol en el borde costero (es ya clásico toparse en la calle por las mañanas con cerros de botellas y restos de limón con los cuales hacen los mojitos o caipirinhas), el foco de delincuencia en que se ha transformado el sector y el nulo respeto por las familias que pasean o habitan la zona.
Antecedentes existían. En Santiago, la alcaldesa comunista Irací Hassler pidió a Carabineros el desalojo del Barrio Meiggs luego de que los ambulantes desviaran recorridos del Transantiago, dificultaran la operación de un centro de Salud Familiar y amenazaran a funcionarios. En la propia Viña del Mar, la anterior administración y la gerencia del Mall Marina Arauco tardaron años en cerrar el paso a los ambulantes en el puente peatonal de 14 Norte.
¿Hizo bien la alcaldesa Macarena Ripamonti al tomar esta decisión? Creemos que sí. Entendiendo la problemática social y la falta de empleo estructural en el Gran Valparaíso, además de las lógicas protestas de los afectados, no es posible permitir que pequeños grupos privados se tomen los sectores públicos sin Dios ni ley para su propio usufructo. Para nadie es un misterio que la gran mayoría de los comerciantes ambulantes trabaja para mafias que delimitan y reparten las veredas y paseos, tal como ocurre en Valparaíso, donde el alcalde Jorge Sharp no ha tenido la decisión ni la voluntad de hacer algo similar en los cinco años que lleva a cargo de la ciudad.
No la tendrá fácil Ripamonti. Eso está claro. Más aún después de la refriega de ayer, con los ambulantes buscando reinstalarse y la lógica de la permisividad permeando el tan polarizado discurso político actual. Pero con su accionar ha dado una muestra de madurez política que conversa con su cuidado y reservado estilo mostrado durante sus primeros meses de administración.
Salvo por algunos gazapos ya recogidos en editoriales anteriores (el ensañamiento contra Reginato y su equipo sin resultados contundentes a la fecha; el nunca explicado conflicto con Chantal Signorio y Puerto de Ideas), Ripamonti ha mostrado carácter, estilo y un cierto afán de trabajo en equipo. Mucho de ello pudo verse en su claro y público apoyo al candidato Gabriel Boric (estuvo en la primera línea junto a Camila Vallejo durante la compleja noche de la primera vuelta; ha hecho campaña en los cerros, se reunió con la jefa de campaña Izkia Siches anteayer en la zona), lo que la separa diametralmente de su colega porteño, quien parece andar más preocupado de sacarse fotos arriba de los troles y con la machi Linconao antes que de preocuparse por la selva en la cual se ha transformado la avenida Pedro Montt y sus calles adyacentes, o de trabajar de forma sincera por un proyecto colectivo en el cual no sea él el principal referente.